miércoles, 22 de abril de 2015

SAMARKANDA

No tiene mar, pero es azul. Las olas son las cúpulas que brillan en el horizonte de la ciudad con mayor esplendor de la ruta de la seda.

Se la considera el espejo del mundo, el jardín del alma, la perla del este, el centro del Universo... Siempre custodiada por historias de aventuras, maravillas, tesoros...

Sólo al susurrar su nombre, Samarkanda, percibo que es el más mítico y hermoso que un lugar puede poseer. Me la imagino acariciada por la seda y estimulada por las palabras de los más grandes. 


Alejandro Magno, cuando la vio por primera vez, dijo: "Todo lo que había oído sobre Samarkanda es verdad, excepto que es más hermosa de lo que había imaginado".

Y es que su brillo es tan prodigioso que quita protagonismo al cielo. No es sólo un lugar físico, sino que hubo un momento en el que todas las ideas confluían en ella.


Superviviente de mil y una contiendas, siempre guardó sus tesoros y es que nadie osó robarle al mundo el alma aún nómada que se posa en los azulejos turquesas que me logran hipnotizar con su brillo...

Ejerce sobre mí una magia de tal envergadura que sólo con pronunciar su nombre viajo allí sin moverme de casa. Sé que aglutina millones de historias cargadas de exotismo y de saberes que son más antiguos que el viento; que es una encrucijada de culturas y una de las ciudades más antiguas del mundo; que está localizada  entre China y Europa y que el río "Zeravshan" (en persa: repatidor de oro) la acompaña sin cesar desde hace 2500 años. En griego se llamaba "Marakanda": "ciudad situada a orillas de un río y cubierta de vegetación".

Y fue precisamente allí, en un lugar donde se combina perfectamente la tranqulilidad y el temperamento oriental, donde los árabes fabricaron "el papel", industria que aprendieron de los chinos al hacerlos prisioneros después de derrotarlos en la batalla de Talas.

Por todo lo que os he contado y mucho más, aunque jamás la he visitado físicamente me siento muy cercana a ella y por eso mismo nunca iré. Prefiero tenerla en mi imaginación impecable e impoluta y que nada ni nadie enturbie esa nítida visión, mi propia visión de Samarkanda...

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