martes, 12 de mayo de 2015

LAS PRECIOSAS

En los dos siglos que precedieron a la Revolución Francesa (1789) se creó un espacio entre la Iglesia y el Estado, un espacio privado en el que la sociedad civil se reunía, lo que favoreció el entendimiento entre hombres y mujeres. Intentaban alcanzar un ideal de civilización en el que términos como sociabilidad, ingenio o gracia se desmoldaban a través de "la palabra".

La conversación iba adquiriendo una enorme importancia y, en ella, se intentaba conjugar la ligereza con la profundidad, la elegancia con el placer, la búsqueda de la verdad con la tolerancia y, sobre todo, un gran respeto. Madame de Rambouillet (1618) inauguró en París el llamado "Salón Azul", concebido como un refugio del mundo; en él se podía olvidar la crueldad y se filtraban la violencia, el desorden y la zafiedad que se respiraban en el ambiente de la calle.

 El Salón nació como un puro entretenimiento, como un juego destinado a la distracción y el placer recíproco, pero obedecía a leyes estrictas que garantizaban la armonía en un plano de igualdad. Eran leyes de claridad y mesura, de elegancia y consideración. Llegaron a convertirse en "salones literarios", en los que la mujer era el personaje central y la conversación el eje civilizador. Se trataba a la palabra como si fuera un instrumento musical que, como la música, provocaba armonía y bienestar.

En 1620 surge el término de "Las Preciosas" (Les Prétieuses) para designar a unas mujeres que eran modelo de "feminidad". Tenían la obligación educativa de llevar a cabo la politesse (buena educación) a su grado más elevado. También tenían una misión civilizadora que realizaban con una autoridad llena de sensibilidad . Se convirtieron en guardianas de un patrimonio de signos que servían como código de reconocimiento de una élite y en garantes de la lengua, ya que no estaban contaminadas ni por el pueblo ni por los eruditos. Hicieron del uso de la palabra todo un arte. Ellas ganaron (de hecho) la autoridad de  dictaminar sobre la primera de las Instituciones en las que se apoyaba el Estado: "La Lengua".

 A ellas les debemos la palabra con espíritu (esprit), es decir la que refleja una coherencia entre nuestro mundo interior y lo que expresamos. Si es hablada, la palabra debe pronunciarse bien, fácilmente, con una entonación agradable y natural, sin afectación ni pedantería. Siguiendo el aire, el tono, las maneras que se corresponden a lo que realmente somos. Dejaron muy claro que el talento para escuchar era más importante que el talento para hablar y que la auténtica y exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal.

Molière, en su obra "Les Prétieuses Ridicules" hizo una sátira, pero no logró frenar su poder ni ensombrecer su luz, que dura hasta nuestros días. La sensibilidad se unió a la inteligencia y juntas formaron la sabiduría de unos seres humanos evolucionados, valientes y rompedores que no se dejaron encorsetar...

Y es que la mujer cuando escribe o habla lo hace desde sí misma, con una voz inconfundible que desbarata imposiciones y derriba muros demostrando su feminidad en su "palabra de mujer".








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