martes, 26 de mayo de 2015

LEWIS CARROLL

Lewis Carroll en realidad se llamaba Charles Lutwidge Dodgson (1832). Puntilloso y detallista se revelaba solo a medias con el disfraz de la ironía.

Con solo 23 años era profesor de Oxford y su figura era fácilmente reconocible cuando recorría a grandes zancadas las calles y explanadas por las que paseaba con frecuencia. Era muy alto, muy delgado, llevaba ropa anticuada y el pelo más largo de lo normal. Tenía el típico aspecto de un "Don de Oxford".

A pesar de ser sordo del oído derecho (enfermedad infantil) y de tartamudear era un magnífico contador de cuentos.

Creció rodeado de hermanas pequeñas y era muy aficionado a los juegos y entretenimientos (historias inventadas, rompecabezas, juegos de palabras...). Maestro nato, disfrutaba haciendo pensar a los niños y a que utilizaran la lógica. Hacía que todo fuera fascinante y el niño se sentía escuchado. Les consideraba importantes, les solicitaba sus opiniones y les contestaba con respeto y comprensión. Era un compañero entusiasta y divertido en el que no cabía la monotonía...

 En 1855 fallecía el Deán del College y llegó su sucesor, Henry George Liddell, el padre de Alice. Se empezaron a conocer y las visitas, meriendas y paseos se hicieron cada vez más frecuentes hasta que en la tarde del 4 de julio de 1862 ocurrió algo tan mágico que él la llamó "la tarde dorada"...

Duckworth y yo hicimos una expedición río arriba, a Godstow, con las tres Liddell; tomamos el té en la orilla y no regresamos a Christ Church hasta las ocho y media... En esa ocasión les conté el cuento de Hadas "Aventuras de Alicia debajo de la tierra".

A Alice le gustó tanto que insistió en que lo escribiera y gracias a ella hoy podemos contemplar en la British Library el cuaderno de cuero verde que contiene el texto original, escrito a mano, que le regaló su autor en las Navidades de 1864.

 Lo que más me gusta de Lewis Carroll es que combina de forma suprema la fantasía y el humor y su profunda percepción de la psicología del niño; todo ello unido a la lógica de un matemático muy aficionado a la fotografía. Nos abre los ojos a las dimensiones incomprensibles de la realidad, recuperamos la infancia y, a través de su arte, podemos descubrir el espíritu oculto de sus palabras.

Me emociona pensar que la semana que viene estaré paseando por los mismo lugares que él lo hizo y me empaparé de las sensaciones de un lugar tan especial como es Oxford...

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