domingo, 19 de junio de 2016

CONSTANCE LLOYD

Oscar había recibido en Oxford un prestigioso premio de poesía y había compaginado sus estuidos con viajes a Italia y Grecia. Escribía artículos para revistas y periódicos y cuando tenía unos 28 años viajó dos veces a Estados Unidos para dar un ciclo de conferencias y estrenar una de sus primeras obras de teatro. Su peculiar atuendo de calzón corto y medias negras causó gran sensación en Nueva York, pero no así en el Oeste, que pasó inadvertido. Allí, los vaqueros y buscadores de oro lloraban cuando el conferenciante les leía la biografía de Benvenuto Cellini ("les expliqué que estaba muerto y eso provocó que preguntaran: ¿quién le pegó un tiro?"). Tuve que explicarles, con mucha suavidad, que el escultor, orfebre y escritor italiano, había fallecido un poco antes, en el siglo XVI, y de forma natural, "sin disparos"...
Al volver a Inglaterra fue muy bien recibido y en 1883 fue a Francia, donde conoció, entre otros, a Verlaine, con quien entabló una gran amistad. Tenía pues una fama fuera de todo lo común para un chico de su edad y era profundamente admirado por los más vanguardistas que frecuentaban, en Dublín, las tertulias literarias que organizaba su madre.

 Entre las invitadas, se encontraba Constance Lloyd, una joven de pelo castaño y ojos violeta, con rostro de aire prerrafaelista, que sucumbió, a primera vista, a los encantos y el ingenio del irresistible "dandy". Había nacido en Dublín (1859) en el seno de una familia de abogados de alta alcurnia, pero afín a las corrientes feministas se ganaba la vida escribiendo cuentos infantiles y dando conferencias. Sensible y muy delicada, leía a los clásicos italianos y franceses en su lengua original, tocaba el piano y le apasionaba Shakespeare. Ponto empezaron a frecuentar sus encuentros y se complementaban muy bien.


En una carta que escribió a su hermano Otho le decía: "preparaté para una asombrosa noticia, estoy prometida a Oscar Wilde y me siento absoluta y locamente feliz", pero la respuesta fue que pensara muy bien lo que iba a hacer, pues Oscar no era una persona fácil. Sin embargo, coincidían en sus objetivos y tenían fuertes lazos de complicidad; ambos estaban, por ejemplo, a favor del Movimiento "Rational Dress" que suponía un cambio en la forma de vestir de la mujer y que se basaba en la salud, el confort y la belleza; la mujer estaba más cómoda para hacer ejercicio al aire libre, como montar en bicicleta, por lo que la ropa tenía que ser más simple. En realidad, Constance idealizó, desde el primer momento, el amor que sentía hacia Oscar y siempre le amó...

La boda se llevó a cabo en 1884 y resultó un verdadero espectáculo. Oscar fue quien diseñó el vestido de la novia y pasaron una luna de miel en París inolvidable. Ella se vio atraída a su mundo y llegaron a vestir a juego con una audaz estrategia de marketing personal. Todo parecía fácil y divertido y su casa, en el entonces bohemio-exclusivo barrio de Chelsea (Londres), era el lugar adecuado para que Oscar llevara una vida moderadamente convencional. Pronto tuvieron dos hijos, muy seguidos. Él era el mejor padre y el mejor marido, pero la cruda realidad empezaba a agrietar la convivencia.

La actitud de Constance, ante las largas ausencias de Oscar en hoteles y bajos fondos con compañías no demasiado deseables, fue silenciosa, responsable y llena de fortaleza, pues ella estaba dispuesta a salvar su hogar. Sin embargo, un día su marido le dijo: "cuando somos felices, somos buenos, pero cuando somos buenos, no siempre somos felices". A partir de entonces, la distancia física entre ambos fue abismal, aunque (paradójicamente) guardaban las apariencias.

Desafortunadamente, todo había llegado demasiado lejos y ocurrió lo inevitable. Hubo un juicio en el que se le acusó de conducta inadecuada (a causa de un joven amante, Bossie) y Oscar acabó en la cárcel. Constance siempre tuvo la habilidad de mantener su propia fortuna a salvo y ante la ruina social y económica de su marido publicó un libro con todas las citas célebres de su obra para ayudarle, pero fue insuficiente.
Pos su parte, ella recopiló en un cuento sus escritos infantiles y populares, que tuvo un éxito clamoroso. Le fue a visitar a la prisión y también le comunicó la muerte de Speranza.
Aconsejada por su familia y amigos, dejó Londres y se fue con los niños a Suiza, cambiando el apellido Wilde por el de Holland.
Cansada, triste y muy enferma, falleció en Génova con 39 años y en su tumba se podía leer: "Constance Mary, hija de Horace Lloyd".
Creo que, en 1967, alguien añadió: "esposa de Oscar Wilde" y estoy convencida de que a ella le habría gustado, pues nunca se quiso divorciar del padre de sus hijos, al que amó a pesar de todas sus peculiridades. Hay un libro, que os aconsejo, de Susana Sisman que se titula: "No te enamores de Oscar Wilde" (Ediciones del Dragón) en el que habla de la carta que ella le debería haber escrito cuando tuvieron que abandonar la casa precipitadamente, pero que no llegó a realizar. La autora lo hace en su lugar.





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