domingo, 17 de septiembre de 2017

UN TESORO ESCONDIDO

Una de las cosas que más me gusta cuando viajo es llegar a algún lugar al anochecer e imaginar todo lo que iré descubriendo cuando amanezca al día siguiente. En la confluencia de los ríos Ouche y Dourdon, se encuentra un pueblecito encantador que se llama Conques (por su forma de concha); está en el departamento de Aveyron, en la región de Occitania, en Francia.

En la ladera de una montaña, sus casas tienen entramados de madera y tejados de pizarra que el musgo tinta de un verde muy especial. Los peregrinos llegan mezclados con turistas y curiosos atraídos por estar en la lista de los pueblos más bellos de Francia. Lo cierto es que su imagen, casi celestial, atrapa a unos y otros.

En su momento, fue una villa fortificada, en un cuadrilátero irregular. Entre el castillo y el cementerio asomado al desfiladero, en el que se escucha la corriente del río, surge la Abadía de Sainte Foy (Santa Fe), con sus modernas vidrieras de Pierre Soulages. Callejear por el empedrado de sus calles pequeñas y empinadas, encontrar hornos - donde la gente del pueblo hace pan - o secadores de castañas, es un verdadero placer. Las tabernas, con sus nombres en hierro forjado sobre sus puertas, o los numerosos ateliers de artesanos, le llenan de vida y brindan la oportunidad de poder hablar con ellos para que muestren sus obras y nos expliquen por qué han decidido vivir allí...

Dentro de la colegiata, en una sala especialmente habilitada en la galería sur del claustro, me encontré algo que jamás olvidaré por el impacto que me produjo a primera vista: "La Majestad de Santa Fe", una imagen de madera de la Santa, sentada en un trono, enteramente dorada, con incrustaciones de piedras preciosas y una rosa blanca y fresca en cada mano.

 Es la reliquia de una doncella que se enfrentó a los romanos para defender el cristianismo; curaba a ciegos y daba libertad a los cautivos. Desde el siglo XI, al ser traslada a su Abadía desde Agen (Aquitania), Conques se convirtío en un lugar de peregrinación y en una de las principales etapas del Camino de Santiago.
Lo cierto es que su resplandor hizo que me llegara muy adentro. Las sensaciones que me producía, mientras le hacía fotos desde diferentes ángulos, me invitaban a reflexionar sobre su nombre: Foy.
Pensé que este concepto tiene unos elementos sutiles que favorecen la manifestación y la realización, mientras que la duda está hecha de elementos que se oponen a ellas. Además, hay una ley universal que dice que toda semilla dará sus frutos (hay que tener fe para creerlo) y no es menos cierto que para vencer el miedo hay que ceer firmemente en el poder del bien sobre el mal.

Y es que, cuando se viaja, cuando se quieren descubrir cosas realmente interesantes, uno no se puede limitar a ver, hay que mirar con calma y detenidamente algo que nos llama la atención, pues posiblemente encierra algún tesoro que nos está esperando precisamente allí. Pero me temo que  el "turismo actual", aunque no siempre, se basa más en lo cuantitativo (la cantidad de cosas que se ven y se fotografían) que en lo cualitativo (la calidad de lo que nos sale al paso).
Al salir de la sala del tesoro, en un cartel de la entrada, pude ver una figura de una mujer con una pluma en una mano y una espada en la otra que, con una sonrisa en los labios, parecía decirme: continúa, sigue adelante, no desfallezcas, ten fe, cree, confía y despreocúpate; si tú haces bien tu trabajo, abandónate en los amorosos brazos de la Existencia...



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