Crucé lentamente el puente que me llevaría,
a la Isla de las Almas Navegantes;
lejos, muy lejos
del hogar hasta entonces conocido.
Comprendí, que aunque
todo se mostrara igual
ya nada volvería
a ser lo mismo.
Vislumbrar la anhelada e íntima libertad,
tocando con mis dedos el camino.
Dejé atrás los restos de mi anterior naufragio,
con la serenidad del que acepta su destino.
Flotaba la isla
entre jirones de mañanera bruma,
rebosante de color, verdor y vida.
Gaviotas Cahuil y cisnes de cuello negro
me dieron la bienvenida,
alrededor aguas turquesas,
tesoros de estas místicas tierras,
en las que el tiempo y la belleza encontraron
el lugar que definitivamente hicieron suyo,
anudándose en mi corazón tripulante.
Esther de Andrés García