A comienzos del mes de julio de 1881 empezaba una nueva etapa veraniega que traería agradables experiencias y viajes para la familia real. Los médicos de cámara se preocupaban por la salud del rey y le aconsejaron una localidad costera por lo beneficioso del mar. Se buscó un lugar tranquilo y un ambiente discreto y privado y se eligió Comillas, donde el gran magnate naviero Antonio López y López había ofrecido su finca y varias residencias para albergar al monarca y a su corte, con todo lujo y comodidad.
En sólo dos meses redecoró su casa y reformó toda la villa en todos sus detalles urbanísticos y ornamentales; más de trescientos artesanos (de Santander y Barcelona) dirigidos por un grupo de arquitectos catalanes trabajaron a destajo. El caserón indiano de don Antonio se amplió, renovó y mejoró con los más novedosos lujos. En la villa, se remozaron sus calles y edificios y se dispuso de un generador eléctrico a vapor que proporcionaba luz eléctrica a la casa y a las calles de Comillas (primer pueblo que contó con la revolucionaria iluminación de la vía pública).
En agradecimiento a los grandes servicios prestados a la corona española, el rey concedió a don Antonio el título de marqués de Comillas en 1878. Un hombre entrañable e inteligente que se desvivió por hacer disfrutar a la familia real durante su estancia en el pueblo que le vio nacer. Los reyes (don Alfonso y María Cristina de Habsburgo) llegaron - junto a las infantas Paz y Eulalia - el 6 de agosto de 1881, saliendo el pueblo entero a recibirles. Los monarcas realizaron un viaje oficial por las provincias del Norte durante veinte días y, por último, llegó la infanta Isabel (La Chata). Se dispusieron excursiones por tierra y mar, jugaron a los bolos... un día se trasladaron hasta Santander en barco para asistir a una corrida de toros. A diario se ofrecían conciertos de música por una orquesta de Madrid y con frecuencia los fuegos artificiales se veían desde el jardín de la residencia del marqués.
Pero el mayor acontecimiento fue el día 28, cuando llegaron a la bahía seis enormes buques de la compañía naviera del marqués; los barcos fondearon y las sirenas sonaron en homenaje al rey, que visitó varios de ellos. Sobre una colina de la villa se construyo un kiosco de hierro para que la familia contemplara la espectacular parada naval. A mediados de septiembre la estancia llegaba a su fin y llegaron a Madrid el día 20 a tiempo para la solemne apertura de las Cortes.
Sin embargo, el anhelado veranero de la casa real en Comillas se vio truncado por una serie de acontecimientos. En 1882, sólo pudieron acudir el rey, las infantas y la reina madre, Isabel II, que había venido a España, ya que la reina estaba embarazada de cinco meses. En 1883 doña María Cristina y las infantitas fueron a Viena. En 1884, el rey empeoró de su enfermedad pulmonar y pasó el verano entre un balneario navarro y Gijón y, por último, en 1885, ya muy enfermo, se quedaron en la Granja, pasando el otoño en el Pardo, lugar en el que falleció, el 25 de noviembre de 1885 (cuatro días antes de cumplir 28 años)...
Comillas, sintió enormemente la muerte del rey, quien no pudo llegar a estrenar el Palacio de Sobrellano, el lugar que el marqués le había construído para sus estancias veraniegas. La aristocracia y alta burguesía siguieron fieles a la hermosa villa cantábrica convirtiéndola en uno de los lugares de veranero más emblemáticos por su calidad y distinción.
lunes, 30 de diciembre de 2019
jueves, 26 de diciembre de 2019
EL CAPRICHO
Una vez terminada Villa Quijano, el resultado fue tan fantástico que le pusieron el nombre de "El Capricho", pieza musical de forma libre y de carácter vivo y animado que se reflejaba en el colorido y viveza de su imagen exterior. La fusión perfecta entre la naturaleza, la arquitectura y la música había dado como resultado una auténtica joya del Modernismo europeo, era como "una gran caja de música cuya fachada, con ritmo ondulante y elegante, tenía forma de pentagrama".
Fue la primera obra de Gaudí y duró dos años (1883-1885). Inspirándose en el arte de India, Persia o Japón, así como en el islámico-hispánico (mudéjar y nazarí), utilizó el azulejo cerámico, los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula; un diseño inteligente y onírico con humanizados espacios interiores habitables y desarrollando las estancias para un aprovechamiento óptimo de las horas del sol, tal como lo hacen los girasoles, siendo la casa también un "gran girasol".
De planta alargada y rectangular (en forma de U) constaba de sótano, planta baja y desván, En el desván, colocó agradables miradores exteriores bajo la cubierta. En la entrada, rompía la forma rectangular colocando una enorme torre, minarete o alminar (persa), que fue el precedente de una solución arquitectónica que aparecería más adelante en otras de sus construcciones. En el remate de la torre circular, revestida con una cerámica vidriada decorada, que acentuaba la verticalidad, se ubicó un mirador cubierto por una cúpula geometrizada sostenida por cuatro finas columnas de fundición y desde el cual se podía contemplar el mar...
En el exterior, ladrillo visto intercalando piezas de tonalidad amarilla y rojiza con cenefas de cerámica vidriada en relieve que imitaban hojas de un verde intenso y delicadas flores de "girasol"; piezas hechas a mano recorrían simétricamente en líneas horizontales todo el perímetro de la casa y enmarcaban el contorno de las ventanas, las chimeneas y la cornisa del tejado. En toda la fachada sur se instaló el invernadero, con paredes de vidrio, y con un sistema de aire que distrubuía el calor por todo el edificio. Allí se cultivarían plantas exóticas traídas de ultramar. En poniente, el salón de juego o música.
El Capricho estaba lleno de detalles y sorpresas que estimulaban su uso y disfrute: los barrotes de los balcones reproducían claves de sol, los artesonados con un modelo diferente en cada habitación, las vidrieras con motivos vegetales o de música, las manillas de las puertas que se adaptaban al tacto de las manos, los banco-balcón, los contrapesos de las ventanas de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.
Fue una verdadera pena que su propietario, don Máximo Díaz de Quijano muriera al poco tiempo de estar terminada la casa, pues falleció en junio de 1885. Su hermana Benita lo heredó y en 1904 su hijo murió soltero y terminó en la familia Güell. La casa cayó en abandono después de la Guerra; en 1969 fue declarada BIC (bien de interés cultural) y en 1975 hubo un intento de trasladarla a Reus; en 1977 lo adquirió un empresario para convertirlo en restaurante; en 1992 lo compró una compañía japonesa y en 2010 se convirtió en museo.
Siempre es una delicia volver a ese mágico lugar en el que te sientes transportada a un cuento de hadas gracias a la extraordinaria adaptación del arquitecto a las características del dueño.
Fue la primera obra de Gaudí y duró dos años (1883-1885). Inspirándose en el arte de India, Persia o Japón, así como en el islámico-hispánico (mudéjar y nazarí), utilizó el azulejo cerámico, los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula; un diseño inteligente y onírico con humanizados espacios interiores habitables y desarrollando las estancias para un aprovechamiento óptimo de las horas del sol, tal como lo hacen los girasoles, siendo la casa también un "gran girasol".
De planta alargada y rectangular (en forma de U) constaba de sótano, planta baja y desván, En el desván, colocó agradables miradores exteriores bajo la cubierta. En la entrada, rompía la forma rectangular colocando una enorme torre, minarete o alminar (persa), que fue el precedente de una solución arquitectónica que aparecería más adelante en otras de sus construcciones. En el remate de la torre circular, revestida con una cerámica vidriada decorada, que acentuaba la verticalidad, se ubicó un mirador cubierto por una cúpula geometrizada sostenida por cuatro finas columnas de fundición y desde el cual se podía contemplar el mar...
En el exterior, ladrillo visto intercalando piezas de tonalidad amarilla y rojiza con cenefas de cerámica vidriada en relieve que imitaban hojas de un verde intenso y delicadas flores de "girasol"; piezas hechas a mano recorrían simétricamente en líneas horizontales todo el perímetro de la casa y enmarcaban el contorno de las ventanas, las chimeneas y la cornisa del tejado. En toda la fachada sur se instaló el invernadero, con paredes de vidrio, y con un sistema de aire que distrubuía el calor por todo el edificio. Allí se cultivarían plantas exóticas traídas de ultramar. En poniente, el salón de juego o música.
El Capricho estaba lleno de detalles y sorpresas que estimulaban su uso y disfrute: los barrotes de los balcones reproducían claves de sol, los artesonados con un modelo diferente en cada habitación, las vidrieras con motivos vegetales o de música, las manillas de las puertas que se adaptaban al tacto de las manos, los banco-balcón, los contrapesos de las ventanas de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.
Fue una verdadera pena que su propietario, don Máximo Díaz de Quijano muriera al poco tiempo de estar terminada la casa, pues falleció en junio de 1885. Su hermana Benita lo heredó y en 1904 su hijo murió soltero y terminó en la familia Güell. La casa cayó en abandono después de la Guerra; en 1969 fue declarada BIC (bien de interés cultural) y en 1975 hubo un intento de trasladarla a Reus; en 1977 lo adquirió un empresario para convertirlo en restaurante; en 1992 lo compró una compañía japonesa y en 2010 se convirtió en museo.
Siempre es una delicia volver a ese mágico lugar en el que te sientes transportada a un cuento de hadas gracias a la extraordinaria adaptación del arquitecto a las características del dueño.
GAUDÍ Y QUIJANO
En 1878, Antoni Gaudí obtuvo el título de arquitecto en Barcelona y empezó a trabajar en el taller del artesano Punti, donde proyectó y se construyó su propio pupitre de dibujo. Allí conoció al comerciante de guantes Comella quien le encargó una vitrina para la Exposición Universal de París y fue - a través de ella - cómo conoció al famoso mecenas Eusebi Güell.
El joven arquitecto se sentía muy comprometido con la construcción y dedicaba más esfuerzo a la realización de la obra que a su diseño. Más tarde diría: "He cansado mucho a los que trabajan conmigo, procurando siempre mejorar las cosas, pero nunca las he dado por buenas hasta que me he convencido de que no podía perfeccionarlas más. Yo soy un artesano con conocimientos de arquitectura".
Eusebi Güell estaba casado con una hija del marqués de Comillas (Antonio López y López) y Gaudí fue ayudante de Martorell cuando realizó el Palacio de Sobrellano y el encargado del mobiliario de su Capilla. Su mecenas (Güell) le fue introduciendo en la élite catalana y su nombre se fue abriendo camino entre ella.
Fue presentado a don Máximo Díaz de Quijano, abogado, culto, escritor, amante de la música y de las plantas, soltero, con la salud delicada y cuya hermana estaba casada con un hermano del marqués. Sentía un gan anhelo de manifestar su fortuna a través del buen gusto, del progreso y de la modernidad haciéndose una casa de verano cercana al Palacio, en la parte occidental.
Según Gaudí: "La arquitectura crea el organismo y por eso éste debe tener una ley en consonancia con las de la naturaleza: los arquitectos que no se sometan a ella hacen un garabato en lugar de una obra de arte". Ambos se entendieron a la perfección, la cualidad se encontró con la oportunidad y don Máximo le brindó la posibilidad de hacer una verdadera obra de arte.
El arquitecto nunca estuvo en el solar, pero tuvo muy en cuenta el lugar para el diseño y la distribución de los espacios de la vivienda, ubicada en un bosque de castaños en pendiente con una inclinación del terreno expuesta al norte hacia un valle que descendía gradualmente hasta el mar. Orientó la construcción de forma que las zonas de día estuvieran abiertas al valle y elaboró una minuciosa maqueta de la vivienda, junto a unos planos muy detallados, que entregó a su amigo y compañero de facultad Cascante, para que ejecutara la obra, pues en ese mismo año (1883) Gaudí estaba llevando a cabo la Casa Vicens en Barcelona. Se ponía así en marcha la construcción de "Villa Quijano".
El joven arquitecto se sentía muy comprometido con la construcción y dedicaba más esfuerzo a la realización de la obra que a su diseño. Más tarde diría: "He cansado mucho a los que trabajan conmigo, procurando siempre mejorar las cosas, pero nunca las he dado por buenas hasta que me he convencido de que no podía perfeccionarlas más. Yo soy un artesano con conocimientos de arquitectura".
Eusebi Güell estaba casado con una hija del marqués de Comillas (Antonio López y López) y Gaudí fue ayudante de Martorell cuando realizó el Palacio de Sobrellano y el encargado del mobiliario de su Capilla. Su mecenas (Güell) le fue introduciendo en la élite catalana y su nombre se fue abriendo camino entre ella.
Según Gaudí: "La arquitectura crea el organismo y por eso éste debe tener una ley en consonancia con las de la naturaleza: los arquitectos que no se sometan a ella hacen un garabato en lugar de una obra de arte". Ambos se entendieron a la perfección, la cualidad se encontró con la oportunidad y don Máximo le brindó la posibilidad de hacer una verdadera obra de arte.
El arquitecto nunca estuvo en el solar, pero tuvo muy en cuenta el lugar para el diseño y la distribución de los espacios de la vivienda, ubicada en un bosque de castaños en pendiente con una inclinación del terreno expuesta al norte hacia un valle que descendía gradualmente hasta el mar. Orientó la construcción de forma que las zonas de día estuvieran abiertas al valle y elaboró una minuciosa maqueta de la vivienda, junto a unos planos muy detallados, que entregó a su amigo y compañero de facultad Cascante, para que ejecutara la obra, pues en ese mismo año (1883) Gaudí estaba llevando a cabo la Casa Vicens en Barcelona. Se ponía así en marcha la construcción de "Villa Quijano".
sábado, 21 de diciembre de 2019
MAZCUERRAS
"Todo el júbilo de la primavera se asomó al cielo y se fundió en un azul profundo, nuevo y triunfante, que recortó en su intensidad milagrosa los montes gigantes, los bravos montes de Cantabria. Blanquearon en el valle todos los senderos tendidos sobre el verde lozano de mieses y praderas, y en todos los nidos se inició una armonía de gorjeos y en todas las hojas rezaron las brisas una plegaria henchida de misteriosas promesas, impregnadas en secretas caricias". (La niña de Luzmela).
Junto al río Pulero, uno de los afluentes del Saja, se halla Mazcuerras, nombrado "Pueblo de Cantabria" en 2008 por sus valores históricos, culturales y ambientales, a media hora de Santander. Conocido como el pueblo de las flores, debido al cultivo de las mismas como una de sus principales actividades económicas, y por cómo adornan sus casas de arquitectura típicamente cantábrica.
Junto a la bolera, en una casa rural del siglo XIX, vivió gran parte de su vida Concha Espina y la "gran glicina" fue plantada por ella el día de su boda en 1893. Allí escribió su primera novela, La niña de Luzmela (1909), de ahí que en 1948 se adoptara Luzmela como nombre co-oficial del pueblo.
Nació en Santander, en el barrio de Sotileza, pero a los trece años su familia se trasladó a la casa de su abuela paterna en Mazcuerras, donde la niña empezaría a escribir. Allí se casó con Ramón de la Serna y se trasladaron a Chile, regresando a España en 1898 con dos hijos (Ramón y Víctor). En 1900, nació en Mazcuerras otro niño que falleció pronto y en 1903 Josefina, su única hija; el más pequeño, Luis, cuatro años más tarde.
Su marido se fue a México y ella se instaló en Madrid con sus cuatro hijos, llegando pronto la separación entre ambos. Su obra como escritora alcanzó notoriedad y reconocimiento y en su casa de la calle Goya celebraba un salón literario todas las semanas, al que asistían personajes de la alta burguesía e intelectuales.
La Guerra del 36 la pilló en su casa de Mazcuerras, donde pasó miedo, frío y muchas calamidades, debido a lo cual terminó perdiendo la vista por completo. Falleció en Madrid, con 86 años, siendo muchas de sus obras adaptadas al cine y al teatro. Tres días antes de morir, el 19 de mayo de 1955, mandó un artículo a ABC con un tarjetón que decía: "Les agradezco que lo publiquen cuando buenamente puedan y tengan espacio".
viernes, 20 de diciembre de 2019
LA ENREDADERA
Este libro narra la historia de dos mujeres que viven en la misma casa, una hermosa villa de indiano en el norte de España, con un siglo de diferencia. La historia está contada en contrapunto y el paralelo entre Clara, la sometida casada con un hombre mayor y rico que construye un palacio para su esposa, y la independiente Julia, que compra la casa cien años después para pasar vacaciones y breves períodos de huída de la gran ciudad, pone de manifiesto parecidas señales de identidad de las dos mujeres acosadas por las trampas inexorables de su sexo.
El espacio narrativo, la casa y el parque, el paso del tiempo marcado por el cambio decisivo del paisaje a través de las cuatro estaciones, sugiere y provoca en ambas mujeres instantes de reflexión, de congoja o melancolía. La memoria, permanente aguijón, compañera inevitable, va reconstruyendo a lo largo de las páginas del libro la personalidad y la vida de los dos personajes femeninos.
La impecable matización sensorial, el intimismo lírico, el rigor, la sensibilidad y la precisión hacen de "La enredadera", la primera novela de Josefina Aldecoa, una obra excelente que incide de forma muy aguda en las claves de la condición femenina.
En el centro de Mazcuerras, frente a la plaza de Concha Espina, se encuentra el palacete de 1882 donde fue escrita la novela y que pertenecía a su autora. A los pocos días de cumplir 85 años, la maestra y novelista, felleció en "Las Magnolias" a la que se había retirado hacía tiempo.
El espacio narrativo, la casa y el parque, el paso del tiempo marcado por el cambio decisivo del paisaje a través de las cuatro estaciones, sugiere y provoca en ambas mujeres instantes de reflexión, de congoja o melancolía. La memoria, permanente aguijón, compañera inevitable, va reconstruyendo a lo largo de las páginas del libro la personalidad y la vida de los dos personajes femeninos.
La impecable matización sensorial, el intimismo lírico, el rigor, la sensibilidad y la precisión hacen de "La enredadera", la primera novela de Josefina Aldecoa, una obra excelente que incide de forma muy aguda en las claves de la condición femenina.
En el centro de Mazcuerras, frente a la plaza de Concha Espina, se encuentra el palacete de 1882 donde fue escrita la novela y que pertenecía a su autora. A los pocos días de cumplir 85 años, la maestra y novelista, felleció en "Las Magnolias" a la que se había retirado hacía tiempo.
jueves, 19 de diciembre de 2019
UNA DAMA DE LAS LETRAS
De ella decía Marañón: "Hace un bien casi físico al lector" y es cierto, era una persona suave, elegante y mesurada que también era capaz de imponer su autoridad y firmeza a los que - llegada la ocasión - podía dominar con unas maneras perfectas y con una dialéctica implacable (casi sin posible réplica). Su rapidez de respuesta, su lucidez y su agudeza eran pasmosas y, en la circunstancias más difícles, o más imprevistas, o más sorprendentes, siempre sabía sacar a relucir una cualidad propia de los seres superiores y que en ella se daba de forma muy sutil: el sentido del humor. Era una mujer que poseía un verdadero atractivo espiritual, un magnetismo nada común...
En todos sus escritos afloraba una línea muy femenina y personal; estaban enriquecidos con su buen gusto, su delicadeza, su búsqueda permanente de lo estético, sin rehuir con valentía una verdad desnuda siempre que lo consideraba necesario. Tenía una inmensa fe en Dios y en sí misma, en su capacidad de trabajo y en su fuerte naturaleza femenina y guerrera, capaz de enfretarse al mundo entero si fuera necesario...
Con enorme entereza y serenidad, sientiéndose sola como nunca habría sido capaz de suponer, encajó los golpes que fueron forjando su vida con dificultades cada vez mayores, pero llevando ya para siempre en los ojos la pena y en la boca el sigilo.
"Que el espíritu se afine y la sensibilidad se depure, ese es mi deseo para la Humanidad y especialmente para nosotras, las mujeres con afán de superación, pues tenemos la fuerza y el poder suficientes para lograrlo e influír con amor y sabiduría en esa labor paciente y cotidiana de hacer renacer de nuevo a los héroes y heroínas que llevamos dentro".
Su unidad estilística y su idea personal de la narración, no describe, más parece que borda los paisajes con hilos finísimos de brillantes colores. Pero entreteje el alma en sus imágenes con tal maestría que sus cuadros se muestran vivos y palpitantes. En España ya no se reeditan sus obras, ni siquierta "La esfinge maragata", quizás la obra maestra de la literatura femenina en lengua castellana.
De nuevo hablo en mi blog de esta gran mujer, Concha Espina, tan injustamente olvidada y que tiene tanto que decir a la mujer del siglo XXI. Ella representa unos valores esencialmente femeninos que nos sirven de referente para no perder el rumbo en un momento en el que la falta de cortesía, de amabilidad, de delicadeza y de respeto no favorece en absoluto la evolución del ser humano. Es uno de mis referentes desde el punto de vista personal y literario que me encanta compartir con mis lectores.
En todos sus escritos afloraba una línea muy femenina y personal; estaban enriquecidos con su buen gusto, su delicadeza, su búsqueda permanente de lo estético, sin rehuir con valentía una verdad desnuda siempre que lo consideraba necesario. Tenía una inmensa fe en Dios y en sí misma, en su capacidad de trabajo y en su fuerte naturaleza femenina y guerrera, capaz de enfretarse al mundo entero si fuera necesario...
Con enorme entereza y serenidad, sientiéndose sola como nunca habría sido capaz de suponer, encajó los golpes que fueron forjando su vida con dificultades cada vez mayores, pero llevando ya para siempre en los ojos la pena y en la boca el sigilo.
"Que el espíritu se afine y la sensibilidad se depure, ese es mi deseo para la Humanidad y especialmente para nosotras, las mujeres con afán de superación, pues tenemos la fuerza y el poder suficientes para lograrlo e influír con amor y sabiduría en esa labor paciente y cotidiana de hacer renacer de nuevo a los héroes y heroínas que llevamos dentro".
Su unidad estilística y su idea personal de la narración, no describe, más parece que borda los paisajes con hilos finísimos de brillantes colores. Pero entreteje el alma en sus imágenes con tal maestría que sus cuadros se muestran vivos y palpitantes. En España ya no se reeditan sus obras, ni siquierta "La esfinge maragata", quizás la obra maestra de la literatura femenina en lengua castellana.
De nuevo hablo en mi blog de esta gran mujer, Concha Espina, tan injustamente olvidada y que tiene tanto que decir a la mujer del siglo XXI. Ella representa unos valores esencialmente femeninos que nos sirven de referente para no perder el rumbo en un momento en el que la falta de cortesía, de amabilidad, de delicadeza y de respeto no favorece en absoluto la evolución del ser humano. Es uno de mis referentes desde el punto de vista personal y literario que me encanta compartir con mis lectores.
sábado, 23 de noviembre de 2019
PERLA DE SANTA TERESA
Nuestra amiga Amparo nos pide que escribamos una entrada en su blog Luz y Arte y, así, de sopetón, no se nos ocurre nada. Pero como no puedo negarme a tan cariñosa solicitud, me pongo a ello en la casi certeza de que, sobre la marcha, alguna idea aterrizará en mi mollera.
Pienso, como posible tema, en Teresa de Jesús, que sé que es una de sus mujeres preferidas. ¿Y de quien no? Y echo una ojeada por mi biblitoca y lo primero que cae en mis manos es su Libro de las Fundaciones, en la estupenda edición de Víctor García de la Concha. Y lo abro al azar, asaltándome de inmediato un temor. ¿Qué puedo encontrar yo de actualidad en esa aparentemente sencilla crónica de una monja andariega atrochando por los polvorientos caminos de la llanura castellana? Entre la infatigable búsqueda de nuevas formas de reconducir la fe religiosa de aquellos días del siglo XVI y la trepidante actualidad informativa de nuestros tiempos, parece que poco pueda ser aprovechable dada la distancia abismal existente entre dos mundos tan lejanos.
A pesar de todo, abro el libro porque mi intuición me dice que puede haber sorpresas. Y vaya que si las hay. En un primer intento, en la página 76 (colección Austral, A 205, 1991) encontramos esta perla:
"El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho".
Vaya sacudida para las conciencias de todos nosotros, engreídos habitantes de esta engreída sociedad, que seguimos apostando por apurar las fuentes del intelecto, de la razón pura, o impura, y de la convención racional, a veces tan fría, mientras que renunciamos a la aproximación directa por la vía del amor. Que, dicho sea de paso, suele ser la más corta, la más cierta y la más contundente. Y aunque no renunciemos a ella manifiestamente, simplemente la relegamos o la posponemos.
Es una lástima que, ahora que disponemos de tantos recursos a nuestro alcance, nos olvidemos de los fundamentos, de las premisas importantes de nuestra conciencia. Y reconozcamos que la monja del siglo XVI todavía oculta en los profundos bolsones de su hábito de carmelita bastantes consejos que serían de gran aplicabilidad en nuestros días.
Manuel Rincón Álvarez
Pienso, como posible tema, en Teresa de Jesús, que sé que es una de sus mujeres preferidas. ¿Y de quien no? Y echo una ojeada por mi biblitoca y lo primero que cae en mis manos es su Libro de las Fundaciones, en la estupenda edición de Víctor García de la Concha. Y lo abro al azar, asaltándome de inmediato un temor. ¿Qué puedo encontrar yo de actualidad en esa aparentemente sencilla crónica de una monja andariega atrochando por los polvorientos caminos de la llanura castellana? Entre la infatigable búsqueda de nuevas formas de reconducir la fe religiosa de aquellos días del siglo XVI y la trepidante actualidad informativa de nuestros tiempos, parece que poco pueda ser aprovechable dada la distancia abismal existente entre dos mundos tan lejanos.
A pesar de todo, abro el libro porque mi intuición me dice que puede haber sorpresas. Y vaya que si las hay. En un primer intento, en la página 76 (colección Austral, A 205, 1991) encontramos esta perla:
"El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho".
Vaya sacudida para las conciencias de todos nosotros, engreídos habitantes de esta engreída sociedad, que seguimos apostando por apurar las fuentes del intelecto, de la razón pura, o impura, y de la convención racional, a veces tan fría, mientras que renunciamos a la aproximación directa por la vía del amor. Que, dicho sea de paso, suele ser la más corta, la más cierta y la más contundente. Y aunque no renunciemos a ella manifiestamente, simplemente la relegamos o la posponemos.
Es una lástima que, ahora que disponemos de tantos recursos a nuestro alcance, nos olvidemos de los fundamentos, de las premisas importantes de nuestra conciencia. Y reconozcamos que la monja del siglo XVI todavía oculta en los profundos bolsones de su hábito de carmelita bastantes consejos que serían de gran aplicabilidad en nuestros días.
Manuel Rincón Álvarez
viernes, 22 de noviembre de 2019
LA DAMA DEL ARMIÑO
En 1585, Catalina Micaela (segunda hija de Felipe II) y su esposo el duque de Saboya llegaron a Italia y, en su paso hacia Turín, el nuevo matrimonio se detuvo en Génova, lugar en el que se produjo el encuentro con la pintora Sofonisba Anguissola. El duque le encargó un cuadro privado para regalar al rey español, su suegro, y ella se comprometió en el acto. Años más tarde (1591), Micaela fue a visitarla de nuevo y nada más verla, vestida de calle, quiso captar aquel momento.
Jamás había pintado un retrato como aquél, pues el afecto que le unía a la infanta (a la que había cuidado y educado en la corte española) facilitó que se liberase al máximo de protocolos estereotipados carentes de calor e intimidad. Dio al cuadro un aire veneciano (influenciada por Bárbara Longhi) con unos colores que le daban cierto exotismo, un poco oriental, del estilo de su admirado pintor cretense El Greco. Consiguió una composición en la que resaltaba una personalidad llena de vida, de mágica belleza, de dulzura y serenidad; de armonía y refinamiento...
Pero la fatalidad quiso que, a los pocos años, Catalina falleciera (en 1597). Sintió una tristeza tan enorme y el abatimiento de la noticia fue tan grande que, durante una larga temporada, le resultó imposible coger los pinceles.
A partir de los estudios de Carmen Bernis y María Kusche, cada vez son más quienes afirman que la autora de este cuadro es Sofonisba Anguissola. La retratada no era una desconocida, no vestía de armiño y su autor no era El Greco, sino que se trataba de la infanta Catalina Micaela con toga de mujer casada, prenda habitual entre las españolas de finales del siglo XVI. La capa se llama "bohemio" y está forrada de piel de lince, que apenas deja ver el traje del que sólo asoma un puño rizado.
En las cuentas reales consta que la infanta pedía a España (a su hermana Isabel Clara Eugenia) "ropas, vasquiñas y bohemios forrados en su parte delantera". El peinado se fue elevando hasta llegar a formar un copete, como el que luce la dama. Por otro lado, la obra se centra entre 1590 y 1597 y el Greco se fue de España en 1585; además, su pintura era mucho más suelta y pastosa que la que se aprecia en esta obra...
Actualmente forma parte de la Colección Stirling Maxwell de la Pollok House of Glasgow (Escocia).
Jamás había pintado un retrato como aquél, pues el afecto que le unía a la infanta (a la que había cuidado y educado en la corte española) facilitó que se liberase al máximo de protocolos estereotipados carentes de calor e intimidad. Dio al cuadro un aire veneciano (influenciada por Bárbara Longhi) con unos colores que le daban cierto exotismo, un poco oriental, del estilo de su admirado pintor cretense El Greco. Consiguió una composición en la que resaltaba una personalidad llena de vida, de mágica belleza, de dulzura y serenidad; de armonía y refinamiento...
Pero la fatalidad quiso que, a los pocos años, Catalina falleciera (en 1597). Sintió una tristeza tan enorme y el abatimiento de la noticia fue tan grande que, durante una larga temporada, le resultó imposible coger los pinceles.
A partir de los estudios de Carmen Bernis y María Kusche, cada vez son más quienes afirman que la autora de este cuadro es Sofonisba Anguissola. La retratada no era una desconocida, no vestía de armiño y su autor no era El Greco, sino que se trataba de la infanta Catalina Micaela con toga de mujer casada, prenda habitual entre las españolas de finales del siglo XVI. La capa se llama "bohemio" y está forrada de piel de lince, que apenas deja ver el traje del que sólo asoma un puño rizado.
En las cuentas reales consta que la infanta pedía a España (a su hermana Isabel Clara Eugenia) "ropas, vasquiñas y bohemios forrados en su parte delantera". El peinado se fue elevando hasta llegar a formar un copete, como el que luce la dama. Por otro lado, la obra se centra entre 1590 y 1597 y el Greco se fue de España en 1585; además, su pintura era mucho más suelta y pastosa que la que se aprecia en esta obra...
Actualmente forma parte de la Colección Stirling Maxwell de la Pollok House of Glasgow (Escocia).
EL ALTO IDEAL DE SOFONISBA
Enviamos invitaciones, que yo misma redacté, a las veinte damas más distinguidas, en las que se podía leer: "Merienda amenizada con música y una charla de temas femeninos". Todas nos confirmaron su asistencia y fue muy gratificante para nosotras comprobar como la preciosa sala del palacio, el café, lo dulces y un concierto de clave (instrumento que sustituía a la espineta) del compositor de moda Claudio Monteverdi, lograron crear el mejor ambiente para que se pudiera llevar a cabo la mencionada charla.
Me permití iniciarla narrando cómo a los 16 años fui invitada en Cremona por la poetisa Paternia Gallerati a mi primera "reunión de damas" en la que la anfitriona nos daba a conocer un libro cuyo título era La Ciudad de las Damas, escrito en 1405 por Christine de Pisan. Era importante que mi exposición fuera clara, concisa y amena pues me disponía a decir en público cuál era el alto ideal hacia el que me dirigía y había consagrado mi vida.
Empecé aclarando que la autora se enfrentaba al sistema misógino que imperaba en la sociedad del silgo XV y se pronunciaba abiertamente a favor de los derechos de las mujeres. En su libro contaba, con gran belleza de estilo, como estando en su estudio la visitaron tres damas que le exhortaban a rebatir las acusaciones de corte patriarcal que se hacían a la mujer. Desde el punto de vista laico, sus nombres eran: Razón, Rectitud y Justicia y desde el teológico: Fe, Esperanza y Caridad.
La Ciudad debería reunir a las mujeres más virtuosas de todos los tiempos para defenderse de las agresiones masculinas. Para ello, primero había que limpiar el terreno de ataques misóginos y después se tenían que erigir los edificios y la fortaleza en el terreno más propicio (el campo de las letras). Los cimientos debían ser sólidos y resistentes (los mejores ejemplos), unidos con la argamasa (tinta) y trabajados con la razón (la inteligencia). La tarea competiría a todas las mujeres, ya que se trataba de un trabajo colectivo nacido de un compromiso. La razón guiaría la construcción y tendrían derecho a recibir la misma educación, que es la única que facilita vivir en igualdad (tanto de sexos como de clases).
Cuando abrí el debate, el silencio fue sepulcral y fue mi suegra la que empezó preguntándome cómo había llegado a tener las ideas tan claras... A raíz de eso, las demás se animaron y hubo varias que, tímidamente todavía, se atrevieron a exponer sus propios puntos de vista...
En 1582, Sofonisba Anguissola iba a cumplir 50 años, estaba casada con Orazio y compartían sus vidas sin cadenas ni ataduras; ella se sentía pletórica, satisfecha, repleta de experiencia y sabiduría que quería regalar y compartir. Bianca, su suegra, que llegó a conocerla muy bien, le propuso organizar un fiesta y ella accedió gustosa...
Fue a partir de aquel momento cuando empezó a firmar sus cuadros como Sofonisba Lomellina Anguissola.
Me permití iniciarla narrando cómo a los 16 años fui invitada en Cremona por la poetisa Paternia Gallerati a mi primera "reunión de damas" en la que la anfitriona nos daba a conocer un libro cuyo título era La Ciudad de las Damas, escrito en 1405 por Christine de Pisan. Era importante que mi exposición fuera clara, concisa y amena pues me disponía a decir en público cuál era el alto ideal hacia el que me dirigía y había consagrado mi vida.
Empecé aclarando que la autora se enfrentaba al sistema misógino que imperaba en la sociedad del silgo XV y se pronunciaba abiertamente a favor de los derechos de las mujeres. En su libro contaba, con gran belleza de estilo, como estando en su estudio la visitaron tres damas que le exhortaban a rebatir las acusaciones de corte patriarcal que se hacían a la mujer. Desde el punto de vista laico, sus nombres eran: Razón, Rectitud y Justicia y desde el teológico: Fe, Esperanza y Caridad.
La Ciudad debería reunir a las mujeres más virtuosas de todos los tiempos para defenderse de las agresiones masculinas. Para ello, primero había que limpiar el terreno de ataques misóginos y después se tenían que erigir los edificios y la fortaleza en el terreno más propicio (el campo de las letras). Los cimientos debían ser sólidos y resistentes (los mejores ejemplos), unidos con la argamasa (tinta) y trabajados con la razón (la inteligencia). La tarea competiría a todas las mujeres, ya que se trataba de un trabajo colectivo nacido de un compromiso. La razón guiaría la construcción y tendrían derecho a recibir la misma educación, que es la única que facilita vivir en igualdad (tanto de sexos como de clases).
Cuando abrí el debate, el silencio fue sepulcral y fue mi suegra la que empezó preguntándome cómo había llegado a tener las ideas tan claras... A raíz de eso, las demás se animaron y hubo varias que, tímidamente todavía, se atrevieron a exponer sus propios puntos de vista...
En 1582, Sofonisba Anguissola iba a cumplir 50 años, estaba casada con Orazio y compartían sus vidas sin cadenas ni ataduras; ella se sentía pletórica, satisfecha, repleta de experiencia y sabiduría que quería regalar y compartir. Bianca, su suegra, que llegó a conocerla muy bien, le propuso organizar un fiesta y ella accedió gustosa...
Fue a partir de aquel momento cuando empezó a firmar sus cuadros como Sofonisba Lomellina Anguissola.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
LA PRUEBA DE MI VERDAD
Muy cerca de la Estación de Termini, en Roma, se alza la iglesia de Santa María de la Victoria, uno de los muchos templos barrocos de una sola nave, diseñados a imagen y semejanza del Gesú, de acuerdo con el espíritu de la Contrarreforma.
Por lo dicho hasta ahora, esta iglesia podría ser una más de tantas que pueblan la Ciudad Eterna. Sin embargo, Santa María de la Victoria oculta un gran sorpresa en su interior ya que alberga, en una de sus capillas laterales, una de las más insignes joyas escultóricas del arte barroco: El Éxtasis de Santa Teresa del gran maestro Bernini, célebre autor de la famosa columnata de San Pedro del Vaticano.
La obra, integrada dentro de la capilla Cornaro, ocupa la parte central de la misma, justo bajo una pequeña claraboya que actúa como fuente de luz natural. A ambos lados, aparecen esculpidos algunos miembros de la familia del Cardenal asomados a una especie de palco, contemplando el éxtasis de Santa Teresa como si fuera un auténtico espectáculo. La reciente canonización de Teresa fue, sin duda, el motivo que llevó a Bernini a elegirla como centro de esta singular composición.
Sin embargo, no deja de ser impactante que el gran maestro se fijara, como vehículo para su expresión artística, en una mujer de Ávila que, además de mujer, era monja - gracias a lo cual pudo ser libre - y escritora.
Y es aquí donde reside la gran maravilla de este acontecimiento: en la condición de escritora de Santa Teresa. Y es que el artista no está esculpiendo una santa al modo en que estamos acostumbrados; no traza la imagen de una mujer que posa sin más ante el visitante. Bernini - y he aquí la maravilla - esculpe a Teresa viviendo una experiencia personal que ella misma nos ha relatado en su biografía y que el artista, sin duda, leyó. ¡Bernini esculpe la transverberación de la santa y lo hace siendo absolutamente fiel al relato que ha leído en el libro que ella escribió!
Porque Santa Teresa es también una mujer de acción que escribe y es su escritura la que, precisamente, se convierte en tema para la expresión artísitca, la escritura en libertad de Teresa, ajena a todo molde y muy alejada de los convencionalismos que marcaban la literatura de su tiempo. Porque Teresa escribe para comunicarse; para dar fiel testimonio de su vida; escribe para servir con su pluma a los demás; para dejar huella de su paso por el mundo; y para seguir siendo útil tras su propia muerte.
"Aquí está mi firmeza, aquí mi seguridad, la prueba de mi verdad, la muestra de mi firmeza".
¡Para conjurar los males de estos tiempos recios unámonos a Bernini y leamos a Santa Teresa!
Ana Concha
Por lo dicho hasta ahora, esta iglesia podría ser una más de tantas que pueblan la Ciudad Eterna. Sin embargo, Santa María de la Victoria oculta un gran sorpresa en su interior ya que alberga, en una de sus capillas laterales, una de las más insignes joyas escultóricas del arte barroco: El Éxtasis de Santa Teresa del gran maestro Bernini, célebre autor de la famosa columnata de San Pedro del Vaticano.
La obra, integrada dentro de la capilla Cornaro, ocupa la parte central de la misma, justo bajo una pequeña claraboya que actúa como fuente de luz natural. A ambos lados, aparecen esculpidos algunos miembros de la familia del Cardenal asomados a una especie de palco, contemplando el éxtasis de Santa Teresa como si fuera un auténtico espectáculo. La reciente canonización de Teresa fue, sin duda, el motivo que llevó a Bernini a elegirla como centro de esta singular composición.
Sin embargo, no deja de ser impactante que el gran maestro se fijara, como vehículo para su expresión artística, en una mujer de Ávila que, además de mujer, era monja - gracias a lo cual pudo ser libre - y escritora.
Y es aquí donde reside la gran maravilla de este acontecimiento: en la condición de escritora de Santa Teresa. Y es que el artista no está esculpiendo una santa al modo en que estamos acostumbrados; no traza la imagen de una mujer que posa sin más ante el visitante. Bernini - y he aquí la maravilla - esculpe a Teresa viviendo una experiencia personal que ella misma nos ha relatado en su biografía y que el artista, sin duda, leyó. ¡Bernini esculpe la transverberación de la santa y lo hace siendo absolutamente fiel al relato que ha leído en el libro que ella escribió!
Porque Santa Teresa es también una mujer de acción que escribe y es su escritura la que, precisamente, se convierte en tema para la expresión artísitca, la escritura en libertad de Teresa, ajena a todo molde y muy alejada de los convencionalismos que marcaban la literatura de su tiempo. Porque Teresa escribe para comunicarse; para dar fiel testimonio de su vida; escribe para servir con su pluma a los demás; para dejar huella de su paso por el mundo; y para seguir siendo útil tras su propia muerte.
"Aquí está mi firmeza, aquí mi seguridad, la prueba de mi verdad, la muestra de mi firmeza".
¡Para conjurar los males de estos tiempos recios unámonos a Bernini y leamos a Santa Teresa!
Ana Concha
martes, 15 de octubre de 2019
NOSTALGIA
Las hojas taciturnas, se desvanecen,
en los árboles cercanos abunda el amarillo,
el verdor es un recuerdo
nostalgia de los meses transcurridos.
Recogemos las cosechas
haciendo acopio, para lo venidero
y en nuestras bodegas personales,
catamos el atrufado vino.
Dulce como el néctar
que los dioses bebieron
o amargo como lágrimas en racimo
todo se dá,
según el tiempo que acontezca.
Discurre el escaso arroyo en la montaña,
esperando las lluvias que aún no llegan;
los días menguan suaves
los pajarillos enlentecen sus trinos,
buscamos la belleza allí donde se encuentra
dejando al otoño bañar nuestro destino.
Esther de Andrés
en los árboles cercanos abunda el amarillo,
el verdor es un recuerdo
nostalgia de los meses transcurridos.
Recogemos las cosechas
haciendo acopio, para lo venidero
y en nuestras bodegas personales,
catamos el atrufado vino.
Dulce como el néctar
que los dioses bebieron
o amargo como lágrimas en racimo
todo se dá,
según el tiempo que acontezca.
Discurre el escaso arroyo en la montaña,
esperando las lluvias que aún no llegan;
los días menguan suaves
los pajarillos enlentecen sus trinos,
buscamos la belleza allí donde se encuentra
dejando al otoño bañar nuestro destino.
Esther de Andrés
domingo, 29 de septiembre de 2019
LES FLÂNEUSES
La imagen del flâneur recorriendo las calles del París del siglo XIX se ha convertido en un icono cultural. Pero, ¿y las flâneuses? Ellas también existieron, aunque fueran invisibilizadas o denostadas. Su voluntad de hacerse presentes en el espacio urbano y reclamar una voz propia abrió paso a una serie de derechos que aún hoy necesitamos consolidar; derecho a ocupar las calles; derecho a mirar sin ser vistas; derecho a no consumir ni ser consumidas; derecho a existir en solitario; derecho a la autoría. Este recorrido crítico por la historia de las flâneuses, que reúne a un nutrido grupo de escritoras, pensadoras y activistas, es de plena vigencia y se convierte en todo un manifiesto literario y feminista que reivindica el caminar como acto de insubordinación. "Necesitamos ser, volver a ser, flâneuses. Debemos seguir siendo paseantes incómodas". (Contraportada del libro La Revolución de las Flâneuses de Anna María Iglesia).
Un joven llamado René Caillebotte se asoma desde la ventana en el distrito VIII de París en el año 1875. No vemos su rostro, no sabemos hacia dónde dirige su mirada, sólo podemos intuirlo. Frente a él se extiende París. El Boulevard Malesherbes, particularmente vacío, apenas se ve a nadie: dos coches de caballos avanzan por la calle y una pareja camina lentamente... y, justo por el centro del amplio bulevar, una mujer avanza en dirección norte. Camina sola, mirando hacia el frente, nada parece distraerla de su recorrido.
René es un hombre que - desde la distancia - observa el espectáculo urbano.
Durante décadas no se ha considerado la figura literaria de la flâneuse por eso debemos preguntarnos qué papel ejercía la mujer a la hora de generar una experiencia urbana a partir de su propia identidad de género y, consecuentemente, producir una narrativa urbana. La mirada sobre la ciudad era un privilegio masculino que fue desafiado por George Sand escondida tras las vestimentas masculinas sin las cuales no habría podido narrar la ciudad y apropiarse del espacio público introduciendo en el relato urbano una nueva mirada, la mirada femenina.
Es necesario, aquí y ahora, hablar de la flâneuse en tanto que mujer que interviene en el espacio público, que reclama su sitio, reclama poder hablar y ser escuchada. La flâneuse es la mujer a la que no se le retira la voz, sino que reclama construir su propio relato y sus propias prácticas urbanas porque la ciudad es un espacio de libertad. Puede que el flâneur haya muerto, pero puede que la revolución de las flâneuses nos permita reactualizar el concepto y proponerlo como una forma de crítica, de contestación, de perpetua transgresión.
Puede que sea la figura de la mujer la que - ahora más que nunca - nos permita pensar el caminar (ocupar el espacio público, tomar la voz, ensayar un discurso propio) como una herramienta y un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de resistir ante el miedo y la represión.
Un joven llamado René Caillebotte se asoma desde la ventana en el distrito VIII de París en el año 1875. No vemos su rostro, no sabemos hacia dónde dirige su mirada, sólo podemos intuirlo. Frente a él se extiende París. El Boulevard Malesherbes, particularmente vacío, apenas se ve a nadie: dos coches de caballos avanzan por la calle y una pareja camina lentamente... y, justo por el centro del amplio bulevar, una mujer avanza en dirección norte. Camina sola, mirando hacia el frente, nada parece distraerla de su recorrido.
René es un hombre que - desde la distancia - observa el espectáculo urbano.
Durante décadas no se ha considerado la figura literaria de la flâneuse por eso debemos preguntarnos qué papel ejercía la mujer a la hora de generar una experiencia urbana a partir de su propia identidad de género y, consecuentemente, producir una narrativa urbana. La mirada sobre la ciudad era un privilegio masculino que fue desafiado por George Sand escondida tras las vestimentas masculinas sin las cuales no habría podido narrar la ciudad y apropiarse del espacio público introduciendo en el relato urbano una nueva mirada, la mirada femenina.
Es necesario, aquí y ahora, hablar de la flâneuse en tanto que mujer que interviene en el espacio público, que reclama su sitio, reclama poder hablar y ser escuchada. La flâneuse es la mujer a la que no se le retira la voz, sino que reclama construir su propio relato y sus propias prácticas urbanas porque la ciudad es un espacio de libertad. Puede que el flâneur haya muerto, pero puede que la revolución de las flâneuses nos permita reactualizar el concepto y proponerlo como una forma de crítica, de contestación, de perpetua transgresión.
Puede que sea la figura de la mujer la que - ahora más que nunca - nos permita pensar el caminar (ocupar el espacio público, tomar la voz, ensayar un discurso propio) como una herramienta y un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de resistir ante el miedo y la represión.
LE FLÂNEUR
"Su ojo abierto, su oído preparado, buscan otra cosa distinta a la que la muchedumbre viene a ver. Una palabra dicha al azar le va a revelar uno de esos rasgos de carácter que no pueden inventarse y que hay que tomar del natural; esas fisonomías tan ingenuamente atentas van a proporcionar al pintor una expresión que él soñaba; un ruido insignificante para cualquier otro oído, va a llamar la atención al del músico y darle la idea de una combinación armónica; incluso al pensador, al filósofo perdido en sus reflexiones, esa agitación exterior le es beneficiosa, porque mezcla y sacude sus ideas, como hace la tempestad con las olas del mar". (Libro de los Pasajes de Walter Benjamin).
El "flâneur" es un tipo literario de la Francia del siglo XIX, inseparable de cualquier estampa de las calles del París de Haussmann. Llevaba aparejado un conjunto de rasgos variopintos: el personaje indolente, el explorador urbano, el individuo curtido de la calle... Pero fue Walter Benjamin quien - a partir de la poesía de Charles Baudelaire - le hizo objeto del interés académico como figura emblemática de la experiencia urbana moderna, una figura importante para estudiosos, artistas y literatos.
Según Sainte Beuve: "La flânerie es lo más opuesto a no hacer nada". Para Balzac es "la gastronomía de los ojos", para Walter Benjamin "la figura esencial del moderno espectador urbano, un investigador de la ciudad... que conoce su fin con la llegada de la sociedad de consumo".
Contrapuesto a la figura del "badau" (mirón), el flâneur siempre se halla en completo dominio de su individualidad, mientras que el badau es un ser impersonal, de la masa.
Robert Walser escribió en 1917 un relato corto titulado "El Paseo", una pieza emblemática de la literatura del flâneur. Nassim Nicholas Taleb, en "Why I walk" nos ofrece con la figura del flâneur una manera filosófica de vivir y de pensar, un proceso de descubrimiento y aprendizaje.
El térmio surgió en el siglo XVII para expresar la idea de pasear como un esparcimiento y pérdida de tiempo, pero en el siglo XIX cobró identidad propia al adquirir toda una serie de cualidades y atributos. En el momento actual hay un revival del paseante consciente y eso es una gran noticia que beneficia - de forma transversal - al ser humano, pues vuelve a retomar su propia identidad, a ver las cosas y pasarlas por sus propios filtros sin consentir que se lo den hecho. El individuo empieza de nuevo a tomar las riendas de su propia forma de estar en el mundo y creo que eso es un paso evolutivo digno de mencionar, sobre todo ahora que acabamos de estrenar el otoño...
Según Sainte Beuve: "La flânerie es lo más opuesto a no hacer nada". Para Balzac es "la gastronomía de los ojos", para Walter Benjamin "la figura esencial del moderno espectador urbano, un investigador de la ciudad... que conoce su fin con la llegada de la sociedad de consumo".
Contrapuesto a la figura del "badau" (mirón), el flâneur siempre se halla en completo dominio de su individualidad, mientras que el badau es un ser impersonal, de la masa.
Robert Walser escribió en 1917 un relato corto titulado "El Paseo", una pieza emblemática de la literatura del flâneur. Nassim Nicholas Taleb, en "Why I walk" nos ofrece con la figura del flâneur una manera filosófica de vivir y de pensar, un proceso de descubrimiento y aprendizaje.
El térmio surgió en el siglo XVII para expresar la idea de pasear como un esparcimiento y pérdida de tiempo, pero en el siglo XIX cobró identidad propia al adquirir toda una serie de cualidades y atributos. En el momento actual hay un revival del paseante consciente y eso es una gran noticia que beneficia - de forma transversal - al ser humano, pues vuelve a retomar su propia identidad, a ver las cosas y pasarlas por sus propios filtros sin consentir que se lo den hecho. El individuo empieza de nuevo a tomar las riendas de su propia forma de estar en el mundo y creo que eso es un paso evolutivo digno de mencionar, sobre todo ahora que acabamos de estrenar el otoño...
sábado, 24 de agosto de 2019
EL AMOR QUE ES VIDA
"El amor que es vida" es el título de un libro escrito por el prestigioso psicólogo Bernabé Tierno en el que nos ofrece las claves fundamentales necesarias para fortalecer nuestras relaciones afectivas y entender el amor como un continuo aprendizaje en sus diferentes facetas: altruista, amor a la familia, a los amigos, al trabajo, a la naturaleza, a un ser superior, a la humanidad, a la profesión, a los animales... A través de las enseñanzas del autor, recogidas por una de sus alumnas, recibiremos consejos fundamentales para que nuestra vida emprenda el rumbo deseado y sea más plena. Aprenderemos a ejercitar el amor que todos llevamos dentro, a liberarnos de las trabas que nos impiden ser felices y convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
"El amor es la fuerza incontenible de nuestra vida, la energía más potente, el quinto elemento". El amor cimenta nuestra vida y le da sentido; es una energía suprema transformadora que todos deseamos. Sin embargo, el desamor puede hacernos perder nuestro equilibrio emocional, la salud e incluso el buen ritmo de la existencia..
El amor líquido que se está viviendo es consecuencia de una sociedad líquida, que no se plantea vínculos duraderos en el amor, lo que ocasiona conflictos personales y genera una falsa felicidad que deja un vacío permanente en la persona que se relaciona con ausencia de compromiso. Como reacción a ello, algunos psicólogos modernos hablan de la "heterobenevolencia", es decir, amor de verdad. El amor que sale de lo más hondo del ser humano, el que es capaz de condicionar la propia felicidad a la de la persona amada. Contigo y por tí soy más, me siento mejor, y hacerte felíz es mi proyecto de vida.
El autor nos da cinco pilares sólidos para una relación sólida con vocación de estabilidad y futuro:
· Tener fe en el amor, en uno mismo y en el otro.
· Respetar y aceptar al otro como es.
· Escuchar de manera activa y empática, acogedora y muy positiva. Nos atendemos, nos pensamos y nos sentimos el uno al otro.
· Vivir y disfrutar gozosamente del día a día de la vida, compartiendo la propia plenitud con la del amado.
La consistencia de estos cinco pilares constituyen la garantía del mejor amor posible, del amor que brota de lo más profundo y que se basa en el sano principio de "yo gano-tú ganas" (winner-winner), que nos ayuda a despojarnos del egoísmo infantil y de la necesidad de tener siempre la razón.
Pasemos de un amor líquido o gaseoso a un amor responsable y consistente, pues como dice John Gay, "quien no amó nunca, no ha vivido jamás". Y es que vivimos por y para amar. Amar y ser amado es primordial porque nos ofrece la unidad, la plenitud y la transcendencia imprescindibles para el día a día...
"El amor es la fuerza incontenible de nuestra vida, la energía más potente, el quinto elemento". El amor cimenta nuestra vida y le da sentido; es una energía suprema transformadora que todos deseamos. Sin embargo, el desamor puede hacernos perder nuestro equilibrio emocional, la salud e incluso el buen ritmo de la existencia..
El amor líquido que se está viviendo es consecuencia de una sociedad líquida, que no se plantea vínculos duraderos en el amor, lo que ocasiona conflictos personales y genera una falsa felicidad que deja un vacío permanente en la persona que se relaciona con ausencia de compromiso. Como reacción a ello, algunos psicólogos modernos hablan de la "heterobenevolencia", es decir, amor de verdad. El amor que sale de lo más hondo del ser humano, el que es capaz de condicionar la propia felicidad a la de la persona amada. Contigo y por tí soy más, me siento mejor, y hacerte felíz es mi proyecto de vida.
El autor nos da cinco pilares sólidos para una relación sólida con vocación de estabilidad y futuro:
· Tener fe en el amor, en uno mismo y en el otro.
· Respetar y aceptar al otro como es.
· Escuchar de manera activa y empática, acogedora y muy positiva. Nos atendemos, nos pensamos y nos sentimos el uno al otro.
· Vivir y disfrutar gozosamente del día a día de la vida, compartiendo la propia plenitud con la del amado.
La consistencia de estos cinco pilares constituyen la garantía del mejor amor posible, del amor que brota de lo más profundo y que se basa en el sano principio de "yo gano-tú ganas" (winner-winner), que nos ayuda a despojarnos del egoísmo infantil y de la necesidad de tener siempre la razón.
Pasemos de un amor líquido o gaseoso a un amor responsable y consistente, pues como dice John Gay, "quien no amó nunca, no ha vivido jamás". Y es que vivimos por y para amar. Amar y ser amado es primordial porque nos ofrece la unidad, la plenitud y la transcendencia imprescindibles para el día a día...
jueves, 4 de julio de 2019
EMILIA Y SOR ÁGREDA
La obra "Mística Ciudad de Dios" fue publicada post mortem en 1670 y es considerada como una de las obras cumbres de la literatura española de todos los tiempos. Sor María de Ágreda (1602-1665), su autora, fue la escritoria ascético-mística más importante del Barroco español, equiparable a Santa Teresa. Era muy conocida por sus éxtasis, sus visiones prodigiosas, sus virtudes y su don de bilocación. Fue asesora del rey Felipe IV y mantuvo con él una importante correspondencia.
Entró como clásica de la literatura española, en el siglo XVIII, a través del Diccionario de Autoridades por su maestría en el manejo del idioma. Nació en Ágreda (Soria) y allí vivió hasta su muerte; escribió dentro de los muros conventuales, sin embargo tenía conocimiento pleno de la realidad histórica y literaria de su tiempo y estaba al día de todo lo que pasaba en la corte gracias a las cartas que se escribían Francisco de Borja (capellán de las Descalzas Reales e hijo natural del virrey de Aragón, Fernando de Borja) y ella.
Sor María, en su Mística Ciudad de Dios, escribió la historia de la Virgen María revelada por la propia Virgen. A través de su ejemplo, la Virgen nos conduce a la luz, a la perfección y a la unión con Dios, y lo hace como madre (manantial de infinita misericordia), guiándonos y brindándonos su amparo. Nos da la confianza suficiente para que nos consideremos sus amados hijos y nos ofrece la oportunidad de que podamos imitarla en su vida de oración, humildad, fidelidad, sacrificio y sencillez.
En 1899, Emilia Pardo Bazán, atraída por esta teología escrita y protagonizada por mujeres, publicó "Vida de la Virgen María" según la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda. Emilia eliminó lo superflúo y barroco para un lector del siglo XIX, resaltando la belleza de la narración y la maestría de Sor María en el arte de escribir. Una escritura que - según Emilia - unos momentos parece pintura y otros momentos parece música. En el prólogo, la califica como teóloga, pues por primera vez la mujer deja de ser objeto en manos de intérpretes, por primera vez la mujer es leída por sí misma, por sus propios atributos como escritora, más allá de cualquier interés creado.
¿Por qué escribió Sor María todo lo que escribió? Para eleborar un modelo femenino, un referente, en el que poder reflejar su propio concepto de fe y divinidad. Transforma a la Virgen en el centro de su fe, haciendo de ella la reina de la sabiduría; además, nos hace ver que acepta transformarse en madre de Dios por su propia voluntad y que, como reina de los cielos, dialoga de igual a igual con El Señor. Cree firmemente en el poder de la palabra y que ha sido elegida para mostrar el ascenso hacia la perfección. Sólo cuando se alcanza ese estado de gracia, al que se ha llegado a través de la virtud, nos hallamos en el jardín espiritual donde florece el alma.
Kekaritomene, plena de gracia, decoro, hermosura, amabilidad, belleza honda y patente. Se trata de una hermosura que rebosa, que irradia, y se halla envuelta y envuelve en una atmósfera de amor.
Entró como clásica de la literatura española, en el siglo XVIII, a través del Diccionario de Autoridades por su maestría en el manejo del idioma. Nació en Ágreda (Soria) y allí vivió hasta su muerte; escribió dentro de los muros conventuales, sin embargo tenía conocimiento pleno de la realidad histórica y literaria de su tiempo y estaba al día de todo lo que pasaba en la corte gracias a las cartas que se escribían Francisco de Borja (capellán de las Descalzas Reales e hijo natural del virrey de Aragón, Fernando de Borja) y ella.
Sor María, en su Mística Ciudad de Dios, escribió la historia de la Virgen María revelada por la propia Virgen. A través de su ejemplo, la Virgen nos conduce a la luz, a la perfección y a la unión con Dios, y lo hace como madre (manantial de infinita misericordia), guiándonos y brindándonos su amparo. Nos da la confianza suficiente para que nos consideremos sus amados hijos y nos ofrece la oportunidad de que podamos imitarla en su vida de oración, humildad, fidelidad, sacrificio y sencillez.
En 1899, Emilia Pardo Bazán, atraída por esta teología escrita y protagonizada por mujeres, publicó "Vida de la Virgen María" según la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda. Emilia eliminó lo superflúo y barroco para un lector del siglo XIX, resaltando la belleza de la narración y la maestría de Sor María en el arte de escribir. Una escritura que - según Emilia - unos momentos parece pintura y otros momentos parece música. En el prólogo, la califica como teóloga, pues por primera vez la mujer deja de ser objeto en manos de intérpretes, por primera vez la mujer es leída por sí misma, por sus propios atributos como escritora, más allá de cualquier interés creado.
Kekaritomene, plena de gracia, decoro, hermosura, amabilidad, belleza honda y patente. Se trata de una hermosura que rebosa, que irradia, y se halla envuelta y envuelve en una atmósfera de amor.
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EMILIA PARDO BAZÁN,
ESCRITORA,
KEKARITOMENE,
MÍSTICA CIUDAD DE DIOS,
MUJER,
SANTA TERESA,
SIGLO DE ORO,
SOR ÁGREDA,
TEÓLOGA
domingo, 30 de junio de 2019
EMILIA Y EL ATENEO
El miércoles 27 de enero de 1897, el periódico El Liberal hablaba de los cursos superiores que eran explicados por eminencias de la ciencia, la política y la literatura en el Ateneo de Madrid. Las nuevas conferencias habían despertado un entusiasmo general, sincero y legítimo, motivo por el cual acudía a él gente de calidad: la aristocracia social había respondido al llamamiento de la aristocracia de los intelectuales. Por las tardes, a la hora de comenzar la conferencia de turno, se formaba una larga fila de coches que se iban deteniendo en la calle del Prado para dejar en la puerta del Ateneo a damas encopetadas del más alto linaje (generalmente abonadas al Real).
Dentro de uno de los llamados "lunes clásicos del Ateneo", Emilia Pardo Bazán, vestida sencillamente de negro, impartió su segunda lección del curso sobre los orígenes de la influencia en la literatura francesa de la literatura del norte. Políticos, literatos, marquesas, condesas, señoras y señoritas bellísimas así como el núcleo de mujeres estudiosas de Madrid, aplaudían efusivamente a la brillante conferenciante...
El Ateneo de Madrid es la Institución Cultural Ciudadana más antigua de la capital. Se fundó en 1820 bajo el lema "sin ilustración pública no hay verdadera libertad". Sus fundadores propusieron como definición la formación de una sociedad patriótica y literaria para la comunicación de las ideas, el cultivo de las artes y las letras y el estudio de las ciencias exactas, morales, políticas... y contrbuir, en cuanto estuviese a su alcance, a propagar las luces entre sus conciudadanos.
Emilia, el 2 de febrero de 1905, ingresó como la primera mujer socia con el número 7.925. "Soy la primera mujer que pisa oficialmente el Ateneo y esto es para mí una de las mayores satisfacciones que he recibido", comentaba unos días despues. En seguida lo solicitaron también Blanca de los Ríos y Carmen de Burgos, destacadas feministas que fueron admitidas el 10 de marzo.
El primer día que se sentó en la tribuna había mucha expectación. Toda la prensa de la época se hizo eco de ello. Habló sobre "La revolución literaria en Rusia", presentando un estudio muy trabajado y demostró ser una gran oradora cultivada y con mucho ingenio. En 1906, se la nombró Presidenta de la Sección de Literatura y se la hicieron fotos ante una máquina de escribir, invento muy avanzado que era todo un símbolo de modernidad.
Éste es el único cuadro de una mujer que hay, en la actualidad, en el Ateneo. Visionaria de un tiempo que estaba por venir y escritoria autoconsciente de su papel como mujer, su mutación interna fue producto del esfuerzo incesante para tratar de dar respuesta a las preguntas que le surgían. En su obra nos ha dejado una prueba palpable y valiosa de ese cambio y la seguridad de que la mujer debe desarrollarse por completo como persona, debe cumplir su destino sin titubear.
Dentro de uno de los llamados "lunes clásicos del Ateneo", Emilia Pardo Bazán, vestida sencillamente de negro, impartió su segunda lección del curso sobre los orígenes de la influencia en la literatura francesa de la literatura del norte. Políticos, literatos, marquesas, condesas, señoras y señoritas bellísimas así como el núcleo de mujeres estudiosas de Madrid, aplaudían efusivamente a la brillante conferenciante...
El Ateneo de Madrid es la Institución Cultural Ciudadana más antigua de la capital. Se fundó en 1820 bajo el lema "sin ilustración pública no hay verdadera libertad". Sus fundadores propusieron como definición la formación de una sociedad patriótica y literaria para la comunicación de las ideas, el cultivo de las artes y las letras y el estudio de las ciencias exactas, morales, políticas... y contrbuir, en cuanto estuviese a su alcance, a propagar las luces entre sus conciudadanos.
Emilia, el 2 de febrero de 1905, ingresó como la primera mujer socia con el número 7.925. "Soy la primera mujer que pisa oficialmente el Ateneo y esto es para mí una de las mayores satisfacciones que he recibido", comentaba unos días despues. En seguida lo solicitaron también Blanca de los Ríos y Carmen de Burgos, destacadas feministas que fueron admitidas el 10 de marzo.
El primer día que se sentó en la tribuna había mucha expectación. Toda la prensa de la época se hizo eco de ello. Habló sobre "La revolución literaria en Rusia", presentando un estudio muy trabajado y demostró ser una gran oradora cultivada y con mucho ingenio. En 1906, se la nombró Presidenta de la Sección de Literatura y se la hicieron fotos ante una máquina de escribir, invento muy avanzado que era todo un símbolo de modernidad.
Éste es el único cuadro de una mujer que hay, en la actualidad, en el Ateneo. Visionaria de un tiempo que estaba por venir y escritoria autoconsciente de su papel como mujer, su mutación interna fue producto del esfuerzo incesante para tratar de dar respuesta a las preguntas que le surgían. En su obra nos ha dejado una prueba palpable y valiosa de ese cambio y la seguridad de que la mujer debe desarrollarse por completo como persona, debe cumplir su destino sin titubear.
sábado, 29 de junio de 2019
LA REVISTA DE EMILIA
"Recibo hoy mucho más de lo que he dado a pesar de que a ningún escritor vivo, y acaso a ninguno de mi generación le han sido dirigidos los ataques que a mí. Hasta esta satisfacción me han brindado: la de creer que por mí se rompe otro molde viejo. La dama de mi estatua queda recortada sobre el cielo".
Cuando tenía 40 años y estaba en plena madurez literaria, Emilia Pardo Bazán, con ayuda de la herencia recibida de su padre, decidió (en 1891) emprender una admirable aventura: la fundación de una revista unipersonal , "El Nuevo Teatro Crítico", cuyo título era un homenaje a la obra de su admirado padre Feijoo, quien tenía una mente abierta y amplia en el siglo XVIII y, sin dejar la ortodoxia, atacaba prejuicios y falsedades con ideas abiertas y progresistas, sobre todo acerca de la mujer. Dirigida, financiada y escrita sólo por ella, era una revista cultural con cien páginas cada ejemplar, en cuyas secciones se podían destacar la creación literaria (cuentos y crónicas de viaje), crítica literaria (de escritores españoles y extranjeros) y artículos de temática diversa.
En un primer momento tuvo mucho éxito, pues con su estilo directo y sincero acrecentó la polémica, que ella no desdeñó, pero le crearon fama de vehemente y revolucionaria. A pesar del cuidado y el rigor con que revisaba, corregía y reescribía sus textos, cuando llevaba 30 números (en 1893), decidió que la experiencia había terminado, pues el excesivo trabajo, un cierto desencanto y las dificultades económicas le condujeron a decir: "termino mi andadura con menos humor y mucho menos dinero..."
Incomodaba por su sabiduría y savoir faire, pero políglota e infatigable viajera llevó a cabo una labor importantísima como intelectual y como mujer. Le entusiasmaba la sutileza del encaje y admiraba el trabajo de las encajeras de Camariñas (en la costa) porque le servían de ejemplo a la hora de escribir. Y es cierto que sus textos tienen esa filigrana verbal, un lenguaje delicioso, un esmerado vocabulario, una estructuración sintáctica mágica. Uno de sus cuentos, "El encaje roto", lo demuestra.
Me temo que Emilia Pardo Bazán es poco conocida, a pesar de su sonoro nombre. Su feminidad y exquisitez complementan perfectamente su activismo y oficio de escritora. Su personalidad es tan desbordante que hay que ir profundizando en ella de forma transversal, pero sobre todo leyéndola...
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Cuando tenía 40 años y estaba en plena madurez literaria, Emilia Pardo Bazán, con ayuda de la herencia recibida de su padre, decidió (en 1891) emprender una admirable aventura: la fundación de una revista unipersonal , "El Nuevo Teatro Crítico", cuyo título era un homenaje a la obra de su admirado padre Feijoo, quien tenía una mente abierta y amplia en el siglo XVIII y, sin dejar la ortodoxia, atacaba prejuicios y falsedades con ideas abiertas y progresistas, sobre todo acerca de la mujer. Dirigida, financiada y escrita sólo por ella, era una revista cultural con cien páginas cada ejemplar, en cuyas secciones se podían destacar la creación literaria (cuentos y crónicas de viaje), crítica literaria (de escritores españoles y extranjeros) y artículos de temática diversa.
En un primer momento tuvo mucho éxito, pues con su estilo directo y sincero acrecentó la polémica, que ella no desdeñó, pero le crearon fama de vehemente y revolucionaria. A pesar del cuidado y el rigor con que revisaba, corregía y reescribía sus textos, cuando llevaba 30 números (en 1893), decidió que la experiencia había terminado, pues el excesivo trabajo, un cierto desencanto y las dificultades económicas le condujeron a decir: "termino mi andadura con menos humor y mucho menos dinero..."
Incomodaba por su sabiduría y savoir faire, pero políglota e infatigable viajera llevó a cabo una labor importantísima como intelectual y como mujer. Le entusiasmaba la sutileza del encaje y admiraba el trabajo de las encajeras de Camariñas (en la costa) porque le servían de ejemplo a la hora de escribir. Y es cierto que sus textos tienen esa filigrana verbal, un lenguaje delicioso, un esmerado vocabulario, una estructuración sintáctica mágica. Uno de sus cuentos, "El encaje roto", lo demuestra.
Me temo que Emilia Pardo Bazán es poco conocida, a pesar de su sonoro nombre. Su feminidad y exquisitez complementan perfectamente su activismo y oficio de escritora. Su personalidad es tan desbordante que hay que ir profundizando en ella de forma transversal, pero sobre todo leyéndola...
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DOÑA VERDADES
Doña Emilia Pardo Bazán contribuyó al desarrollo intelectual y la participación civil de las mujeres, pues su feminismo tenía un carácter progresista e institucional. A través de la literatura y su activismo, llevó a cabo grandes aportaciones humanísticas que calaron profundamente en la sociedad. Y, a pesar de que - a finales del siglo XIX y principios del XX - existía una especie de burbuja intelectual, ella triunfó entre los señores de las letras, pues su obra fue reconocida como extraordiaria entre muchos de los escritores contemporáneos nacionales y extranjeros. El mismo Zola se asombró ante su naturalismo católico, una aparente contradicción que fue el gran sello de Emilia.
Colaboró, entre otras, en la revista cultural más importante del momento: "La España Moderna", comparable a la Revue de deux mondes. Ejerció de crítica literaria, publicó algunos de sus artículos más relevantes sobre el feminismo, cuentos y novelas por entregas, llevando a cabo una importante tarea cultural desde postulados eclécticos y con un marcado carácter regeneracionista y europeísta. Llegó a publicar 300 números y en ella se hablaba de historia, sociología, derecho, antropología, arte y literatura; en 1900, se incorpararon escritores como Pío Baroja, Blasco Ibáñez o Unamuno...
Su colaboración fue la más duradera, fructífera e importante de la primera época: ella sugería, informaba, protegía y difundía la empresa porque - según Emilia - dignificaba la profesión literaria y servía de vehículo de los mejores ingenios.
En el primer número de la publicación, Emilia escribió el cuento "Morrión y boina" (1889) y, en agosto de 1901, en su última entrega, un amplio estudio sobre "La mujer española". Sus juicios oportunos, su claridad de ideas, su aportación de la literatura rusa, su curiosidad e interés por las corrientes de pensamiento y su extraordinaria intuición literaria, hicieron que se la llamase "Doña Verdades".
No dejaba de recalcar "la desorganización y el desbarajuste general, con aleación de atonía, pereza y abulia, de su nación, de España", por eso fue una clara precursora de "los males de la Patria" de los regeneracionistas y de la Generación del 98...
lunes, 24 de junio de 2019
EMILIA Y GINER DE LOS RÍOS
Emilia, mujer joven, muy curiosa y llena de vida e iniciativa decía: "Quieren una mujer moderna, sí, y sin prejuicios religiosos, pero dispuesta a dejarse moldear. Una mujer moderna, pero sin iniciativa ni autonomía. Un imposible". No esperó a formarse filosóficamente para empezar a escribir: "Esta es mi profesión de fe: el que tiene disposiciones para escribir, debe hacerlo, empezando por poco para ir a más; errando algunas veces para acertar otras; en estilo florido o severo, alto o bajo, como pueda; de asuntos graves o frívolos; según le dicte su temperamento; sin aspirar a la suma perfección y sin creerse superior a los demás; respetando el gusto y el decoro, pero con cierta soltura; y sin aguardar para todo ello a formarse un criterio muy exacto, filosófico, estético, etc... que ¡ay!, no logrará poseer nunca. Usted no cree ésto; he ahí en lo que diferimos". (Podemos apreciar el diagnóstico certero y la espléndida prosa y actitud de Emilia en una carta a su guía y tutor, personalidad moral por la que se sentía atraída, espiritual, culto y afectuoso. Se iban conociendo, pero no coincidían en sus enfoques).
Don Francisco Giner de los Ríos, impulsor del Regeneracionismo, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, fue, tal vez, el mejor de los amigos de Emilia Pardo Bazán y jamás cesó la comunicación intelectual entre ellos; trataban de literatura, de algunas novedades científicas al alcance de todos, hasta de política y nada de iniciaciones, catequizaciones ni propagandas.
"Don Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las opiniones ajenas, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré... Él respetaba, no sólo con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor". Por eso, Emilia se sentía en deuda con ese "santo laico", gracias al cual tuvo acceso a una obra fundamental para el feminismo: "Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el más alto grado. Por él conocía yo la famosa obra de Stuart, "La esclavitud femenina", que tanto influyó en el Movimiento Feminista de Inglaterra y que hice traducir y publiqué en castellano, cuando creía que pudiesen aquí importarle a alguien estos asuntos..."
A pesar de sus divergencias, tanto Emilia como don Francisco creían en el nuevo modelo de individuo (personal y colectivo), más racional, más ético, más humano. Ambos proyectaron en la sociedad una inyección de modernidad y frescura frente a la decadente inestabilidad.
Don Francisco Giner de los Ríos, impulsor del Regeneracionismo, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, fue, tal vez, el mejor de los amigos de Emilia Pardo Bazán y jamás cesó la comunicación intelectual entre ellos; trataban de literatura, de algunas novedades científicas al alcance de todos, hasta de política y nada de iniciaciones, catequizaciones ni propagandas.
"Don Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las opiniones ajenas, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré... Él respetaba, no sólo con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor". Por eso, Emilia se sentía en deuda con ese "santo laico", gracias al cual tuvo acceso a una obra fundamental para el feminismo: "Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el más alto grado. Por él conocía yo la famosa obra de Stuart, "La esclavitud femenina", que tanto influyó en el Movimiento Feminista de Inglaterra y que hice traducir y publiqué en castellano, cuando creía que pudiesen aquí importarle a alguien estos asuntos..."
A pesar de sus divergencias, tanto Emilia como don Francisco creían en el nuevo modelo de individuo (personal y colectivo), más racional, más ético, más humano. Ambos proyectaron en la sociedad una inyección de modernidad y frescura frente a la decadente inestabilidad.
sábado, 22 de junio de 2019
EMILIA: SALONNIÈRE Y CORRESPONSAL
De ideas conservadoras pero feminista, Emilia Pardo Bazán planteó la inquietante pregunta de si se puede ser tradicional y progresista a la vez. La trayectoria vital de esta mujer del siglo XIX nos muestra que fue una extraordinaria transgresora muy valiente, pero difícil de entender. Llena de contradicciones estéticas, emocionales y políticas se sintió a la vez cosmopolita, europea e intensamente nacionalista española; reaccionaria y progresista; excéntrica y subversiva, pero amante del orden. Una mujer modernísima en la línea de Virginia Woolf y Simone de Beauvoir.
Aristócrata de talento y más tarde de título (en 1912 Alfonso XIII la nombró condesa), conocía bien el beau monde (el gran mundo), por eso - a través de la crónica social - prolongaba en la prensa la charla que tanto le gustaba en los salones y se convirtió en una magnífica "salonnière". Hacía colaboraciones esporádicas, ya que jamás se consideró una cronista de sociedad, sino una analista social que utilizaba la crónica para reflexionar sobre los usos y costumbres de una sociedad en pleno cambio así como para manifestar sus conocimientos históricos y literarios.
Viajó mucho por Europa, lo que le permitió leer a los autores de los diferentes países en su propio idioma y asistir a la Exposición Universal de Viena con todos los adelantos de la industria. Fue la primera "corresponsal" en España que mandaba sus crónicas para el diario La Época desde París o Roma. Su personalidad, creatividad, gracia, hondura y libertad la convirtieron en una gran periodista.
Todo lo hizo a pesar de ser mujer, sin dejar de ser mujer y reivindicando su condición de ser mujer. Fue un ejemplo de la igualdad de los sexos en libertad y, a pesar de sus múltiples retos y dificultades, no se lamentó jamás. Vivió cuanto quiso, como quiso y de lo que quiso y nos dejó una obra admirable que se leerá en el siglo XXI con más gusto y reconocimiento que en el XX.
Nació en La Coruña (Marineda en sus novelas) el 16 de septiembre de 1851, heredando el liberalismo de su padre y el carácter abierto, emprendedor e independiente de su madre. Leyó con prisa, con fruición, con ferocidad y tanto como leyó quiso que la leyeran. Escribió mucho: artículos, cuentos, novelas, ensayos, reportajes... pero jamás dejó de defender las ideas en las que creía.
Pienso que, además de una excelente escritora, fue una mujer libre en todos los aspectos y defendió esa libertad para todas las mujeres, reconociendo siempre que lo hacía desde una posición de privilegio que ella utilizaba para comprometerse aún más por el bien común.
Aristócrata de talento y más tarde de título (en 1912 Alfonso XIII la nombró condesa), conocía bien el beau monde (el gran mundo), por eso - a través de la crónica social - prolongaba en la prensa la charla que tanto le gustaba en los salones y se convirtió en una magnífica "salonnière". Hacía colaboraciones esporádicas, ya que jamás se consideró una cronista de sociedad, sino una analista social que utilizaba la crónica para reflexionar sobre los usos y costumbres de una sociedad en pleno cambio así como para manifestar sus conocimientos históricos y literarios.
Viajó mucho por Europa, lo que le permitió leer a los autores de los diferentes países en su propio idioma y asistir a la Exposición Universal de Viena con todos los adelantos de la industria. Fue la primera "corresponsal" en España que mandaba sus crónicas para el diario La Época desde París o Roma. Su personalidad, creatividad, gracia, hondura y libertad la convirtieron en una gran periodista.
Todo lo hizo a pesar de ser mujer, sin dejar de ser mujer y reivindicando su condición de ser mujer. Fue un ejemplo de la igualdad de los sexos en libertad y, a pesar de sus múltiples retos y dificultades, no se lamentó jamás. Vivió cuanto quiso, como quiso y de lo que quiso y nos dejó una obra admirable que se leerá en el siglo XXI con más gusto y reconocimiento que en el XX.
Nació en La Coruña (Marineda en sus novelas) el 16 de septiembre de 1851, heredando el liberalismo de su padre y el carácter abierto, emprendedor e independiente de su madre. Leyó con prisa, con fruición, con ferocidad y tanto como leyó quiso que la leyeran. Escribió mucho: artículos, cuentos, novelas, ensayos, reportajes... pero jamás dejó de defender las ideas en las que creía.
Pienso que, además de una excelente escritora, fue una mujer libre en todos los aspectos y defendió esa libertad para todas las mujeres, reconociendo siempre que lo hacía desde una posición de privilegio que ella utilizaba para comprometerse aún más por el bien común.
martes, 18 de junio de 2019
EL CUADRO DE EMILIA
Cuando el pintor coruñés Joaquín Vaamonde (1872-1900) regresó de un largo viaje por América, tenía 22 años y, convertido en un artista con estilo propio, se ofreció a hacer un retrato a la escritora Emilia Pardo Bazán, visitándola en su residencia del Pazo y Torres de Meirás. En un primer momento, ella no lo aceptó de buen grado, pero una vez acabado se quedó encantada con la vitalidad y elegancia que transmitía.
Emilia se llevó el cuadro a su casa de Madrid y lo exhibió ante sus amistades, motivo por el cual los encargos al artista fueron muy numerosos.
Sus retratos le proporcionaron a Joaquín fama y dinero, lo que le permitió viajar por Europa y visitar los grandes museos, pero empezó a despreciar su obra, que consideraba muy inferior a la de los grandes maestros. Quiso destruir sus propios cuadros, algo que la condesa de Pardo Bazán le impidió. A los 25 años, enfermó de tuberculosis y volvió a la Coruña.
Estando Emilia en Paris, en un homenaje a Balzac, recibió un telegrama que le anunciaba el fallecimiento de su protegido, en el Pazo de Meirás, el 18 de agosto de 1900. Cuando volvió a España, no tardó en escribir sobre "el retratista de las elegancias", citando alguna de sus piezas, como el retrato del violinista Pablo Sarasate. Más tarde, en su novela "La Quimera", le convertiría en la contrafigura.
A Emilia le gustaba su elegancia y la precisión con la que captaba los caracteres con el trazo suelto, ligero y vaporoso de sus barras de pastel. Magnífico colorista, penetraba en la psicología de sus modelos sin el menor compromiso de tener que halagar a nadie. A lo largo de quince años, desarrolló una obra extensa compartiendo la pintura con sus viajes y con la asistencia impuesta a actos sociales, pero siendo muy joven se vió obligado a un largo reposo por su enfermedad pulmonar. Todos estos detalles fueron introducidos en la novela que Emilia hizo de la vida del pintor...
Emilia se llevó el cuadro a su casa de Madrid y lo exhibió ante sus amistades, motivo por el cual los encargos al artista fueron muy numerosos.
Sus retratos le proporcionaron a Joaquín fama y dinero, lo que le permitió viajar por Europa y visitar los grandes museos, pero empezó a despreciar su obra, que consideraba muy inferior a la de los grandes maestros. Quiso destruir sus propios cuadros, algo que la condesa de Pardo Bazán le impidió. A los 25 años, enfermó de tuberculosis y volvió a la Coruña.
Estando Emilia en Paris, en un homenaje a Balzac, recibió un telegrama que le anunciaba el fallecimiento de su protegido, en el Pazo de Meirás, el 18 de agosto de 1900. Cuando volvió a España, no tardó en escribir sobre "el retratista de las elegancias", citando alguna de sus piezas, como el retrato del violinista Pablo Sarasate. Más tarde, en su novela "La Quimera", le convertiría en la contrafigura.
A Emilia le gustaba su elegancia y la precisión con la que captaba los caracteres con el trazo suelto, ligero y vaporoso de sus barras de pastel. Magnífico colorista, penetraba en la psicología de sus modelos sin el menor compromiso de tener que halagar a nadie. A lo largo de quince años, desarrolló una obra extensa compartiendo la pintura con sus viajes y con la asistencia impuesta a actos sociales, pero siendo muy joven se vió obligado a un largo reposo por su enfermedad pulmonar. Todos estos detalles fueron introducidos en la novela que Emilia hizo de la vida del pintor...
sábado, 15 de junio de 2019
LAS DIOSAS DE LA MUJER MADURA
Tras el éxito editorial de su libro anterior, Las diosas de cada mujer, la célebre analista junguiana Jean Shinoda Bolen se concentró en las mujeres que habían pasado los 50 años, para que, en lugar de convertirse en mujeres mayores invisibles y descontentas, transformasen la tercera fase de sus vidas en una etapa de esplendor, plenitud e integración personal.
En la Introducción de "Las diosas de la mujer madura", la autora explicaba: "He escrito este libro para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción".
Este libro ofrece una espléndida y estimulante perspectiva que ha revolucionao la idea que cada mujer se hace del envejecimiento y la libera para que vea su rostro en el espejo de modo completamente distinto. Isabel Allende dice: "Este es un poderoso libro que me ha ayudado a entender mejor la energía de mis años maduros, cómo utilizarla con compasión y humor, y dónde buscarla cuando parece faltar".
Confieso que, cuando llegué a los 50, no tenía muy clara la idea de la persona en la que me iba a convertir. Desconocía que me encontraba en el umbral de una etapa de mi vida en la cual se desarrollaría mi personalidad como jamás lo había hecho antes. Después de leer este libro, decidí redimir la palabra "anciana" o "vieja" e intenté reconocer en mí misma los arquetipos que me resultaban más accesibles como fuentes de energía y dirección. Nunca dejaré de agradecer a la persona que me lo regaló, en el lugar adecuado y en el momento oportuno, el que pusiera en mis manos los conocimientos que necesitaba para atreverme a cruzar el umbral, por eso - desde mis actuales 67 años - se lo recomiendo a toda mujer madura que esté en un momento de cambio o incertidumbre con la seguridad de que le ayudará a pensar, reflexionar, discernir y actuar...
En la Introducción de "Las diosas de la mujer madura", la autora explicaba: "He escrito este libro para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción".
Este libro ofrece una espléndida y estimulante perspectiva que ha revolucionao la idea que cada mujer se hace del envejecimiento y la libera para que vea su rostro en el espejo de modo completamente distinto. Isabel Allende dice: "Este es un poderoso libro que me ha ayudado a entender mejor la energía de mis años maduros, cómo utilizarla con compasión y humor, y dónde buscarla cuando parece faltar".
Confieso que, cuando llegué a los 50, no tenía muy clara la idea de la persona en la que me iba a convertir. Desconocía que me encontraba en el umbral de una etapa de mi vida en la cual se desarrollaría mi personalidad como jamás lo había hecho antes. Después de leer este libro, decidí redimir la palabra "anciana" o "vieja" e intenté reconocer en mí misma los arquetipos que me resultaban más accesibles como fuentes de energía y dirección. Nunca dejaré de agradecer a la persona que me lo regaló, en el lugar adecuado y en el momento oportuno, el que pusiera en mis manos los conocimientos que necesitaba para atreverme a cruzar el umbral, por eso - desde mis actuales 67 años - se lo recomiendo a toda mujer madura que esté en un momento de cambio o incertidumbre con la seguridad de que le ayudará a pensar, reflexionar, discernir y actuar...
martes, 21 de mayo de 2019
MUJER SABIA
Me gustan las mujeres maduras, con humor y activas. Una mujer, a partir de los cuarenta años, empieza a vivir lo mejor de su vida si es capaz de darse cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que tiene en su interior. Se convierte en una persona con "poder personal", pues es capaz de decir lo que piensa y siente sin perder la compasión así como de manifestar lo que no le gusta sin la menor acritud.
A esas alturas de su caminar, es capaz de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor, es atrevida y confía en su intuición. Medita a su manera, decide su camino con el corazón, escucha su cuerpo, improvisa, no implora, es capaz de reírse... tiene una gran sensibilidad con las plantas y los animales.
Una vez que ha aprendido a amar lo que hace, alienta a los demás a su propio crecimiento. Reconoce con facilidad lo frágil y lo que es valioso, pero también lo que debe ser podado. A medida que tiene más edad, más camino habrá recorrido y - a través de la observación compasiva de la vida de los demás - es capaz de poder enseñar. Sabe que puede cambiar el mundo porque se siente completa, fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Vive ya con el conocimiento pleno de que todo y todos estamos conectados y de que lo que cada uno haga influye en todo los demás.
Entre las mujeres existe una conexión natural. Cuando una mujer estresada habla con otra, ambas liberan la hormona de la maternidad, lo que provoca que el estrés descienda. Sin embargo, si dos hombres nerviosos comparten sus aflicciones, la testosterona incita a la huída o el enfrentamiento. Tanto un hombre como una mujer que se hallan al lado de una mujer sabia, sienten como su adrenalina baja y su autoestima sube. Basta con estar junto a ella...
Qué distinto sería el mundo si la mujer madura del siglo XXI aspirase más a convertirse en sabia que en aparentar lo que no es, en luchar desesperadamente por permanecer en un estado de juventud ficticia a través de elementos externos que jamás cumplirán cons sus expectativas, pues las leyes del tiempo son inexorables.
A esas alturas de su caminar, es capaz de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor, es atrevida y confía en su intuición. Medita a su manera, decide su camino con el corazón, escucha su cuerpo, improvisa, no implora, es capaz de reírse... tiene una gran sensibilidad con las plantas y los animales.
Una vez que ha aprendido a amar lo que hace, alienta a los demás a su propio crecimiento. Reconoce con facilidad lo frágil y lo que es valioso, pero también lo que debe ser podado. A medida que tiene más edad, más camino habrá recorrido y - a través de la observación compasiva de la vida de los demás - es capaz de poder enseñar. Sabe que puede cambiar el mundo porque se siente completa, fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Vive ya con el conocimiento pleno de que todo y todos estamos conectados y de que lo que cada uno haga influye en todo los demás.
Entre las mujeres existe una conexión natural. Cuando una mujer estresada habla con otra, ambas liberan la hormona de la maternidad, lo que provoca que el estrés descienda. Sin embargo, si dos hombres nerviosos comparten sus aflicciones, la testosterona incita a la huída o el enfrentamiento. Tanto un hombre como una mujer que se hallan al lado de una mujer sabia, sienten como su adrenalina baja y su autoestima sube. Basta con estar junto a ella...
Qué distinto sería el mundo si la mujer madura del siglo XXI aspirase más a convertirse en sabia que en aparentar lo que no es, en luchar desesperadamente por permanecer en un estado de juventud ficticia a través de elementos externos que jamás cumplirán cons sus expectativas, pues las leyes del tiempo son inexorables.
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