domingo, 17 de marzo de 2024

EL OLIVAR DE CASTILLEJO

 

José Castillejo Duarte (1877-1945) tenía la doble vertiente de intelectual y hombre de campo. En 1922 se casó con la joven inglesa Irene Claremont (dieciocho años menor que él), licenciada en Historia y Economía por la Universidad de Cambridge. Instalaron su hogar en un olivar situado entre Madrid y el pueblecito Chamartín de la Rosa y ella no tardó en apreciar la luz de Castilla, aunque le costó adaptarse a su sequedad y a los fuertes contrastes del carácter español. Al final de sus días escribió un libro, I married a stranger, para que sus nietos, nacidos y educados en Inglaterra, supieran quién había sido su abuelo. Años más tarde, en 1995, su hija Jacinta lo tradujo al español con el título Respaldada por el viento.

Alto, delgado, con quevedos y sombrero blando, Castillejo rebosaba encanto y sentido del humor; sus bellas manos y su expresividad emanaban comprensión, pero él iba a lo esencial y buscaba la eficiencia y la perfección, exigía mucho. Practicaba football, tenis, esquí, iba a clase en bici y era un gran viajero y excursionista. 

Irene, en su libro, rememoraba la vida idílica del olivar con sus cuatro hijos (Jacinta, Leonardo, David y Sorrel) a quienes criaba junto a un desconocido que fue descubriendo a través del tiempo. Catedrático de derecho romano y secretario de la JAE (Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas), en 1917 compró y parceló el olivar para - junto a algunos intelectuales y científicos - formar una pequeña colonia en la que poder trabajar lejos del ruido de la ciudad y disfrutando del contacto directo con la naturaleza. 

Cuando, en 1900, entró en contacto con Francisco Giner de los Ríos y asistió a clases de arte de Manuel B. Cossío, su mundo intelectual se transformó de forma radical, pues le infundieron una profunda fe humanista en el poder regenerador de la educación. Aprendió idiomas y viajó a Alemania e Inglaterra para estudiar, visitar, informarse y analizar todo aquello que los países europeos habían puesto ya en marcha en el plano educativo. En 1905 el Ministerio de Instrucción Pública le encargó llevar el negociado de las pensiones y en 1906 le nombró agregado al servicio de información técnica y relaciones en el extranjero. Ese fue el origen de la creación de la JAE: el mayor intento en España de modernizar la ciencia y la educación españolas; se envió al extranjero al profesorado y a la juventud de los centros docentes para formarse y actualizar sus conocimientos; se crearon nuevos tipos de instituciones educativas y las bases de la moderna investigación española.

Y fue Castillejo quien inició todo ello con sorprendente inspiración, envidiable destreza e incansable perseverancia, y, sobre todo sintiendo un gran respeto por la experiencia, tanto personal como colectiva. Como decía su mujer: convivían con él, cara a cara, como en tantos españoles, el idealista Don Quijote y el práctico, sagaz, Sancho Panza. Como Sancho, era muy refranero: "mira a dónde vas, pero no te olvides de dónde vienes".

Tesón, capacidad organizativa, dotes para la persuasión, fe en el progreso de la humanidad y tolerancia, junto al rechazo de protagonismos y honores, eran sus rasgos más distintivos. Esa fue la motivación para que sus hijos crearan en 1985 la Fundación El Olivar de Castillejo, preservando los cien olivos centenarios y convencidos de que las raíces echadas por las grandes reformas fueron tan profundas y fecundas que no se tardaría en recoger nuevos frutos de la extensa labor realizada por su padre.
 

 
 


 

martes, 5 de marzo de 2024

LA COLINA DE LOS CHOPOS

 

Cuando el poeta Juan-Ramón Jiménez llegó a la Residencia de Estudiantes, invitado como huésped de honor por su director Alberto Jiménez Fraud, el hotelito incial de la calle Fortuny resultaba insuficiente, se estaba ampliando con otros adyacentes y la construcción de un nuevo pabellón. Fue una acertada creación de la JAE (Junta de Ampliación de Estudios) para completar la enseñanza universitaria oficial con visitas frecuentes de profesores, hombres de letras y de ciencias, artistas... 

Juan-Ramón se instaló en una soleada habitación en septiembre de 1913, tres años después de la fundación de la Residencia. En ella encontró un hogar idóneo para trabajar y poder enriquecer a los estudiantes con sus facultades artísiticas y humanitarias, en contacto directo con ellos, sirviéndoles de ejemplo y estímulo; cumplía a la perfección con el "fellow" de la educación inglesa, cuyo cometido era orientar y hacer el seguimiento del avance de los estudios y de todos los aspectos de la vida del estudiante.

 Muy cerca de la ILE y de la secretaría de la JAE, el flujo de visitantes a la Residencia de altísimo nivel intelectual era constante. La biblioteca (a cuyo cargo estaba Juan-Ramón), las clases de idiomas, la pista de tenis, las visitas culturales por Madrid y las excursiones fuera de la ciudad, formaban parte fundamental de la formación de los residentes.

José Ortega y Gasset, gran amigo suyo, le consideraba el maestro de la nueva lírica y pensaba que con su poesía podría formar moral y espiritualmente a los jóvenes, educando su sensibilidad e incitándoles a aspirar a la verdad, la belleza, la bondad y la perfección que el alma anhela. Se trataba de lograr - entre todos - un prometedor y selecto grupo, de espíritu elevado y fina sensibilidad, capaz de llevar a cabo la misión regeneradora que España necesitaba. Según Ortega: cada uno llevaría en su interior una hilandera ideal, la cual sería productora de hilos sutilísimos que traspasarían otras almas hermanas y luego otras y luego otras...

En octubre de 1915 se trasladaron a unos edificios más adecuados en la zona norte de Madrid, al final de la calle del Pinar, en un montículo llamado El Cerro del Viento. Primero se construyeron los Pabellones Gemelos y en el izquierdo se hallaba la nueva habitación de Juan-Ramón, desde donde podía contemplar la Sierra de Guadarrama. Entre dichos pabellones, cuyos ladrillos rojizos se iban cubriendo de yedra, él mismo diseñó el Patio de las Adelfas con cuatro anchos marcos de bojes traidos de El Escorial y en el centro dos grandes adelfas rojas y una blanca.

Además de seguir a cargo de la biblioteca, dirigió el servicio de publicaciones con una gran belleza tipográfica en todas ellas. Proyectó escribir un libro, titulado La Colina de los Chopos, en el que incluiría prosas de su vida en la Residencia y retratos de los más asiduos a la misma. 

Recordaba el día en que trajeron tres mil chopos para ser sembrados por los estudiantes y escribió: "Qué gozo da esta gran promesa de verdor, de oro, de esbeltez, de luz, de pájaros, en esta colina yerma ayer, pedazo de planeta que en este momento nos corresponde y donde estamos poniendo, al ponerlos, para cada primavera, cada verano, cada invierno y cada otoño, con el recuerdo de cada primavera y cada verano, cada invierno y cada otoño, nuestro verdor, nuestro ardor, nuestra pureza y nuestra llamarada"

En julio de 1916 partía para EEUU con el fin de casarse con Zenobia Camprubí y al regresar el matrimonio se instaló temporalmente en la habitación de La Colina de los Chopos, nombre que había reemplazado al de El Cerro del Viento. Y allí, en aquella colina, dejó para siempre su huella de ser humano cultivado, pulcro y exquisito