viernes, 29 de septiembre de 2017

FUERA Y DENTRO

Las hojas taciturnas, se desvanecen.
En los árboles cercanos abunda el amarillo.
El verdor es un recuerdo
nostalgia de los meses transcurridos.

Recogemos los frutos
haciendo acopio, para lo venidero
y en nuestras bodegas personales
catamos su afrutado vino.

Dulce como el néctar
que los dioses bebieron
o amargo como las lágrimas en racimo
todo se da
según el tiempo que acontezca.

Discurre el escaso
arroyo en la montaña
esperando las lluvias
que aún no llegan.

Los días menguan suavemente
los pajarillos enlentecen sus trinos
buscamos la belleza
allí donde se encuentra
dejando al otoño
bañar nuestro destino.



Esther de Andrés

domingo, 24 de septiembre de 2017

EL JARDÍN DE LAS LETRAS

¿Cómo podría imaginar que, callejeando por otro de los pueblos que están junto al río Dordoña, iba a descubrir un jardín tropical? La Roque-Gageac, en Aquitania, goza de un microclima que llevó al científico y director de Medio Ambiente - Gérard Dorin - a plantar en su pueblo un jardín exótico (en 1970) junto a la antigua iglesia. Me llamó la atención el "papirus", de cuyo tallo se obtenía una lámina para escribir en ella.

Un cartel casi imperceptible anunciaba "Le Jardin des Lettres" y me sentí magnetizada en el acto. Estaba convencida de que algo maravilloso me esperaba y no me confundí lo más mínimo: la propietaria, Nicole,  una librera-escritora de mediana edad, con una sonrisa encantadora y un francés suave típico de la zona, me contó muchas cosas de su pueblo - uno de los más bonitos de Francia - mientras yo compraba algún regalo, un par de libros y un juego de cartas y sobres de papel, bien sûr!

Tenía un dibujo sin enmarcar, junto a un jarrón de flores frescas, que me gustó mucho; no era ella ni nadie que conociera, lo había sacado de internet y lo había guardado, c´est tout! Una naturalidad y sencillez que me invitaban a seguir averiguando la historia del lugar...
Jean Tarde (1561) en sus Crónicas relataba su historia medieval y llevó a cabo un detallado mapa de la región, que sirve de fuente de estudios. La gran casa de su familia siempre ha dominado el corazón del pueblo y me dijo que no dejara de verla. En su interior, con un telescopio traído de Roma, Tale afirmó - como Galileo - que los astros giran alrededor del sol, algo que no gustó a la Inquisición.

Al despedirnos, Nicole me mostró el balcón de su casa (encima de su negocio) y me invitó a que volviera con  más calma para poder enseñarme a fondo toda la zona. Ella era la viva imagen de que el ocio es negocio, una de las máximas de mi propia vida.
Me dirigí hacia el lugar indicado mientras disfrutaba enormemente de las casas, de las vistas, del ambiente y del lujo de poder transitar por un sitio que fue reconstruído después de que, en 1957, un bloque de piedra caliza se desplomara aplastando edificios y personas.

A principios del siglo XIV, era la segunda residencia del Obispo de Sarlat, lo que garantizaba su seguridad. Nobles y burgueses llegaron para establecerse atrayendo, a su vez, a ricos letrados y grandes sabios.
La Guerra de los Cien Años no dañó a la villa y en el Renacimiento - de vuelta a la calma - el pueblo fue adornado con torres almenadas, tejados puntiguados y ventanas en lugar de troneras, adoptando el estilo de la época. No es extraño, por tanto, que el ambiente destile un refinamiento especial.

En el 849, llegaron los Vikingos con sus "drakkars" remontando el Dordoña y las fortalezas protegieron al pueblo. Más tarde, resistió los enfrentamientos entre los Capeto y Plantagenet (franceses e ingleses) ya que sólo las puertas dentro de los muros daban acceso a su interior.
Después de la Revolución Francesa, se convirtió en un importante puerto de pescadores y con sus "gabarras" (con el fondo plano) podían navegar a pesar de que había poca agua; en ellas transportaban madera, vino, pescado, sal o trufas), lo que dio lugar a que se desarrollaran muchos oficios.

Cuando ya me iba, no tenía la sensación de que era una despedida, sino que de alguna manera ese mágico lugar ya había formado parte de las cosas que yo concibo como ideales y que no era ni más ni menos que una manifestación real de otro de mis sueños...

viernes, 22 de septiembre de 2017

EL GLOBO MONTGOLFIER

Nos acercábamos a Peyrac, pueblecito que se encuentra en el valle de la Dordogne (río Dordoña), cuando apareció este maravilloso Montgolfier, un precioso globo aerostático que llevaba el nombre de sus inventores.
Había muchos más sobrevolando el río para disfrutar de sus vistas, pero a mí me llamó la atención "éste" por su nombre y recordé lo importante que fue su descubrimiento en pleno siglo XVIII.

"Los Hermanos Montgolfier" soñaban con surcar los cielos y un día se dieron cuenta de que el aire caliente pesa menos que el frío y diseñaron un globo de papel con aire caliente. Más adelante, utilizaron materiales más ligeros, como la seda o el lino.
En su primera demostración, calentaron el aire de un globo quemando paja y madera debajo de su abertura inferior y llegó a alcanzar mil metros de altura, permaneciendo en el aire unos diez minutos...
En Versalles, ante Luis XVI y María Antonieta, se despegó otro globo mayor que llevaba en su cesta un gallo, una oveja y un pato como tripulantes; después de ocho minutos volando, aterrizaron sanos y salvos, suavemente, a tres kilómetros.
En diciembre de ese mismo año (1783), otro nuevo sobrevoló París, con dos pasajeros, durante media hora, y aterrizó sin dificultad a nueve kilómetros de distancia.
Como reconocimiento a tal proeza, la Real Academia de las Ciencias denominó al globo de aire caliente "Montgolfier".

El aire caliente infla la lona del globo, lo hace más ligero que el aire ambiente y vuela. También en el plano espiritual para elevarse es necesario volverse ligero, dilatarse; y para dilatarnos tenemos que calentar algo en nosotros mismos. Es el calor del amor el que inflama el corazón y lo vuelve más ligero...
Si contemplamos la naturaleza con atención, nos damos cuenta de que para acercarse al cielo hay que estar ligeros, pues si nos enfriamos (cerramos nuestro corazón) nos volvemos más densos, más pesados que el aire, y caemos.
¿Por qué a la gente del siglo XXI le da tanto pudor hablar del amor, del corazón, de los sentimientos? Creo que, si reflexionamos un poco, deberíamos volver a utilizar conceptos que forman parte de nuestra vida cotidiana y que han sido desvirtuados o mal utilizados.
Se dice que los seres llenos de amor, bondad y abnegación son explotados y utilizados por quienes les rodean porque les consideran ingenuos. Sin embargo, si ellos persisten en su forma de hacer las cosas, la gente empieza a respetarlos y considerarlos; los bondadosos no tienen prisa, saben esperar, y un día, todas las riquezas les son devueltas de la forma más inesperada.
Es otra ley universal: cuánto más se da, más se recibe.




domingo, 17 de septiembre de 2017

UN TESORO ESCONDIDO

Una de las cosas que más me gusta cuando viajo es llegar a algún lugar al anochecer e imaginar todo lo que iré descubriendo cuando amanezca al día siguiente. En la confluencia de los ríos Ouche y Dourdon, se encuentra un pueblecito encantador que se llama Conques (por su forma de concha); está en el departamento de Aveyron, en la región de Occitania, en Francia.

En la ladera de una montaña, sus casas tienen entramados de madera y tejados de pizarra que el musgo tinta de un verde muy especial. Los peregrinos llegan mezclados con turistas y curiosos atraídos por estar en la lista de los pueblos más bellos de Francia. Lo cierto es que su imagen, casi celestial, atrapa a unos y otros.

En su momento, fue una villa fortificada, en un cuadrilátero irregular. Entre el castillo y el cementerio asomado al desfiladero, en el que se escucha la corriente del río, surge la Abadía de Sainte Foy (Santa Fe), con sus modernas vidrieras de Pierre Soulages. Callejear por el empedrado de sus calles pequeñas y empinadas, encontrar hornos - donde la gente del pueblo hace pan - o secadores de castañas, es un verdadero placer. Las tabernas, con sus nombres en hierro forjado sobre sus puertas, o los numerosos ateliers de artesanos, le llenan de vida y brindan la oportunidad de poder hablar con ellos para que muestren sus obras y nos expliquen por qué han decidido vivir allí...

Dentro de la colegiata, en una sala especialmente habilitada en la galería sur del claustro, me encontré algo que jamás olvidaré por el impacto que me produjo a primera vista: "La Majestad de Santa Fe", una imagen de madera de la Santa, sentada en un trono, enteramente dorada, con incrustaciones de piedras preciosas y una rosa blanca y fresca en cada mano.

 Es la reliquia de una doncella que se enfrentó a los romanos para defender el cristianismo; curaba a ciegos y daba libertad a los cautivos. Desde el siglo XI, al ser traslada a su Abadía desde Agen (Aquitania), Conques se convirtío en un lugar de peregrinación y en una de las principales etapas del Camino de Santiago.
Lo cierto es que su resplandor hizo que me llegara muy adentro. Las sensaciones que me producía, mientras le hacía fotos desde diferentes ángulos, me invitaban a reflexionar sobre su nombre: Foy.
Pensé que este concepto tiene unos elementos sutiles que favorecen la manifestación y la realización, mientras que la duda está hecha de elementos que se oponen a ellas. Además, hay una ley universal que dice que toda semilla dará sus frutos (hay que tener fe para creerlo) y no es menos cierto que para vencer el miedo hay que ceer firmemente en el poder del bien sobre el mal.

Y es que, cuando se viaja, cuando se quieren descubrir cosas realmente interesantes, uno no se puede limitar a ver, hay que mirar con calma y detenidamente algo que nos llama la atención, pues posiblemente encierra algún tesoro que nos está esperando precisamente allí. Pero me temo que  el "turismo actual", aunque no siempre, se basa más en lo cuantitativo (la cantidad de cosas que se ven y se fotografían) que en lo cualitativo (la calidad de lo que nos sale al paso).
Al salir de la sala del tesoro, en un cartel de la entrada, pude ver una figura de una mujer con una pluma en una mano y una espada en la otra que, con una sonrisa en los labios, parecía decirme: continúa, sigue adelante, no desfallezcas, ten fe, cree, confía y despreocúpate; si tú haces bien tu trabajo, abandónate en los amorosos brazos de la Existencia...



lunes, 11 de septiembre de 2017

LA MUJER EN EL GRAND TOUR

A mediados del siglo XVIII, muchas mujeres inglesas viajaban y dejaban sus impresiones por escrito (en cartas, memorias o diarios), pero sus modos de proceder no se ajustaban al patrón masculino del viaje de aprendizaje en compañía de un mentor. Ellas, cultas y acomodadas, hacían su peregrinaje para ampliar su educación como mujeres de sociedad; unas, iban acompañadas por una abuela cosmopolita o una divertida tía solterona y, otras, iban con sus esposos aristócratas (Lady Holland), diplomáticos (la marquesa de la Tour du Pin), militares u hombres de negocios, pero todas ellas hablaban de sus impresiones y experiencias subjetivas con gran libertad y emotividad.
 El escritor suizo Heinrich Heine, en su libro "Cuadros de Viaje", dice: "Los ingleses cruzan este país en enjambres, acampan en las hospederías, corren por todas partes a verlo todo y no es posible imaginar un limonero en Italia sin una inglesa junto a él, oliendo las hojas".

El turismo, por tanto, hunde sus raíces en Inglaterra cuando estaba plenamente extendida la idea de que, al menos una vez en la vida, había que hacer un gran viaje que los acercara a la cultura clásica europea. Se denominaba "Grand Tour" y sus realizadores: "tourists".
John Locke, el padre del empirismo, decía que las ideas llegan al hombre a través de los estímulos físicos a los que se expone. El viaje, pues, es un elemento indispensable para quien desea desarrollar su mente y mejorar su conocimiento del mundo.
Partían de Dover, cruzaban el Canal de la Mancha y cuando llegaban a Calais, compraban un coche de caballos y todo lo necesario para el viaje. La nobleza europea les acogía en sus diferentes etapas.
Ya en Italia, hacían un peregrinaje por la Antigüedad Clásica y el Renacimiento, despreciando el Gótico o el Románico. El clímax llegaba en Roma, donde se podían vivir experiencias sin igual y, los que volvían en barco, terminaban su periplo en Nápoles (Pompeya, Herculano...).

Los que regresaban por tierra, hacían su última parada en París, corazón de la Europa elegante y sofisticada. Allí aprendían a comportarse en sociedad y a adquirir el bon ton con soltura y refinamiento. Practicaban esgrima, equitación; asistían a bailes y óperas; acudían a veladas cosmopolitas en los más distinguidos salones y se deleitaban con manjares exquisitos mientras charlaban de temas mundanos...

Pero la mujer inglesa estaba ya muy por encima de las frivolidades de la cursi corte francesa y se interesaba por temas mucho más apasionantes. Su forma de vestir, más práctica y elegante, le facilitaba realizar actividades con comodidad y, libre de prejuicios, se empezó a preparar a fondo. Tanto en el género epistolar como en el de viajes llegó a ser insuperable, pues aportaba frescura, sensibilidad, detalles, pinceladas de la realidad que jamás habían captado los viajeros... y todo ello aderezado con un finísimo sentido del humor.

El Grand Tour terminaría hacia 1825, cuando apareció el transporte a vapor, que lo hizo más barato, seguro y accesible, aunque la juventud más cultivada y privilegiada lo siguió llevando a cabo a lo largo del siglo XIX, algo que impulsó y favoreció enormemente la formación y educación de las mujeres en geneal y de las británicas en particular.