sábado, 23 de noviembre de 2019

PERLA DE SANTA TERESA

Nuestra amiga Amparo nos pide que escribamos una entrada en su blog Luz y Arte y, así, de sopetón, no se nos ocurre nada. Pero como no puedo negarme a tan cariñosa solicitud, me pongo a ello en la casi certeza de que, sobre la marcha, alguna idea aterrizará en mi mollera.

Pienso, como posible tema, en Teresa de Jesús, que sé que es una de sus mujeres preferidas. ¿Y de quien no? Y echo una ojeada por mi biblitoca y lo primero que cae en mis manos es su Libro de las Fundaciones, en la estupenda edición de Víctor García de la Concha. Y lo abro al azar, asaltándome de inmediato un temor. ¿Qué puedo encontrar yo de actualidad en esa aparentemente sencilla crónica de una monja andariega atrochando por los polvorientos caminos de la llanura castellana? Entre la infatigable búsqueda de nuevas formas de reconducir la fe religiosa de aquellos días del siglo XVI y la trepidante actualidad informativa de nuestros tiempos, parece que poco pueda ser aprovechable dada la distancia abismal existente entre dos mundos tan lejanos.

A pesar de todo, abro el libro porque mi intuición me dice que puede haber sorpresas. Y vaya que si las hay. En un primer intento, en la página 76 (colección Austral, A 205, 1991) encontramos esta perla: 
"El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho".

Vaya sacudida para las conciencias de todos nosotros, engreídos habitantes de esta engreída sociedad, que seguimos apostando por apurar las fuentes del intelecto, de la razón pura, o impura, y de la convención racional, a veces tan fría, mientras que renunciamos a la aproximación directa por la vía del amor. Que, dicho sea de paso, suele ser la más corta, la más cierta y la más contundente. Y aunque no renunciemos a ella manifiestamente, simplemente la relegamos o la posponemos.

Es una lástima que, ahora que disponemos de tantos recursos a nuestro alcance, nos olvidemos de los fundamentos, de las premisas importantes de nuestra conciencia. Y reconozcamos que la monja del siglo XVI todavía oculta en los profundos bolsones de su hábito de carmelita bastantes consejos que serían de gran aplicabilidad en nuestros días.

Manuel Rincón Álvarez



viernes, 22 de noviembre de 2019

LA DAMA DEL ARMIÑO

En 1585, Catalina Micaela (segunda hija de Felipe II) y su esposo el duque de Saboya llegaron a Italia y, en su paso hacia Turín, el nuevo matrimonio se detuvo en Génova, lugar en el que se produjo el encuentro con la pintora Sofonisba Anguissola. El duque le encargó un cuadro privado para regalar al rey español, su suegro, y ella se comprometió en el acto. Años más tarde (1591), Micaela fue a visitarla de nuevo y nada más verla, vestida de calle, quiso captar aquel momento.

Jamás había pintado un retrato como aquél, pues el afecto que le unía a la infanta (a la que había cuidado y educado en la corte española) facilitó que se liberase al máximo de protocolos estereotipados carentes de calor e intimidad. Dio al cuadro un aire veneciano (influenciada por Bárbara Longhi) con unos colores que le daban cierto exotismo, un poco oriental, del estilo de su admirado pintor cretense El Greco. Consiguió una composición en la que resaltaba una personalidad llena de vida, de mágica belleza, de dulzura y serenidad; de armonía y refinamiento...

Pero la fatalidad quiso que, a los pocos años, Catalina falleciera (en 1597). Sintió una tristeza tan enorme y el abatimiento de la noticia fue tan grande que, durante una larga temporada, le resultó imposible coger los pinceles.

A partir de los estudios de Carmen Bernis y María Kusche, cada vez son más quienes afirman que la autora de este cuadro es Sofonisba Anguissola. La retratada no era una desconocida, no vestía de armiño y su autor no era El Greco, sino que se trataba de la infanta Catalina Micaela con toga de mujer casada, prenda habitual entre las españolas de finales del siglo XVI. La capa se llama "bohemio" y está forrada de piel de lince, que apenas deja ver el traje del que sólo asoma un puño rizado.

En las cuentas reales consta que la infanta pedía a España (a su hermana Isabel Clara Eugenia) "ropas, vasquiñas y bohemios forrados en su parte delantera". El peinado se fue elevando hasta llegar a formar un copete, como el que luce la dama. Por otro lado, la obra se centra entre 1590 y 1597 y el Greco se fue de España en 1585; además, su pintura era mucho más suelta y pastosa que la que se aprecia en esta obra...

Actualmente forma parte de la Colección Stirling Maxwell de la Pollok House of Glasgow (Escocia).

EL ALTO IDEAL DE SOFONISBA

Enviamos invitaciones, que yo misma redacté, a las veinte damas más distinguidas, en las que se podía leer: "Merienda amenizada con música y una charla de temas femeninos". Todas nos confirmaron su asistencia y fue muy gratificante para nosotras comprobar como la preciosa sala del palacio, el café, lo dulces y un concierto de clave (instrumento que sustituía a la espineta) del compositor de moda Claudio Monteverdi, lograron crear el mejor ambiente para que se pudiera llevar a cabo la mencionada charla.

Me permití iniciarla narrando cómo a los 16 años fui invitada en Cremona por la poetisa Paternia Gallerati a mi primera "reunión de damas" en la que la anfitriona nos daba a conocer un libro cuyo título era La Ciudad de las Damas, escrito en 1405 por Christine de Pisan. Era importante que mi exposición fuera clara, concisa y amena pues me disponía a decir en público cuál era el alto ideal hacia el que me dirigía y había consagrado mi vida.

Empecé aclarando que la autora se enfrentaba al sistema misógino que imperaba en la sociedad del silgo XV y se pronunciaba abiertamente a favor de los derechos de las mujeres. En su libro contaba, con gran belleza de estilo, como estando en su estudio la visitaron tres damas que le exhortaban a rebatir las acusaciones de corte patriarcal que se hacían a la mujer. Desde el punto de vista laico, sus nombres eran: Razón, Rectitud y Justicia y desde el teológico: Fe, Esperanza y Caridad.

La Ciudad debería reunir a las mujeres más virtuosas de todos los tiempos para defenderse de las agresiones masculinas. Para ello, primero había que limpiar el terreno de ataques misóginos y después se tenían que erigir los edificios y la fortaleza en el terreno más propicio (el campo de las letras). Los cimientos debían ser sólidos y resistentes (los mejores ejemplos), unidos con la argamasa (tinta) y trabajados con la razón (la inteligencia). La tarea competiría a todas las mujeres, ya que se trataba de un trabajo colectivo nacido de un compromiso. La razón guiaría la construcción y tendrían derecho a recibir la misma educación, que es la única que facilita vivir en igualdad (tanto de sexos como de clases).

Cuando abrí el debate, el silencio fue sepulcral y fue mi suegra la que empezó preguntándome cómo había llegado a tener las ideas tan claras... A raíz de eso, las demás se animaron y hubo varias que, tímidamente todavía, se atrevieron a exponer sus propios puntos de vista...

 En 1582, Sofonisba Anguissola iba a cumplir 50 años, estaba casada con Orazio y compartían sus vidas sin cadenas ni ataduras; ella se sentía pletórica, satisfecha, repleta de experiencia y sabiduría que quería regalar y compartir. Bianca, su suegra, que llegó a conocerla muy bien, le propuso organizar un fiesta y ella accedió gustosa...

Fue a partir de aquel momento cuando empezó a firmar sus cuadros como Sofonisba Lomellina Anguissola.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA PRUEBA DE MI VERDAD

Muy cerca de la Estación de Termini, en Roma, se alza la iglesia de Santa María de la Victoria, uno de los muchos templos barrocos de una sola nave, diseñados a imagen y semejanza del Gesú, de acuerdo con el espíritu de la Contrarreforma.

Por lo dicho hasta ahora, esta iglesia podría ser una más de tantas que pueblan la Ciudad Eterna. Sin embargo, Santa María de la Victoria oculta un gran sorpresa en su interior ya que alberga, en una de sus capillas laterales, una de las más insignes joyas escultóricas del arte barroco: El Éxtasis de Santa Teresa del gran maestro Bernini, célebre autor de la famosa columnata de San Pedro del Vaticano.

La obra, integrada dentro de la capilla Cornaro, ocupa la parte central de la misma, justo bajo una pequeña claraboya que actúa como fuente de luz natural. A ambos lados, aparecen esculpidos algunos miembros de la familia del Cardenal asomados a una especie de palco, contemplando el éxtasis de Santa Teresa como si fuera un auténtico espectáculo. La reciente canonización de Teresa fue, sin duda, el motivo que llevó a Bernini a elegirla como centro de esta singular composición.


Sin embargo, no deja de ser impactante que el gran maestro se fijara, como vehículo para su expresión artística, en una mujer de Ávila que, además de mujer, era monja - gracias a lo cual pudo ser libre - y escritora.

Y es aquí donde reside la gran maravilla de este acontecimiento: en la condición de escritora de Santa Teresa. Y es que el artista no está esculpiendo una santa al modo en que estamos acostumbrados; no traza la imagen de una mujer que posa sin más ante el visitante. Bernini - y he aquí la maravilla - esculpe a Teresa viviendo una experiencia personal que ella misma nos ha relatado en su biografía y que el artista, sin duda, leyó. ¡Bernini esculpe la transverberación de la santa y lo hace siendo absolutamente fiel al relato que ha leído en el libro que ella escribió!

Porque Santa Teresa es también una mujer de acción que escribe y es su escritura la que, precisamente, se convierte en tema para la expresión artísitca, la escritura en libertad de Teresa, ajena a todo molde y muy alejada de los convencionalismos que marcaban la literatura de su tiempo. Porque Teresa escribe para comunicarse; para dar fiel testimonio de su vida; escribe para servir con su pluma a los demás; para dejar huella de su paso por el mundo; y para seguir siendo útil tras su propia muerte.

 "Aquí está mi firmeza, aquí mi seguridad, la prueba de mi verdad, la muestra de mi firmeza".

     ¡Para conjurar los males de estos tiempos recios unámonos a Bernini y leamos a Santa Teresa!

Ana Concha