lunes, 29 de enero de 2024

ATMÓSFERA AMOROSA

 

¿Por qué al contemplar un bebé nos sentimos tan bien? Porque su belleza y su pureza nos facilitan llegar a su esencia, el amor, el bien más preciado de todos, el valor de los valores. La persona no es un qué, sino un quién, y sólo ella tiene la capacidad de amar y ser amada. A esa esencia, al ser espiritual, sólo se puede llegar a través del corazón y de la intuición.

La palabra valor formó parte del lenguaje ético cotidiano muy entrado el siglo XIX y se consolidó en el XX con "La Teoría de los Valores" de Max Scheler (1874-1928): Las cosas no son buenas porque agradan, sino que agradan porque son buenas. Es el valor lo que provoca el agrado, pues valorar no es dar valor, sino reconocer el valor que la cosa tiene.

Y esa esencia tan valiosa, ese espíritu, debe contar desde el primer instante de su llegada al mundo con una atmósfera amorosa para que su desarrollo - a todos los niveles - sea lo mejor posible. Según el neurocientífico Dan Sieguel: "más importante que un exceso de estimulación sensorial son los patrones de interacción entre el niño y su cuidador, pues esa interacción colaborativa es clave para que su desarrollo sea saludable".

Está científicamente demostrado que una crianza llena de amor, de apego, favorece el desarrollo del hipotálamo, un área del cerebro que afecta a la memoria y a la regulación de los estados emocionales que permiten asociar sensaciones positivas (o negativas) en base a los recuerdos. Así, a medida que el niño va creciendo envuelto en cariño, confianza y seguridad (contacto corporal, cuidado constante, método razonable...) su autoestima se va fortaleciendo, lo que facilitará que cuando se relacione con los demás lo haga de forma natural y espontánea. 

Educar, amar y vida son palabras preciosas si aprendemos a conjugarlas sabiamente (con inteligencia y sensibilidad), pues nos harán capaces de emprender con el niño el viaje más apasionante de toda su vida: la alegría de ser y de vivir. 

El amor a la vida es el gran motor de la educación, una cualidad esencial y muy poderosa que debe tener el educador porque brota del alma y es impulsada por ella. Él será el encargado de invitar al niño a descubrir el mundo y maravillarse, sin olvidar jamás que la adversidad forma parte del camino. Calentará su corazón e iluminará sus pasos enseñándole también que, cuando el dolor se mira de frente y se abraza, la alegría puede renacer; las penas necesitan su tiempo y espacio, no hay que evitar la tristeza, pues es más valiosa una tristeza verdadera que una alegría falsa.

La belleza y la ternura de un bebé mueven y conmueven, generan amor y alegría, nos inducen a ser más amables, delicados, compasivos, comprensivos, agradecidos... En definitiva, un bebé siempre nos hace mejores personas, pues está envuelto y envuelve en una atmósfera de amor.