A comienzos del mes de julio de 1881 empezaba una nueva etapa veraniega que traería agradables experiencias y viajes para la familia real. Los médicos de cámara se preocupaban por la salud del rey y le aconsejaron una localidad costera por lo beneficioso del mar. Se buscó un lugar tranquilo y un ambiente discreto y privado y se eligió Comillas, donde el gran magnate naviero Antonio López y López había ofrecido su finca y varias residencias para albergar al monarca y a su corte, con todo lujo y comodidad.
En sólo dos meses redecoró su casa y reformó toda la villa en todos sus detalles urbanísticos y ornamentales; más de trescientos artesanos (de Santander y Barcelona) dirigidos por un grupo de arquitectos catalanes trabajaron a destajo. El caserón indiano de don Antonio se amplió, renovó y mejoró con los más novedosos lujos. En la villa, se remozaron sus calles y edificios y se dispuso de un generador eléctrico a vapor que proporcionaba luz eléctrica a la casa y a las calles de Comillas (primer pueblo que contó con la revolucionaria iluminación de la vía pública).
En agradecimiento a los grandes servicios prestados a la corona española, el rey concedió a don Antonio el título de marqués de Comillas en 1878. Un hombre entrañable e inteligente que se desvivió por hacer disfrutar a la familia real durante su estancia en el pueblo que le vio nacer. Los reyes (don Alfonso y María Cristina de Habsburgo) llegaron - junto a las infantas Paz y Eulalia - el 6 de agosto de 1881, saliendo el pueblo entero a recibirles. Los monarcas realizaron un viaje oficial por las provincias del Norte durante veinte días y, por último, llegó la infanta Isabel (La Chata). Se dispusieron excursiones por tierra y mar, jugaron a los bolos... un día se trasladaron hasta Santander en barco para asistir a una corrida de toros. A diario se ofrecían conciertos de música por una orquesta de Madrid y con frecuencia los fuegos artificiales se veían desde el jardín de la residencia del marqués.
Pero el mayor acontecimiento fue el día 28, cuando llegaron a la bahía seis enormes buques de la compañía naviera del marqués; los barcos fondearon y las sirenas sonaron en homenaje al rey, que visitó varios de ellos. Sobre una colina de la villa se construyo un kiosco de hierro para que la familia contemplara la espectacular parada naval. A mediados de septiembre la estancia llegaba a su fin y llegaron a Madrid el día 20 a tiempo para la solemne apertura de las Cortes.
Sin embargo, el anhelado veranero de la casa real en Comillas se vio truncado por una serie de acontecimientos. En 1882, sólo pudieron acudir el rey, las infantas y la reina madre, Isabel II, que había venido a España, ya que la reina estaba embarazada de cinco meses. En 1883 doña María Cristina y las infantitas fueron a Viena. En 1884, el rey empeoró de su enfermedad pulmonar y pasó el verano entre un balneario navarro y Gijón y, por último, en 1885, ya muy enfermo, se quedaron en la Granja, pasando el otoño en el Pardo, lugar en el que falleció, el 25 de noviembre de 1885 (cuatro días antes de cumplir 28 años)...
Comillas, sintió enormemente la muerte del rey, quien no pudo llegar a estrenar el Palacio de Sobrellano, el lugar que el marqués le había construído para sus estancias veraniegas. La aristocracia y alta burguesía siguieron fieles a la hermosa villa cantábrica convirtiéndola en uno de los lugares de veranero más emblemáticos por su calidad y distinción.
lunes, 30 de diciembre de 2019
jueves, 26 de diciembre de 2019
EL CAPRICHO
Una vez terminada Villa Quijano, el resultado fue tan fantástico que le pusieron el nombre de "El Capricho", pieza musical de forma libre y de carácter vivo y animado que se reflejaba en el colorido y viveza de su imagen exterior. La fusión perfecta entre la naturaleza, la arquitectura y la música había dado como resultado una auténtica joya del Modernismo europeo, era como "una gran caja de música cuya fachada, con ritmo ondulante y elegante, tenía forma de pentagrama".
Fue la primera obra de Gaudí y duró dos años (1883-1885). Inspirándose en el arte de India, Persia o Japón, así como en el islámico-hispánico (mudéjar y nazarí), utilizó el azulejo cerámico, los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula; un diseño inteligente y onírico con humanizados espacios interiores habitables y desarrollando las estancias para un aprovechamiento óptimo de las horas del sol, tal como lo hacen los girasoles, siendo la casa también un "gran girasol".
De planta alargada y rectangular (en forma de U) constaba de sótano, planta baja y desván, En el desván, colocó agradables miradores exteriores bajo la cubierta. En la entrada, rompía la forma rectangular colocando una enorme torre, minarete o alminar (persa), que fue el precedente de una solución arquitectónica que aparecería más adelante en otras de sus construcciones. En el remate de la torre circular, revestida con una cerámica vidriada decorada, que acentuaba la verticalidad, se ubicó un mirador cubierto por una cúpula geometrizada sostenida por cuatro finas columnas de fundición y desde el cual se podía contemplar el mar...
En el exterior, ladrillo visto intercalando piezas de tonalidad amarilla y rojiza con cenefas de cerámica vidriada en relieve que imitaban hojas de un verde intenso y delicadas flores de "girasol"; piezas hechas a mano recorrían simétricamente en líneas horizontales todo el perímetro de la casa y enmarcaban el contorno de las ventanas, las chimeneas y la cornisa del tejado. En toda la fachada sur se instaló el invernadero, con paredes de vidrio, y con un sistema de aire que distrubuía el calor por todo el edificio. Allí se cultivarían plantas exóticas traídas de ultramar. En poniente, el salón de juego o música.
El Capricho estaba lleno de detalles y sorpresas que estimulaban su uso y disfrute: los barrotes de los balcones reproducían claves de sol, los artesonados con un modelo diferente en cada habitación, las vidrieras con motivos vegetales o de música, las manillas de las puertas que se adaptaban al tacto de las manos, los banco-balcón, los contrapesos de las ventanas de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.
Fue una verdadera pena que su propietario, don Máximo Díaz de Quijano muriera al poco tiempo de estar terminada la casa, pues falleció en junio de 1885. Su hermana Benita lo heredó y en 1904 su hijo murió soltero y terminó en la familia Güell. La casa cayó en abandono después de la Guerra; en 1969 fue declarada BIC (bien de interés cultural) y en 1975 hubo un intento de trasladarla a Reus; en 1977 lo adquirió un empresario para convertirlo en restaurante; en 1992 lo compró una compañía japonesa y en 2010 se convirtió en museo.
Siempre es una delicia volver a ese mágico lugar en el que te sientes transportada a un cuento de hadas gracias a la extraordinaria adaptación del arquitecto a las características del dueño.
Fue la primera obra de Gaudí y duró dos años (1883-1885). Inspirándose en el arte de India, Persia o Japón, así como en el islámico-hispánico (mudéjar y nazarí), utilizó el azulejo cerámico, los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula; un diseño inteligente y onírico con humanizados espacios interiores habitables y desarrollando las estancias para un aprovechamiento óptimo de las horas del sol, tal como lo hacen los girasoles, siendo la casa también un "gran girasol".
De planta alargada y rectangular (en forma de U) constaba de sótano, planta baja y desván, En el desván, colocó agradables miradores exteriores bajo la cubierta. En la entrada, rompía la forma rectangular colocando una enorme torre, minarete o alminar (persa), que fue el precedente de una solución arquitectónica que aparecería más adelante en otras de sus construcciones. En el remate de la torre circular, revestida con una cerámica vidriada decorada, que acentuaba la verticalidad, se ubicó un mirador cubierto por una cúpula geometrizada sostenida por cuatro finas columnas de fundición y desde el cual se podía contemplar el mar...
En el exterior, ladrillo visto intercalando piezas de tonalidad amarilla y rojiza con cenefas de cerámica vidriada en relieve que imitaban hojas de un verde intenso y delicadas flores de "girasol"; piezas hechas a mano recorrían simétricamente en líneas horizontales todo el perímetro de la casa y enmarcaban el contorno de las ventanas, las chimeneas y la cornisa del tejado. En toda la fachada sur se instaló el invernadero, con paredes de vidrio, y con un sistema de aire que distrubuía el calor por todo el edificio. Allí se cultivarían plantas exóticas traídas de ultramar. En poniente, el salón de juego o música.
El Capricho estaba lleno de detalles y sorpresas que estimulaban su uso y disfrute: los barrotes de los balcones reproducían claves de sol, los artesonados con un modelo diferente en cada habitación, las vidrieras con motivos vegetales o de música, las manillas de las puertas que se adaptaban al tacto de las manos, los banco-balcón, los contrapesos de las ventanas de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.
Fue una verdadera pena que su propietario, don Máximo Díaz de Quijano muriera al poco tiempo de estar terminada la casa, pues falleció en junio de 1885. Su hermana Benita lo heredó y en 1904 su hijo murió soltero y terminó en la familia Güell. La casa cayó en abandono después de la Guerra; en 1969 fue declarada BIC (bien de interés cultural) y en 1975 hubo un intento de trasladarla a Reus; en 1977 lo adquirió un empresario para convertirlo en restaurante; en 1992 lo compró una compañía japonesa y en 2010 se convirtió en museo.
Siempre es una delicia volver a ese mágico lugar en el que te sientes transportada a un cuento de hadas gracias a la extraordinaria adaptación del arquitecto a las características del dueño.
GAUDÍ Y QUIJANO
En 1878, Antoni Gaudí obtuvo el título de arquitecto en Barcelona y empezó a trabajar en el taller del artesano Punti, donde proyectó y se construyó su propio pupitre de dibujo. Allí conoció al comerciante de guantes Comella quien le encargó una vitrina para la Exposición Universal de París y fue - a través de ella - cómo conoció al famoso mecenas Eusebi Güell.
El joven arquitecto se sentía muy comprometido con la construcción y dedicaba más esfuerzo a la realización de la obra que a su diseño. Más tarde diría: "He cansado mucho a los que trabajan conmigo, procurando siempre mejorar las cosas, pero nunca las he dado por buenas hasta que me he convencido de que no podía perfeccionarlas más. Yo soy un artesano con conocimientos de arquitectura".
Eusebi Güell estaba casado con una hija del marqués de Comillas (Antonio López y López) y Gaudí fue ayudante de Martorell cuando realizó el Palacio de Sobrellano y el encargado del mobiliario de su Capilla. Su mecenas (Güell) le fue introduciendo en la élite catalana y su nombre se fue abriendo camino entre ella.
Fue presentado a don Máximo Díaz de Quijano, abogado, culto, escritor, amante de la música y de las plantas, soltero, con la salud delicada y cuya hermana estaba casada con un hermano del marqués. Sentía un gan anhelo de manifestar su fortuna a través del buen gusto, del progreso y de la modernidad haciéndose una casa de verano cercana al Palacio, en la parte occidental.
Según Gaudí: "La arquitectura crea el organismo y por eso éste debe tener una ley en consonancia con las de la naturaleza: los arquitectos que no se sometan a ella hacen un garabato en lugar de una obra de arte". Ambos se entendieron a la perfección, la cualidad se encontró con la oportunidad y don Máximo le brindó la posibilidad de hacer una verdadera obra de arte.
El arquitecto nunca estuvo en el solar, pero tuvo muy en cuenta el lugar para el diseño y la distribución de los espacios de la vivienda, ubicada en un bosque de castaños en pendiente con una inclinación del terreno expuesta al norte hacia un valle que descendía gradualmente hasta el mar. Orientó la construcción de forma que las zonas de día estuvieran abiertas al valle y elaboró una minuciosa maqueta de la vivienda, junto a unos planos muy detallados, que entregó a su amigo y compañero de facultad Cascante, para que ejecutara la obra, pues en ese mismo año (1883) Gaudí estaba llevando a cabo la Casa Vicens en Barcelona. Se ponía así en marcha la construcción de "Villa Quijano".
El joven arquitecto se sentía muy comprometido con la construcción y dedicaba más esfuerzo a la realización de la obra que a su diseño. Más tarde diría: "He cansado mucho a los que trabajan conmigo, procurando siempre mejorar las cosas, pero nunca las he dado por buenas hasta que me he convencido de que no podía perfeccionarlas más. Yo soy un artesano con conocimientos de arquitectura".
Eusebi Güell estaba casado con una hija del marqués de Comillas (Antonio López y López) y Gaudí fue ayudante de Martorell cuando realizó el Palacio de Sobrellano y el encargado del mobiliario de su Capilla. Su mecenas (Güell) le fue introduciendo en la élite catalana y su nombre se fue abriendo camino entre ella.
Según Gaudí: "La arquitectura crea el organismo y por eso éste debe tener una ley en consonancia con las de la naturaleza: los arquitectos que no se sometan a ella hacen un garabato en lugar de una obra de arte". Ambos se entendieron a la perfección, la cualidad se encontró con la oportunidad y don Máximo le brindó la posibilidad de hacer una verdadera obra de arte.
El arquitecto nunca estuvo en el solar, pero tuvo muy en cuenta el lugar para el diseño y la distribución de los espacios de la vivienda, ubicada en un bosque de castaños en pendiente con una inclinación del terreno expuesta al norte hacia un valle que descendía gradualmente hasta el mar. Orientó la construcción de forma que las zonas de día estuvieran abiertas al valle y elaboró una minuciosa maqueta de la vivienda, junto a unos planos muy detallados, que entregó a su amigo y compañero de facultad Cascante, para que ejecutara la obra, pues en ese mismo año (1883) Gaudí estaba llevando a cabo la Casa Vicens en Barcelona. Se ponía así en marcha la construcción de "Villa Quijano".
sábado, 21 de diciembre de 2019
MAZCUERRAS
"Todo el júbilo de la primavera se asomó al cielo y se fundió en un azul profundo, nuevo y triunfante, que recortó en su intensidad milagrosa los montes gigantes, los bravos montes de Cantabria. Blanquearon en el valle todos los senderos tendidos sobre el verde lozano de mieses y praderas, y en todos los nidos se inició una armonía de gorjeos y en todas las hojas rezaron las brisas una plegaria henchida de misteriosas promesas, impregnadas en secretas caricias". (La niña de Luzmela).
Junto al río Pulero, uno de los afluentes del Saja, se halla Mazcuerras, nombrado "Pueblo de Cantabria" en 2008 por sus valores históricos, culturales y ambientales, a media hora de Santander. Conocido como el pueblo de las flores, debido al cultivo de las mismas como una de sus principales actividades económicas, y por cómo adornan sus casas de arquitectura típicamente cantábrica.
Junto a la bolera, en una casa rural del siglo XIX, vivió gran parte de su vida Concha Espina y la "gran glicina" fue plantada por ella el día de su boda en 1893. Allí escribió su primera novela, La niña de Luzmela (1909), de ahí que en 1948 se adoptara Luzmela como nombre co-oficial del pueblo.
Nació en Santander, en el barrio de Sotileza, pero a los trece años su familia se trasladó a la casa de su abuela paterna en Mazcuerras, donde la niña empezaría a escribir. Allí se casó con Ramón de la Serna y se trasladaron a Chile, regresando a España en 1898 con dos hijos (Ramón y Víctor). En 1900, nació en Mazcuerras otro niño que falleció pronto y en 1903 Josefina, su única hija; el más pequeño, Luis, cuatro años más tarde.
Su marido se fue a México y ella se instaló en Madrid con sus cuatro hijos, llegando pronto la separación entre ambos. Su obra como escritora alcanzó notoriedad y reconocimiento y en su casa de la calle Goya celebraba un salón literario todas las semanas, al que asistían personajes de la alta burguesía e intelectuales.
La Guerra del 36 la pilló en su casa de Mazcuerras, donde pasó miedo, frío y muchas calamidades, debido a lo cual terminó perdiendo la vista por completo. Falleció en Madrid, con 86 años, siendo muchas de sus obras adaptadas al cine y al teatro. Tres días antes de morir, el 19 de mayo de 1955, mandó un artículo a ABC con un tarjetón que decía: "Les agradezco que lo publiquen cuando buenamente puedan y tengan espacio".
viernes, 20 de diciembre de 2019
LA ENREDADERA
Este libro narra la historia de dos mujeres que viven en la misma casa, una hermosa villa de indiano en el norte de España, con un siglo de diferencia. La historia está contada en contrapunto y el paralelo entre Clara, la sometida casada con un hombre mayor y rico que construye un palacio para su esposa, y la independiente Julia, que compra la casa cien años después para pasar vacaciones y breves períodos de huída de la gran ciudad, pone de manifiesto parecidas señales de identidad de las dos mujeres acosadas por las trampas inexorables de su sexo.
El espacio narrativo, la casa y el parque, el paso del tiempo marcado por el cambio decisivo del paisaje a través de las cuatro estaciones, sugiere y provoca en ambas mujeres instantes de reflexión, de congoja o melancolía. La memoria, permanente aguijón, compañera inevitable, va reconstruyendo a lo largo de las páginas del libro la personalidad y la vida de los dos personajes femeninos.
La impecable matización sensorial, el intimismo lírico, el rigor, la sensibilidad y la precisión hacen de "La enredadera", la primera novela de Josefina Aldecoa, una obra excelente que incide de forma muy aguda en las claves de la condición femenina.
En el centro de Mazcuerras, frente a la plaza de Concha Espina, se encuentra el palacete de 1882 donde fue escrita la novela y que pertenecía a su autora. A los pocos días de cumplir 85 años, la maestra y novelista, felleció en "Las Magnolias" a la que se había retirado hacía tiempo.
El espacio narrativo, la casa y el parque, el paso del tiempo marcado por el cambio decisivo del paisaje a través de las cuatro estaciones, sugiere y provoca en ambas mujeres instantes de reflexión, de congoja o melancolía. La memoria, permanente aguijón, compañera inevitable, va reconstruyendo a lo largo de las páginas del libro la personalidad y la vida de los dos personajes femeninos.
La impecable matización sensorial, el intimismo lírico, el rigor, la sensibilidad y la precisión hacen de "La enredadera", la primera novela de Josefina Aldecoa, una obra excelente que incide de forma muy aguda en las claves de la condición femenina.
En el centro de Mazcuerras, frente a la plaza de Concha Espina, se encuentra el palacete de 1882 donde fue escrita la novela y que pertenecía a su autora. A los pocos días de cumplir 85 años, la maestra y novelista, felleció en "Las Magnolias" a la que se había retirado hacía tiempo.
jueves, 19 de diciembre de 2019
UNA DAMA DE LAS LETRAS
De ella decía Marañón: "Hace un bien casi físico al lector" y es cierto, era una persona suave, elegante y mesurada que también era capaz de imponer su autoridad y firmeza a los que - llegada la ocasión - podía dominar con unas maneras perfectas y con una dialéctica implacable (casi sin posible réplica). Su rapidez de respuesta, su lucidez y su agudeza eran pasmosas y, en la circunstancias más difícles, o más imprevistas, o más sorprendentes, siempre sabía sacar a relucir una cualidad propia de los seres superiores y que en ella se daba de forma muy sutil: el sentido del humor. Era una mujer que poseía un verdadero atractivo espiritual, un magnetismo nada común...
En todos sus escritos afloraba una línea muy femenina y personal; estaban enriquecidos con su buen gusto, su delicadeza, su búsqueda permanente de lo estético, sin rehuir con valentía una verdad desnuda siempre que lo consideraba necesario. Tenía una inmensa fe en Dios y en sí misma, en su capacidad de trabajo y en su fuerte naturaleza femenina y guerrera, capaz de enfretarse al mundo entero si fuera necesario...
Con enorme entereza y serenidad, sientiéndose sola como nunca habría sido capaz de suponer, encajó los golpes que fueron forjando su vida con dificultades cada vez mayores, pero llevando ya para siempre en los ojos la pena y en la boca el sigilo.
"Que el espíritu se afine y la sensibilidad se depure, ese es mi deseo para la Humanidad y especialmente para nosotras, las mujeres con afán de superación, pues tenemos la fuerza y el poder suficientes para lograrlo e influír con amor y sabiduría en esa labor paciente y cotidiana de hacer renacer de nuevo a los héroes y heroínas que llevamos dentro".
Su unidad estilística y su idea personal de la narración, no describe, más parece que borda los paisajes con hilos finísimos de brillantes colores. Pero entreteje el alma en sus imágenes con tal maestría que sus cuadros se muestran vivos y palpitantes. En España ya no se reeditan sus obras, ni siquierta "La esfinge maragata", quizás la obra maestra de la literatura femenina en lengua castellana.
De nuevo hablo en mi blog de esta gran mujer, Concha Espina, tan injustamente olvidada y que tiene tanto que decir a la mujer del siglo XXI. Ella representa unos valores esencialmente femeninos que nos sirven de referente para no perder el rumbo en un momento en el que la falta de cortesía, de amabilidad, de delicadeza y de respeto no favorece en absoluto la evolución del ser humano. Es uno de mis referentes desde el punto de vista personal y literario que me encanta compartir con mis lectores.
En todos sus escritos afloraba una línea muy femenina y personal; estaban enriquecidos con su buen gusto, su delicadeza, su búsqueda permanente de lo estético, sin rehuir con valentía una verdad desnuda siempre que lo consideraba necesario. Tenía una inmensa fe en Dios y en sí misma, en su capacidad de trabajo y en su fuerte naturaleza femenina y guerrera, capaz de enfretarse al mundo entero si fuera necesario...
Con enorme entereza y serenidad, sientiéndose sola como nunca habría sido capaz de suponer, encajó los golpes que fueron forjando su vida con dificultades cada vez mayores, pero llevando ya para siempre en los ojos la pena y en la boca el sigilo.
"Que el espíritu se afine y la sensibilidad se depure, ese es mi deseo para la Humanidad y especialmente para nosotras, las mujeres con afán de superación, pues tenemos la fuerza y el poder suficientes para lograrlo e influír con amor y sabiduría en esa labor paciente y cotidiana de hacer renacer de nuevo a los héroes y heroínas que llevamos dentro".
Su unidad estilística y su idea personal de la narración, no describe, más parece que borda los paisajes con hilos finísimos de brillantes colores. Pero entreteje el alma en sus imágenes con tal maestría que sus cuadros se muestran vivos y palpitantes. En España ya no se reeditan sus obras, ni siquierta "La esfinge maragata", quizás la obra maestra de la literatura femenina en lengua castellana.
De nuevo hablo en mi blog de esta gran mujer, Concha Espina, tan injustamente olvidada y que tiene tanto que decir a la mujer del siglo XXI. Ella representa unos valores esencialmente femeninos que nos sirven de referente para no perder el rumbo en un momento en el que la falta de cortesía, de amabilidad, de delicadeza y de respeto no favorece en absoluto la evolución del ser humano. Es uno de mis referentes desde el punto de vista personal y literario que me encanta compartir con mis lectores.
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