Llegaron a su apogeo a finales del siglo XIX y principios del XX. Se convirtieron en los lugares elegidos por los escritores, politicos, diplomáticos y artistas para vivir y trabajar en ellos y se les llamaba kaffeehauslitteraten. La kaffeehaus era algo típicamente vienés que no se encontraba en ningún otro lugar del mundo, una especie de club democrático accesible a todos por el módico precio de una taza de café; en él, uno podía sentarse durante horas, dicutir, escribir, jugar a las cartas, ocuparse de su correo y, sobre todo, consultar un número ilimitado de periódicos y de revistas.
Para los vieneses, el Café es como un segundo salón, van allí todos los días para leer los periódicos, trabajar, encontrarse con amigos, hacer una pausa en una mañana de compras... para ver y ser visto. Por las tardes, van a tomar el aperitivo a partir de las cinco y, si tienen suerte, pueden encontrar a un pianista con smoking interpretando música vienesa.
El Sperl es el único que, desde su fundación en 1880, conserva su interior original, de estilo jugendstil, estilo modernista vienés que, superando el historicismo, buscaba la modernidad.
No me extraña lo más mínimo que, en el año 2011, la tradicional cultura de los Cafés Vieneses fuera declarada práctica social en la Lista Nacional del Patrimonio Cultural Intangible de la Unesco. Son lugares que favorecen y enriquecen las relaciones humanas de calidad; estando a gusto, relajados, tranquilos, se saborea no sólo lo material sino lo espiritual. Además entramos en la dimensión del sentir y el sentimiento es una comprensión de orden superior al de la mente.
¿Lo mejor, desde mi punto de vista? Pues que crean el clima adecuado para que se produzca la comprensión, el regalo más valioso que un ser humano puede brindar a otro. No se puede vivir sin comprender y ser comprendido...