viernes, 29 de marzo de 2019

UN CAMBIO SIN RETORNO

"La vida es bella aún con errores".
La palabra japonesa henko describe un cambio irreversible, un cambio en el que no hay posibilidad de retorno al estado inicial, un cambio que - buscado o no - provoca una transformación reveladora.

En un momento dado de mi vida, cambié de actitud y adopté una nueva forma de ver, entender, sentir y reaccionar. Adquirí una nueva perspectiva vital, un nuevo enfoque, un nuevo marco de significado para relacionarme y entender el mundo. Acepté que algunas cosas no iban a cambiar y me centré en lo que era susceptible de ser cambiado.

Yo no podía cambiar la vida, pero sí mi actitud ante ella. Empecé a ver nuevos significados e iluminé lo que no tenía luz o pasaba desapercibido. Descubrí nuevas formas de vivir que jamás me había planteado o que creía que jamás podría alcanzar. Me sentía como cuando la tierra despierta porque sabe que la primavera ha llegado para quedarse. Sentí que yo también despertaba a una nueva etapa y que era una sensación maravillosa, mi alma se abría a una primavera emocional...

Desde las sombras todo se ve oscuro y frío, pero cuando se va hacia la luz, la cara recupera el brillo, sientes que tienes el control sobre tu vida y te involucras en definir un futuro enriquecedor y atrayente. Por eso me centré en vivir, en enriquecer mi vida potenciando mi nivel sensorial con una decisión: pensar en mí misma y aprender que la vida es bella aun con errores e imperfecciones.

A partir de entonces, definí mis propósitos, me tracé un plan de acción, perseveré de forma inteligente y los resultados fueron sorprendentes. Me dí cuenta de que mi motivación por crecer era más fuerte que el miedo, que la comodidad y que cualquier excusa.

Y lo más importante de todo, supe que aquél que no vive se limita a sobrevivir hasta que se da cuenta de que necesita empezar a hacerlo y eso ocurre, generalmente, demasiado tarde...

domingo, 24 de marzo de 2019

CORAZONES HELADOS

"Una palabra amable da para resistir tres meses de invierno".
Hay personas que tienen el corazón helado, no les importa lo más mínimo los sentimientos de los demás y sólo les utilizan para cubrir sus necesidades y carencias. Es muy difícil convivir con ellos y si no tenemos cuidado podemos contagiarnos, pues su actitud negativa, su amargura, su miedo o desilusión van calando en nosotros sin que apenas nos demos cuenta.

 Los corazones helados buscan a corazones sensibles, compasivos y dulces, corazones capaces de brindar amor incondicional y cariño desinteresado. Por eso debemos estar muy alerta, ya que ese hielo es el resultado de un proceso que avanza de forma casi imperceptible; poco a poco el frío se va apoderando del que intenta ayudar  y va perdiendo su sonrisa, su luz, su energía; el frío le aletarga y pasa de vivir intensamente a intentar sobrevivir.

La persona compasiva y empática no debe consentirse a sí misma que eso le ocurra, pues se acabará convirtiendo en la sombra desvirtuada de lo que era. Si se desconecta del mundo exterior y se limita a ese mundo helador, oscuro y vacío, se irá sumiendo también ella en la tristeza, el rencor y el odio.

Está bien que intente ser una puerta abierta, una mano tendida que brinda una alternativa mejor y más cálida a la actitud del otro, alguien que le intenta definir un nuevo marco para que se relacione con el mundo y consigo mismo,  pero si no funciona, si la persona a la que se intenta ayudar no responde, debe dejar que siga su camino, ya que puede que no esté preparado para dar ese paso.

Todos merecemos vivir, sentir y volar libres. No debemos renunciar a una vida intensa para tratar de vivir la vida de otra persona, sus expectativas, sus fantasmas, sus traumas. Si nos han llegado a contagiar, debemos liberar nuestro corazón de ese hielo lo antes posible y no renunciar a nuestra propia vida, pues no sería una actitud responsable ni nos beneficiaría a ninguno de los dos...

lunes, 18 de marzo de 2019

FRAGILIDAD EMOCIONAL

Somos frágiles y fuertes a la vez, sin embargo nuestra fortaleza reside en la capacidad que tenemos para transcender a nuestra fragilidad, una fragilidad que nace de dos de las virtudes humanas que jamás deberíamos perder: la sensibilidad y la compasión (sentir con).

Muchas personas temen mostrar su fragilidad y se recubren de rígidas corazas que no les protegen, sino que les aíslan. Las corazas pueden evitar que sienta dolor, pero como están elaboradas con frialdad emocional acaban provocando la pérdida de la sensibilidad y de la compasión.

Una cosa es ser sensible (una cualidad) y otra ser débil o frágil emocionalmente hablando. La sensibilidad es una fortaleza emocional que nos permite conectarnos con nuestro entorno y ser receptivos a lo que en él ocurre. Las personas sensibles son más empáticas y receptivas, son cercanas, encantadoras y se implican, por eso sienten la vida intensamente. Todo ello les convierte en una presa codiciada y fácil para las personas tóxicas, egoístas, manipuladoras o crueles.

Las personas que piensan, analizan y sienten, perciben lo que ocurre a su alrededor y poseen un criterio y un sistema de valores que no quieren perder. En contraposición están los que viven en un egocentrismo que las aísla de lo que les rodea, que viven desconectadas de los demás y que son incapaces de contribuir al bien común a no ser que tengan una recompensa. No tienen amigos, sino contactos a los que explotar, ignoran el sufrimiento de los demás y sólo están orientadas hacia su propio enriquecimiento personal, ya sea económico, social o emocional.

A mí me gusta mirar a los ojos, ver el alma del que tengo enfrente y averiguar todo lo que me quiere decir. Me duele el sufrimiento de los demás, me enfado con las injusticias, no duermo cuando mi cabeza no deja de pensar... Soy sensible: me entristezco, me enfado, tengo miedo, desecho lo desagradable y dañino... pero jamás ignoro que que todas esas emociones son mensajes que los otros, la sociedad o mi cuerpo tienen que decirme. No niego lo que siento, no me distraigo, no echo la culpa a los demás y asumo mi parte de responsabilidad y, a veces, parte de la de otras personas.

También me permito reconocer cierta melancolía o tristeza ante lo efímero, ante la vida y ante el amor, algo que me permite estar realmente conectada con el presente...

sábado, 16 de marzo de 2019

AUTENTICIDAD

Sentirse diferente no es un problema, sino una virtud. Todos y cada uno de nosotros somos seres únicos, nacidos para ser reales, no para ser perfectos; para ser originales, no copias. Nuestra individualidad es la clave de nuestra belleza interior y exterior. Lo "auténtico" es bello. Lo genuino es atrayente. Lo esencial es enriquecedor. La diferencia es un valor.

Estamos acostumbrados a exigirnos más que a los otros porque arrastramos fantasmas, cadenas, miedos. Creemos que tendríamos que ser mejores, dignos de admiración, pero ese deseo no es real ni sano. Sólo nos sentiremos en paz y a gusto cuando aprendamos a perdonar los accidentes o anomalías (propias y ajenas).

La culpa no es más que una reacción empática que brota cuando pensamos que somos el origen del sufrimiento de otra persona... Pero, ¿qué pasa cuando ese sufrimiento es simulado, inferido, proyectado o imaginado?, ¿qué ocurre cuando no es justo? Hay que protegerse de los ilusos que enarbolan el estandarte de la "normalidad" para sentirse seguros, para discriminar y distanciarse de lo anormal para tapar sus propios miedos. Esas vidas - aparentemente normales - no suelen ser más que escenarios, montajes o realidades parciales y maquilladas.

Un anhelo es una aspiración poco definida o muy generalizada que tiene un efecto activador parecido al de los desesos, pero sin un foco claro. Anhelamos, por ejemplo, la belleza, sin darnos cuenta de que somos bellos como somos, nuestra belleza intrínseca es nuestro mayor valor. No debemos vender nuestra alma para tratar de gustar a personas a las que no les importa nuestro ser, sino nuestro "parecer".

Creo que ya va siendo hora de normalizar lo imperfecto, la variedad, lo natural. Asumamos que la vida es imperfecta pero bella. Permítamonos expresar nuestra belleza en todo su esplendor. Aceptemos con humildad nuestras limitaciones y permitamos que los demás nos conozcan como somos, sin disfraces ni maquillajes, sin fachadas. Esa actitud es mucho más saludable, pues deberíamos tener muy claro que son precisamente nuestras imperfecciones las que nos hacen realmente "únicos".

domingo, 3 de marzo de 2019

EL AUTOCONTROL

En Japón, el mantener en silencio los asuntos personales, los problemas y las quejas es algo que denota buena educación. Esa correcta actitud, con el paso del tiempo, pasa a formar parte indisolubre de ellos mismos. La paciencia y la fuerza ante la dificultad o el sufrimiento, frente a las dificultades propias de una vida imperfecta, son manifestaciones de una mente madura que contempla la imperfección y el sinsentido de la vida con cierto distanciamiento. Con ese buen hacer, no sólo se beneficia la persona, sino toda la colectividad, pues aumenta el civismo (cooperación, pensar en grupo, ayudarse unos a otros...).

Una persona que necesita ayuda, si se muestra humilde y no pide más de lo necesario, no abusará jamás de la generosidad de su interlocutor. El "autocontrol" no es autorrepresión, es decir la negación de los propios impulsos o necesidades, sino saberlos gestionar teniendo en cuenta que hay un momento, un espacio y una compañía oportunas para poder expresarlos.

En Occidente se está olvidando el pequeño detalle de pensar en los demás a la hora de desahogarnos y eso es algo que daña profundamente la relación humana. Debemos tomar como ejemplo esos buenos hábitos que nos llegan de Oriente y pensar también en los demás. Todos nos influenciamos unos a otros, por eso deberíamos ser una buena influencia para los que nos rodean y procurar crear un ambiente de bienesatar con nuestra forma de ser y de actuar en la vida cotidiana.

Para ello, es imprescindible tener un objetivo en la vida y mantener la mirada siempre al frente; a los lados, sólo hay que mirar para disfrutar del paisaje y para no perder las oportunidades que pasen cerca, pero jamás para compararse con otras personas. Cada uno tenemos nuestra propia historia, nuestro contexto, nuestros problemas y dificultades... En realidad, no vemos las dificultades hasta que no apartamos los ojos de nuestro objetivo.