lunes, 8 de octubre de 2018

RUECAS DE MARFIL

Nodrizas de nuestros sueños, hilanderas de nuestras vidas, melancólicas hadas que acompañáis nuestros pasos desde la cuna hasta el sepulcro: dadme las ruecas de marfil con que sabéis transfigurar las cosas vulgares, los destinos crueles, los dolores mudos, en gloriosas urdimbres, en doradas hebras de ilusión y de luz.
Discípula vuestra soy: por las rutas sombrías de este valle de lágrimas, absorta en mi noble vocación de escritora, voy recogiendo por el camino todo aquello que la realidad me ofrece para guardarlo con ternura en mi corazón y tejerlo, después, en mis fantasías.



Nada desprecio por menudo y trivial que sea. En una gota de agua se cifra todo el universo. Abejas hacen la miel; con el barro se fabrica el búcaro. Tosca y ruin es, casi siempre, la realidad, como el copo de lino, como el vellón de lana, como el capullo de seda sin hilar; pero esa materia ruda se convierte en estambres luminosos, en delicados filíes, cuando la imaginación y el arte, que son las hadas benéficas de los hombres, la toman, la retuercen y devanan en sus invisibles ruecas de marfil.


Las cosas del mundo, para quien tiene piedad, son harto melancólicas. La vida, para quien sabe de 
dolor, es algo a la vez hermoso y duro, pálido y sugerente, como el marfil de las ruecas con que las hadas tejen nuestros sueños, hilan nuestras vidas y urden, al cabo, nuestras mortajas.

Este libro, que es de una inmensa belleza, refleja perfectamente la sensibilidad e inteligencia de una escritora, Concha Espina, que estuvo a punto de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1929 y, sin embargo, ha sido injustamente silenciada. Con una fuerza de voluntad inquebrantable, escribió hasta el último día se su existencia, a pesar de que se había quedado ciega. A mí, como otras muchas cosas, la autora me llegó a través de mi madre - también de Santander - y es ahora, en plena madurez, cuando mejor la estoy apreciando y valorando.


domingo, 7 de octubre de 2018

EUGÈNE BOUDIN

"Tres pinceladas al aire libre, en la naturaleza, son mejores que dos días de trabajo en el caballete", decia Boudin a su amigo Michel Lévy mientras hacía este lienzo que inmortalizó a Eugène haciendo lo que más le gustaba, pintar "à plein air".
Hijo de marino, siempre había estado relacionado con el mar y en le Havre, trabajando como impresor y más tarde como enmarcador, pudo conocer a muchos artistas que le animaban a aprender a pintar. Haciendo caso a Millet, viajó a París cuando tenía 23 años (1847) y le atrajo la Escuela de Barbizón, donde se pintaba el paisaje tomado del natural.

Resgresó a Normandía y Bretaña y en 1855 se enfrentó a su gran pasión: pintar el mar y entregarse a la fascinación que sentía por el estudio de los efectos lumínicos. En Deauville, no muy lejos de Honfleur su pueblo natal, la aristocracia pasaba sus veranos y él realizó muchas obras de carácter amable que testimoniaban una nueva forma de vida en una época en la que empezaba a estar de moda tomar baños en el mar.

Pero esos cuadros no le acercaban a la élite del arte y viajó a Bélgica, Burdeos, Holanda y Venecia, buscando los mejores efectos de la luz que dieran dinamismo a sus obras. El cielo fue su gran aliado, captando siempre en sus paisajes sus infinitos matices y desafiando las inclemencias del tiempo o la salud.
A partir de 1870, se dedicó a investigar el paisaje en todos los momentos del día y estaciones del año, creando series de un mismo paisaje como haría su amigo Monet.

 En realidad, Boudin - aunque participó en exposiciones de los Impresionistas - fue precursor del Impresionismo. Conoció a Monet en 1858, cuando el joven Claude sólo tenía 18 años, y le animó a que dejara sus caricaturas y pintara al aire libre. Le transmitió su amor a los tonos brillantes, a la luz y a la naturaleza. Pasados los años, Monet diría: "Se lo debo todo a Boudin".

Bajo mi punto de vista, Eugène Boudin, el que afirmaba que el blanco o impenetrable no existe y que el aire es transparente, se ganó muy merecidamente su título de "el rey de los cielos", pues durante toda su vida mantuvo el anhelo de elevar sus obras a un nivel superior, algo que le acompañó hasta su muerte, que le sorprendió contemplando el cielo de Deauville...


GINKGO BILOBA

"Las hojas de este árbol, que del oriente
a mi jardín venido, lo adorna ahora,
un arcano sentido tienen, al sabio
de reflexión le brindan materia obvia.

¿Será este árbol extraño algún ser vivo
que un día en dos mitades se dividiera?
¿O dos seres que tanto se comprendieron,
que fundirse en un solo ser decidieran?

La clave de este enigma tan inquietante
yo dentro de mí mismo creo haberla hallado:
¿no adivinas tú mismo por mis canciones,
que soy sencillo y doble como este árbol?"  
(poema de amor de Goethe)



 "Amarillo, aún no imagina
el viento, la desbandada
de sus hojas, ya apagada
su claridad. Se avecina
la tarde gris. Ni adivina
su soledad, esa tristeza
de sus ramas.

Fue certeza,
alegría - ¡otoño! -. Faro,
abierta luz,
desamparo
después. ¿Dónde tu belleza?
 (fragmento de un poema de Elena Martín Vivaldi)