"Elige la manera de vivir, la costumbre te la hará más agradable" (Epicteto).
La esencia del auténtico "bienestar" consiste en sostener actitudes y opiniones correctas respecto a lo absoluto. El orden universal es inteligente y, fundamentalmente, bueno. La vida no es una serie de episodios fortuitos y sin sentido, sino un todo ordenado y elegante que obedece a leyes comprensibles. Existe un orden natural que dirige el universo con justicia y bondad.
Yo gobierno mi vida de acuerdo con este orden. Me siento fuerte, decidida, segura; acepto lo que ocurre con humor e inteligencia.
He optado por el "downshifting" (destensión) dando importancia a tener tiempo libre y a pensar que el trabajo no lo es todo. No necesito demasiadas cosas para vivir con calidad, pero he aprendido a valorar las que tengo y a cuidarlas y potenciarlas. No me gusta nada vivir a crédito y pienso que lo mejor que me brinda la vida, por lo general, es gratis.
Al no centrar mi vida alrededor del trabajo (sólo) mis preocupaciones son menores y, por supuesto, no llevo a cabo cosas que me desagradan (por mínimas que parezcan). Me cuido más desde un punto de vista holístico (cuerpo, mente y alma) y abandono la prisa. Todo ello me hacen sentir realmente bien y así, cuando llegan los imponderables, estoy preparada para afrontarlos sin gran esfuerzo.
"Aquél que se acomoda como es preciso a la necesidad, es sabio y hábil en el conocimiento de la vida".
Estamos a punto de empezar el nuevo Curso Académico y hay que ir calentando motores para que resulte lo más interesante y gratificante posible. Es bueno ir preparándose para horarios más estrictos, menos horas de luz, caída de las hojas, repliegue de la naturaleza y de nosotros mismos, momentos de soledad y de melancolia... todo ello forma parte de nuestro día a día... no todo va a ser de color de rosa (no hay rosas sin espinas), pero el dolor y el gozo forman parte del ser humano y ninguno es mejor que otro, simplemente "son" y hay que experimentarlos con la misma naturalidad.
Aprovechemos los últimos rayos de sol y llenemonós de vitalidad y alegría. Nada para afrontar lo que vaya llegando como un magnífico tono vital.
¡Suerte a todos y buen otoño!
sábado, 26 de septiembre de 2015
miércoles, 23 de septiembre de 2015
OTOÑO, MADUREZ
En la tradición indígena americana el ser humano llega a la madurez hacia los 52 años, entrando en la etapa más importante de su vida, pues ya no se limita a sus actividades estrictamente familiares sino que se dedica también a trabajar desinteresadamente por el bien de la comunidad. Pasa a ser considerada como "honorable" ya que su opinión, consejos, conocimientos y experiencia orientan y alientan a muchas personas. Es como un buen vino, que necesita envejecer para coger cuerpo, volverse más transparente y suavizar su sabor.
La persona madura crece y evoluciona sabiendo que hay algo sólido en su interior y que su vida ha dado frutos después del cultivo y la poda, la templanza y el trabajo. Sabe sembrar y dejar crecer nuevas posibilidades y también sabe que, para que se sonviertan en fruto, necesitan mucho amor y empeño.
Puede llevar adelante su vida personal como un proyecto lleno de significado. Todo lo que ha vivido es un preludio de lo que le llega ahora porque es el momento de protagonizar su vida de forma auténtica, responsable y libre. El fruto ha madurado y emite toda su fragancia: una mezcla deliciosa de intuición, intelecto y experiencia.
Pero, la otra cara de la moneda es la "soledad". Experimentar la soledad forma parte de la madurez y, a pesar de que posee una especie de tristeza, de pesar, va acompañada de un profundo silencio, un silencio que favorece mirar hacia dentro, profundizar en uno mismo y estar dispuesto a comprender y a amar más a los demás. Llega a sentir "compasión" (sentir con) que es el grado más elevado del amor y que sólo puede brotar de un corazón cálido y lleno de vida.
Cuando llega el Otoño las hojas caen de los árboles y se cosechan frutos maduros y algunos, como las nueces o las castañas, pierden su envoltura. Es el período de la "separación" . De la misma forma que el fruto se separa del árbol y el hueso del fruto, el alma se separará un día del cuerpo. En ésta época el espectáculo de la naturaleza y su atmósfera también nos invitan a pensar si lo que estamos haciendo con nuestra vida merece la pena y si realmente damos importancia a lo fundamental...
Es la estación del año en la que la naturaleza se repliega y nosotros también y, eso, es muy necesario...
La persona madura crece y evoluciona sabiendo que hay algo sólido en su interior y que su vida ha dado frutos después del cultivo y la poda, la templanza y el trabajo. Sabe sembrar y dejar crecer nuevas posibilidades y también sabe que, para que se sonviertan en fruto, necesitan mucho amor y empeño.
Puede llevar adelante su vida personal como un proyecto lleno de significado. Todo lo que ha vivido es un preludio de lo que le llega ahora porque es el momento de protagonizar su vida de forma auténtica, responsable y libre. El fruto ha madurado y emite toda su fragancia: una mezcla deliciosa de intuición, intelecto y experiencia.
Cuando llega el Otoño las hojas caen de los árboles y se cosechan frutos maduros y algunos, como las nueces o las castañas, pierden su envoltura. Es el período de la "separación" . De la misma forma que el fruto se separa del árbol y el hueso del fruto, el alma se separará un día del cuerpo. En ésta época el espectáculo de la naturaleza y su atmósfera también nos invitan a pensar si lo que estamos haciendo con nuestra vida merece la pena y si realmente damos importancia a lo fundamental...
Es la estación del año en la que la naturaleza se repliega y nosotros también y, eso, es muy necesario...
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sábado, 19 de septiembre de 2015
EL CONSOMÉ DE LHARDY
En el número 8 de la Carrera de San Jerónimo, se encuentra el emblemático Lhardy, fundado en 1839 por Emilio Lhardy. Abrió sus puertas cuando en la Plaza Mayor de Madrid aún se celebraban corridas de toros y las calles se alumbraban con farolillos de gas.
Lo curioso es que fue creado tal y como hoy se concibe la restauración pública: estableció un precio fijo, las minutas por escrito y mesas separadas con manteles y servilletas blancos.
El fenómeno social del restaurante había nacido en Francia 50 años antes, cuando al caer la realeza y la nobleza, los cocineros y sirvientes buscaban una aplicación burguesa a sus destrezas.
En 1885 se incorporó el teléfono al establecimiento, lo que permitió la reserva de mesa y el encargo a domicilio. Se ofrecía "el consomé" autoservido de un samóvar de plata junto a tentempiés como croquetas, hojaldres o barquetas que se mantenían crujientes y templados en su "croquetero". Tuvo tal éxtito entre las damas de la época que fue un reclamo para que las señoras fueran "solas" a tomar el aperitivo. Al principio, no se bajaban de sus coches, pero pronto se decidieron a entrar en el local y gozar de su exquisitez, manifestando un signo de liberación femenina...
Azorín, que vivía cerca, era un asiduo y decía: "no podemos imaginar a Madrid sin Lhardy. Lhardy resume la aristocracia y las letras y, a su vez, Lhardy es resumido por el espejo de fondo. Ese espejo grande, con marco de talla dorada, que está en el fondo de la tienda sobre una consola con tablero de mármol blanco. En Lhardy, por sus concurrentes, por su historia, por lo selecto de su servicio, todo resulta noble. En los estantes nos miran las limetas, botellas y exquisitos frascos de vinos y licores y el espejo lo abarca todo. Recoge la claridad diurna y detiene los fulgores del crepúsculo vespertino. La tienda es reducida, arriba los salones..."
En octubre de 1926 el abuelo y el tío de Milagros se hicieron con con la tienda-restaurante y, desde entonces ha permanecido en la familia (contra viento y marea) manteniendo su espíritu inicial. Actualmente es como un museo de la historia madrileña y, sin perder su riqueza y esencia, está tratando de atraer a un público más moderno y renovado.
Su olor a madera antigua, su estilo anclado en el Romanticismo, su decoración de estilo Segundo Imperio con la elegancia de la alta burguesía, se perfila en su fachada hecha con maderas de caoba de Cuba. Entrar en Lhardy es viajar al pasado y respirar el mismo ambiente que muchos personajes que forman parte de nuestra vida colectiva. Yo creo que, entre todos y en la medida de nuestras posibilidades, deberíamos mantenerlo (desde un consomé con croquetas hasta una gran fiesta familiar), "se lo merece".
"Lhardy vino a Madrid a poner corbata blanca a los bollos de la Tahona". (Galdós)
Lo curioso es que fue creado tal y como hoy se concibe la restauración pública: estableció un precio fijo, las minutas por escrito y mesas separadas con manteles y servilletas blancos.
El fenómeno social del restaurante había nacido en Francia 50 años antes, cuando al caer la realeza y la nobleza, los cocineros y sirvientes buscaban una aplicación burguesa a sus destrezas.
En 1885 se incorporó el teléfono al establecimiento, lo que permitió la reserva de mesa y el encargo a domicilio. Se ofrecía "el consomé" autoservido de un samóvar de plata junto a tentempiés como croquetas, hojaldres o barquetas que se mantenían crujientes y templados en su "croquetero". Tuvo tal éxtito entre las damas de la época que fue un reclamo para que las señoras fueran "solas" a tomar el aperitivo. Al principio, no se bajaban de sus coches, pero pronto se decidieron a entrar en el local y gozar de su exquisitez, manifestando un signo de liberación femenina...
Azorín, que vivía cerca, era un asiduo y decía: "no podemos imaginar a Madrid sin Lhardy. Lhardy resume la aristocracia y las letras y, a su vez, Lhardy es resumido por el espejo de fondo. Ese espejo grande, con marco de talla dorada, que está en el fondo de la tienda sobre una consola con tablero de mármol blanco. En Lhardy, por sus concurrentes, por su historia, por lo selecto de su servicio, todo resulta noble. En los estantes nos miran las limetas, botellas y exquisitos frascos de vinos y licores y el espejo lo abarca todo. Recoge la claridad diurna y detiene los fulgores del crepúsculo vespertino. La tienda es reducida, arriba los salones..."
En octubre de 1926 el abuelo y el tío de Milagros se hicieron con con la tienda-restaurante y, desde entonces ha permanecido en la familia (contra viento y marea) manteniendo su espíritu inicial. Actualmente es como un museo de la historia madrileña y, sin perder su riqueza y esencia, está tratando de atraer a un público más moderno y renovado.
Su olor a madera antigua, su estilo anclado en el Romanticismo, su decoración de estilo Segundo Imperio con la elegancia de la alta burguesía, se perfila en su fachada hecha con maderas de caoba de Cuba. Entrar en Lhardy es viajar al pasado y respirar el mismo ambiente que muchos personajes que forman parte de nuestra vida colectiva. Yo creo que, entre todos y en la medida de nuestras posibilidades, deberíamos mantenerlo (desde un consomé con croquetas hasta una gran fiesta familiar), "se lo merece".
"Lhardy vino a Madrid a poner corbata blanca a los bollos de la Tahona". (Galdós)
martes, 15 de septiembre de 2015
¿QUÉ ES UN CLUB?
Aunque algunos dicen que la palabra Club significa corrillo de gente, a mí me convencen más los que lo definen como una asociación de gente que se une para fomentar el compañerismo y las relaciones sociales de calidad.
El término nació en Inglaterra alcanzando su máximo apogeo en el siglo XVIII, momento en el que los "coffee-rooms" se convirtieron en "coffee-houses".
Los clubs ingleses son espacios de privilegio, exclusividad y protocolo. Desde que fueron fundados se establecieron unas normas básicas que se han ido desarrollando a lo largo del tiempo. Éstas normas, muy estrictas, son acatadas por todos los miembros con pleno convencimiento, pues las consideran imprescindibles, útiles y justas para la paz, el sosiego y el buen funcionamiento de la organización.
Los derechos imponen deberes y, gracias a las normas, aquéllos se pueden concretar, exigir y realizar. Sin normas, la libertad de sus miembros se vería muy afectada.
El mismísimo Duque de Wellington no pudo entrar en su club por llevar pantalón en lugar del calzón corto que estaba prescrito.
Su momento álgido llegó en el siglo XIX, cuando la mayoría de los clubs londinenses abrieron sus puertas en Pall Mall, una elegantísima avenida que parte de Trafalgar Square. En el interior de todos ellos se detecta la atmósfera conservadora del antiguo Imperio Británico.
El Britannia no admite medidas y monedas europeas y el Savoy es muy famoso por su té de las cinco. En el Grey Prinstripe se exige frac y sombrero de copa para determinados actos... Y, por supuesto, todas estas excentricidades sólo pueden ser disfrutadas por los socios o sus invitados.
Curiosidades aparte, lo que me gusta de la sociedad inglesa es que hay numerosísimas asociaciones o agrupaciones de todo tipo y condición que demuestran que es una sociedad sana y viva, acostumbrada a acatar pequeñas normas que la entrenan para respetar otras de mayor envergadura.
Formar parte de un club denota que el individuo intenta mejorar su vida (individual y social), pues al tener una meta común le descubre que es capaz de hacer muchas cosas que jamás haría en solitario y eso aumenta su autoconfianza. Además, la fuerza y el ánimo de los demás le estimulan para afrontar mejor el miedo, el desánimo, la timidez, la inseguridad.
Todos los miembros que forman un club son respetables y valiosos y se complementan unos a otros. Está demostrado que, cuando realizamos actividades conjuntas, nuestro ingenio y capacidad para encarar dificultades crecen. No estamos hechos para la pereza y la rutina sino para pensar, jugar, actuar, emprender cosas... La inteligencia, como el cuerpo, necesita estar "activa" para fortalecerse.
¿Qué tal si nos decidimos a formar parte de un nuevo Club ahora que va a empezar el Curso? ¡Yo me apunto!
El término nació en Inglaterra alcanzando su máximo apogeo en el siglo XVIII, momento en el que los "coffee-rooms" se convirtieron en "coffee-houses".
Los clubs ingleses son espacios de privilegio, exclusividad y protocolo. Desde que fueron fundados se establecieron unas normas básicas que se han ido desarrollando a lo largo del tiempo. Éstas normas, muy estrictas, son acatadas por todos los miembros con pleno convencimiento, pues las consideran imprescindibles, útiles y justas para la paz, el sosiego y el buen funcionamiento de la organización.
Los derechos imponen deberes y, gracias a las normas, aquéllos se pueden concretar, exigir y realizar. Sin normas, la libertad de sus miembros se vería muy afectada.
El mismísimo Duque de Wellington no pudo entrar en su club por llevar pantalón en lugar del calzón corto que estaba prescrito.
Su momento álgido llegó en el siglo XIX, cuando la mayoría de los clubs londinenses abrieron sus puertas en Pall Mall, una elegantísima avenida que parte de Trafalgar Square. En el interior de todos ellos se detecta la atmósfera conservadora del antiguo Imperio Británico.
El Britannia no admite medidas y monedas europeas y el Savoy es muy famoso por su té de las cinco. En el Grey Prinstripe se exige frac y sombrero de copa para determinados actos... Y, por supuesto, todas estas excentricidades sólo pueden ser disfrutadas por los socios o sus invitados.
Formar parte de un club denota que el individuo intenta mejorar su vida (individual y social), pues al tener una meta común le descubre que es capaz de hacer muchas cosas que jamás haría en solitario y eso aumenta su autoconfianza. Además, la fuerza y el ánimo de los demás le estimulan para afrontar mejor el miedo, el desánimo, la timidez, la inseguridad.
Todos los miembros que forman un club son respetables y valiosos y se complementan unos a otros. Está demostrado que, cuando realizamos actividades conjuntas, nuestro ingenio y capacidad para encarar dificultades crecen. No estamos hechos para la pereza y la rutina sino para pensar, jugar, actuar, emprender cosas... La inteligencia, como el cuerpo, necesita estar "activa" para fortalecerse.
¿Qué tal si nos decidimos a formar parte de un nuevo Club ahora que va a empezar el Curso? ¡Yo me apunto!
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viernes, 11 de septiembre de 2015
ENQUIRIDÓN (UN MANUAL DE VIDA)
Epicteto (siglo I de nuestra Era) nació esclavo y llegó a ser uno de los filósofos estoicos más célebres de su tiempo. Su obra nos muestra el espíritu vivo del "estoicismo": la recta conduca y el recto pensamiento. Su influencia, que fue notable en el Derecho Romano, se prolonga hasta nuestros días, pues estamos con una verdadera necesidad de reorientar la moral (la forma de vivir) de nuestro mundo.
Está claro que estamos viviendo ya, con la larga y penosa crisis, un "postmaterialismo", pues, aunque no sea de forma voluntaria, las posibilidades de ganar dinero han disminuído. Es necesario buscar un equilibrio entre el ocio y el trabajo y centrarnos en conseguir objetivos como la realización personal y la construcción de relaciones humanas sólidas y auténticas (en lugar del caduco consumismo o la persecución del simple éxito económico).
Decía Epicteto: "si quieres ser escritor, escribe" y, siguiendo su consejo, he llegado a las siguientes conclusiones después de leer su manual sencillo y agradable:
1. no supongas: no des nada por supuesto, si tienes dudas, aclaralás; si sospechas, pregunta; suponer te hace inventar increíbles historias que envenenan tu alma y carecen de fundamento.
2. honra tus palabras: sé coherente con lo que piensas y haces. Ser auténtico hace que te respetes y te respeten.
3. haz siempre lo mejor: si siempre haces lo mejor que puedes, nunca te recriminarás ni te arrepentirás de nada.
4. no tomes nada como personal: en la medida que alguien te quiere lastimar, ese alguien se lastima a sí mismo y el problema es de él (no tuyo).
Sus ideas tienen una misteriosa y absoluta vigencia pues se asemeja a lo mejor de la psicología contemporánea; su pensamiento es una de las raíces primarias del autocontrol. Una vida felíz y una vida virtuosa es lo mismo. La felicidad y la plenitud son la consecuencia natural de hacer lo que es correcto.
¿Por qué no volver a los clásicos cuando éstos nos pueden ayudar de forma tan fácil?
Está claro que estamos viviendo ya, con la larga y penosa crisis, un "postmaterialismo", pues, aunque no sea de forma voluntaria, las posibilidades de ganar dinero han disminuído. Es necesario buscar un equilibrio entre el ocio y el trabajo y centrarnos en conseguir objetivos como la realización personal y la construcción de relaciones humanas sólidas y auténticas (en lugar del caduco consumismo o la persecución del simple éxito económico).
Decía Epicteto: "si quieres ser escritor, escribe" y, siguiendo su consejo, he llegado a las siguientes conclusiones después de leer su manual sencillo y agradable:
1. no supongas: no des nada por supuesto, si tienes dudas, aclaralás; si sospechas, pregunta; suponer te hace inventar increíbles historias que envenenan tu alma y carecen de fundamento.
2. honra tus palabras: sé coherente con lo que piensas y haces. Ser auténtico hace que te respetes y te respeten.
3. haz siempre lo mejor: si siempre haces lo mejor que puedes, nunca te recriminarás ni te arrepentirás de nada.
4. no tomes nada como personal: en la medida que alguien te quiere lastimar, ese alguien se lastima a sí mismo y el problema es de él (no tuyo).
Sus ideas tienen una misteriosa y absoluta vigencia pues se asemeja a lo mejor de la psicología contemporánea; su pensamiento es una de las raíces primarias del autocontrol. Una vida felíz y una vida virtuosa es lo mismo. La felicidad y la plenitud son la consecuencia natural de hacer lo que es correcto.
¿Por qué no volver a los clásicos cuando éstos nos pueden ayudar de forma tan fácil?
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jueves, 10 de septiembre de 2015
CAFÉ DEL JARDÍN
Si hay un plan que me puede gustar, ahora que se acerca el otoño, es ver un museo y luego, sin romper el encanto de lo que acabo de experimentar, sentarme en un lugar que me permita sedimentar todo lo contemplado y poder anotar cosas que me han llamado poderosamente la atención.
En Madrid, como formando parte del Museo Romántico (pero independiente) hay un delicioso lugar que cubre todas mis expectativas para lo que acabo de exponer y es "El Café Jardín", rincón romántico (en absoluto cursi) que es una perfecta simbiosis entre un salón de té del siglo XIX con reminiscencias inglesas y francesas.
La decoración, con una luminosidad resplandeciente que entra del jardín, es delicada, dulce y muy agradable. Los productos que ofrecen son caseros, frescos y de la mejor calidad. Se conjugan perfectamente el alimento del cuerpo y del espíritu, cuidan el detalle, el amor por lo bien hecho y se han ganado ya una clientela fiel.
Hay pocos espacios así, en los que de verdad se disfruta del arte y de la gastronomía con silencio, sosiego y pulcritud extrema. Tiene personalidad propia, por lo que se puede acudir a él sin necesidad de visitar el museo (aunque es recomendable hacerlo pues la experiencia es más completa). Es como un soplo de aire fresco, un alto en el camino, un espacio propicio para elevar el bienestar y la calidad de vida.
Salir de un lugar con mejor tono, las mejillas sonrosadas y entonada, es un regalo que, con frecuencia me concedo. No me gusta vivir de forma vertiginosa ni pasar por alto las cosas que realmente merecen la pena. Considero todo un arte el saber crear ambientes para que nos sintamos tan a gusto pues de ahí saldrán cosas mucho más creativas y renovadas, sin prisa pero sin pausa, con sedimento... Forma parte del "downshifting" que hace tiempo que practico, es decir, reducir la marcha y vivir de forma más simple no dejándome atrapar por el obsesivo materialismo y reduciendo la tensión, el estrés y los transtornos físicos y psíquicos que llevan consigo.
Para frenar todo eso nada como un delicioso y tranquilo desayuno.
En Madrid, como formando parte del Museo Romántico (pero independiente) hay un delicioso lugar que cubre todas mis expectativas para lo que acabo de exponer y es "El Café Jardín", rincón romántico (en absoluto cursi) que es una perfecta simbiosis entre un salón de té del siglo XIX con reminiscencias inglesas y francesas.
La decoración, con una luminosidad resplandeciente que entra del jardín, es delicada, dulce y muy agradable. Los productos que ofrecen son caseros, frescos y de la mejor calidad. Se conjugan perfectamente el alimento del cuerpo y del espíritu, cuidan el detalle, el amor por lo bien hecho y se han ganado ya una clientela fiel.
Hay pocos espacios así, en los que de verdad se disfruta del arte y de la gastronomía con silencio, sosiego y pulcritud extrema. Tiene personalidad propia, por lo que se puede acudir a él sin necesidad de visitar el museo (aunque es recomendable hacerlo pues la experiencia es más completa). Es como un soplo de aire fresco, un alto en el camino, un espacio propicio para elevar el bienestar y la calidad de vida.
Salir de un lugar con mejor tono, las mejillas sonrosadas y entonada, es un regalo que, con frecuencia me concedo. No me gusta vivir de forma vertiginosa ni pasar por alto las cosas que realmente merecen la pena. Considero todo un arte el saber crear ambientes para que nos sintamos tan a gusto pues de ahí saldrán cosas mucho más creativas y renovadas, sin prisa pero sin pausa, con sedimento... Forma parte del "downshifting" que hace tiempo que practico, es decir, reducir la marcha y vivir de forma más simple no dejándome atrapar por el obsesivo materialismo y reduciendo la tensión, el estrés y los transtornos físicos y psíquicos que llevan consigo.
Para frenar todo eso nada como un delicioso y tranquilo desayuno.
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viernes, 4 de septiembre de 2015
CASTILLA LA VIEJA
Hace unos días, en un precioso atardecer, pasaba en el coche empapándome de Castilla la Vieja, lugar en el que se hallan mis raíces y en el que sus horizontes infinitos me expanden el alma, cuando ví, a lo lejos, en la frontera de la Tierra de Campos y los Montes Torozos, "Urueña", el pueblecito medieval y amurallado al que mi queridísimo y admirado Joaquín Díaz ha entregado su vida.
De repente, todos los recuerdos de mi vida universitaria en Valladolid, ciudad en la que los dos estudiamos en la Facultad de Letras (él Derecho y Filosofía, yo sólo Derecho), vinieron a mí con una claridad meridiana. Me llevaba los suficientes años como para que despertara mi admiración con su ejemplo de coherencia y consecuencia. Abandonó los estudios encorsetados para seguir su camino con coraje y de forma autodidacta. Tomó las riendas de su vida y la vivió a su manera (agradeciendo a sus padres la paciencia que tuvieron al confiar en él por no seguir la ruta políticamente correcta...).
Su personalidad se ha formado como a cincel. Todas las decisiones personales importantes las ha tomado él y por eso dejó una Universidad (que no colmaba sus expectativas) para hacerse intérprete de la canción tradicional que él mismo recopilaba. En diez años grabó más discos que ninguno, hizo más recitales que nadie, recorrió actuando más paisajes que cualquiera... pero jamás aceptó tener "agente artístico" pues sabía que no cuidaría la selección del público, el lugar o el momento. En 1976 abandonó las actuaciones en público para dedicarse a la investigación de la cultura popular, especialmente la de Castilla la Vieja.
¿Cómo se iba a imaginar que su sueño se convertiría en realidad? Tampoco creo que le extrañe demasiado pues ha basado su vida en cuatro pilares fundamentales, tan sólidos como la muralla que rodea el lugar que habita: criterio de elección (con sensatez y responsabilidad), constancia (tradición y aprendizaje), curiosidad (la chispa que enciende el conocimiento) y paciencia.
Joaquín llegó a esta colina amurallada del corazón de su amada Castilla el último día de 1988, pero la conoció en 1970 en una grabación para la tele. Le fascinó pues era una ruina noble que se había salvado de los atropellos urbanísticos de los años 60 porque en ella había poco dinero. Al cabo del tiempo ha podido demostrar que los pueblos pueden subsistir si se invierte un poco en ellos.
Siempre se ha levantado a las seis de la mañana, por lo que barría la calle a esa hora (y así no le veía nadie). Sus amigos pensaba que se había vuelto loco, no tenía calefacción y los vientos se llevaban las tejas. Pero él no cejó en el empeño y se instaló en 1989 con su Centro Etnográfico (germen de la Fundación Joaquín Díaz) en "La Mayorazga", casona del siglo XVIII en la que vive junto a sus libros (unos dieciséis mil...) y otros muchos tesoros culturales al alcance de la mano, rodeándole.
Urueña pertenece al "selecto Club de los Pueblos más Nobles de España" y está declarado BIC (Bien de Interés Cultural). Es una referencia de turismo cultural y "La Villa del Libro" (doce librerías); muy cerca está El Museo de Campanas y El Museo de la Música. Pero Joaquín teme que se pierda su esencia de pueblo sosegado y silencioso en el que el pensar y el sentir se vuelve fácil. Hay que prevenir antes que curar y evitar que se convierta en parque temático.
Para terminar, os sugiero que escuchéis en you tube "Mare de Déu del Mon" (Marina Rossell y Joaquín Díaz) dentro de las Dendolatrías (adoración por la naturaleza y veneración por los árboles).
De repente, todos los recuerdos de mi vida universitaria en Valladolid, ciudad en la que los dos estudiamos en la Facultad de Letras (él Derecho y Filosofía, yo sólo Derecho), vinieron a mí con una claridad meridiana. Me llevaba los suficientes años como para que despertara mi admiración con su ejemplo de coherencia y consecuencia. Abandonó los estudios encorsetados para seguir su camino con coraje y de forma autodidacta. Tomó las riendas de su vida y la vivió a su manera (agradeciendo a sus padres la paciencia que tuvieron al confiar en él por no seguir la ruta políticamente correcta...).
Su personalidad se ha formado como a cincel. Todas las decisiones personales importantes las ha tomado él y por eso dejó una Universidad (que no colmaba sus expectativas) para hacerse intérprete de la canción tradicional que él mismo recopilaba. En diez años grabó más discos que ninguno, hizo más recitales que nadie, recorrió actuando más paisajes que cualquiera... pero jamás aceptó tener "agente artístico" pues sabía que no cuidaría la selección del público, el lugar o el momento. En 1976 abandonó las actuaciones en público para dedicarse a la investigación de la cultura popular, especialmente la de Castilla la Vieja.
¿Cómo se iba a imaginar que su sueño se convertiría en realidad? Tampoco creo que le extrañe demasiado pues ha basado su vida en cuatro pilares fundamentales, tan sólidos como la muralla que rodea el lugar que habita: criterio de elección (con sensatez y responsabilidad), constancia (tradición y aprendizaje), curiosidad (la chispa que enciende el conocimiento) y paciencia.
Joaquín llegó a esta colina amurallada del corazón de su amada Castilla el último día de 1988, pero la conoció en 1970 en una grabación para la tele. Le fascinó pues era una ruina noble que se había salvado de los atropellos urbanísticos de los años 60 porque en ella había poco dinero. Al cabo del tiempo ha podido demostrar que los pueblos pueden subsistir si se invierte un poco en ellos.
Siempre se ha levantado a las seis de la mañana, por lo que barría la calle a esa hora (y así no le veía nadie). Sus amigos pensaba que se había vuelto loco, no tenía calefacción y los vientos se llevaban las tejas. Pero él no cejó en el empeño y se instaló en 1989 con su Centro Etnográfico (germen de la Fundación Joaquín Díaz) en "La Mayorazga", casona del siglo XVIII en la que vive junto a sus libros (unos dieciséis mil...) y otros muchos tesoros culturales al alcance de la mano, rodeándole.
Urueña pertenece al "selecto Club de los Pueblos más Nobles de España" y está declarado BIC (Bien de Interés Cultural). Es una referencia de turismo cultural y "La Villa del Libro" (doce librerías); muy cerca está El Museo de Campanas y El Museo de la Música. Pero Joaquín teme que se pierda su esencia de pueblo sosegado y silencioso en el que el pensar y el sentir se vuelve fácil. Hay que prevenir antes que curar y evitar que se convierta en parque temático.
Para terminar, os sugiero que escuchéis en you tube "Mare de Déu del Mon" (Marina Rossell y Joaquín Díaz) dentro de las Dendolatrías (adoración por la naturaleza y veneración por los árboles).
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martes, 1 de septiembre de 2015
LA JOVEN DE LA PERLA
El título original de este retrato del holandés Johannes Vermeer (1632-1675) era "Un retrato al estilo turco", luego se llamó "Joven con turbante" y también "Cabeza de joven", pero en 1995 un catálogo lo denominó "Joven de la perla" y así continúa.
Vermeer no era un profesional de la pintura, sino que se dedicaba a llevar el hostal heredado de su padre y a ser marchante de arte. Se casó con una joven católica de familia acomodada que le dio once hijos, por lo que su economía no era en absoluto holgada. Pintaba por el placer de pintar, sobre todo escenas de la vida cotidiana, con pinceladas densas y pastosas y con una iluminación que realzaba el efecto de intimidad rodeando a la escena de cierto halo de misterio. Pasó su vida en Delft (su ciudad natal) y perteneció al gremio de pintores, dirigiéndolo en dos ocasiones. Pintó "Vista de Delft", que llegó a considerarse el mejor paisaje pintado de su época. En su tiempo no fue famoso, aunque ahora se le considera la gran figura del XVII después de Rembrandt.
Se llamaba "tronte" (rostro) a un género propio del barroco flamenco holandés que servía para que el pintor mostrara su habilidad. La identidad del personaje era lo de menos, lo que contaba era el objeto. Las modelos pudientes posaban llenas de joyas para subrayar su status y las perlas sí eran auténticas.
Sin embargo, la "perla" (de La Joven de la Perla) no era tal sino más bien una lámina de plata pulida o cristal veneciano cubierto con barníz. Una perla natural no suele tener ese tamaño y las capas deberían ser perladas (en el cuadro las zonas oscuras producen un efecto de espejo).
El cuadro (pintado en 1665) fue comprado en una subasta (1881) por dos florines debido a su pésimo estado. Fue la restauración llevada a cabo en 1994 la que realzó el fondo oscuro y los colores vivos del turbante y la gema, convirtiéndolo en el mejor reclamo de la sala del museo de La Haya, el Mauritshuis, en la que se halla habitualmente expuesto.
Pero, como suele ocurrir, fue una novela la que le catapultó a la fama: "La Joven de la Perla", escrita por la estadounidense Tracy Chevalier en 1999. Finalmente, en el 2003 Peter Webber la llevó al cine y, entre todos, el pendiente se convirtió en un auténtico icono.
Pero a mí, lo que me queda del cuadro es "ella y su mirada"...
Vermeer no era un profesional de la pintura, sino que se dedicaba a llevar el hostal heredado de su padre y a ser marchante de arte. Se casó con una joven católica de familia acomodada que le dio once hijos, por lo que su economía no era en absoluto holgada. Pintaba por el placer de pintar, sobre todo escenas de la vida cotidiana, con pinceladas densas y pastosas y con una iluminación que realzaba el efecto de intimidad rodeando a la escena de cierto halo de misterio. Pasó su vida en Delft (su ciudad natal) y perteneció al gremio de pintores, dirigiéndolo en dos ocasiones. Pintó "Vista de Delft", que llegó a considerarse el mejor paisaje pintado de su época. En su tiempo no fue famoso, aunque ahora se le considera la gran figura del XVII después de Rembrandt.
Se llamaba "tronte" (rostro) a un género propio del barroco flamenco holandés que servía para que el pintor mostrara su habilidad. La identidad del personaje era lo de menos, lo que contaba era el objeto. Las modelos pudientes posaban llenas de joyas para subrayar su status y las perlas sí eran auténticas.
Sin embargo, la "perla" (de La Joven de la Perla) no era tal sino más bien una lámina de plata pulida o cristal veneciano cubierto con barníz. Una perla natural no suele tener ese tamaño y las capas deberían ser perladas (en el cuadro las zonas oscuras producen un efecto de espejo).
El cuadro (pintado en 1665) fue comprado en una subasta (1881) por dos florines debido a su pésimo estado. Fue la restauración llevada a cabo en 1994 la que realzó el fondo oscuro y los colores vivos del turbante y la gema, convirtiéndolo en el mejor reclamo de la sala del museo de La Haya, el Mauritshuis, en la que se halla habitualmente expuesto.
Pero, como suele ocurrir, fue una novela la que le catapultó a la fama: "La Joven de la Perla", escrita por la estadounidense Tracy Chevalier en 1999. Finalmente, en el 2003 Peter Webber la llevó al cine y, entre todos, el pendiente se convirtió en un auténtico icono.
Pero a mí, lo que me queda del cuadro es "ella y su mirada"...
84, CHARING CROSS ROAD
Helene Hanff, cuando tenía 33 años, aspiraba a ser escritora y vivía en un sencillo y caótico apartamento (calle 72 del barrio de Manhattan); escribía obras de teatro no muy destacadas y más tarde guiones para la televisión.
Además de la escritura le apasionaba la lectura pero tenía difícil acceso a las ediciones fieles y completas de los libros que más le interesaban por sus elevados precios, por eso se dirigió a una librería londinense especializada en libros de segunda mano que vió en un anuncio. Empezó así una relación con ellos (a través de cartas) que duraría 20 años (84, Charing Cross Road).
Poco se podía imaginar que, cuando presentó las cartas a una editorial, las convirtieran en libro. Aunque el éxito fue discreto, los lectores se lo fueron aconsejando unos a otros convirtiéndolo en un libro imprescindible que alcanzó fama internacional y le permitió a Helene subsistir hasta su muerte (con 81 años) gracias a los derechos de autor. Primero se adaptó al teatro, pero a finales del los 80 Mel Brooks adquirió los derechos del libro como regalo para su mujer en el 21 aniversario de su matrimonio.
Brooks encargó al británico David Jones la dirección de la película y al guionista Hugh Whitemore que adpatara la obra a la pantalla, respetando al máximo el texto original. Helene (Anne Bancroft) era vitalista, solitaria, culta, de fuerte carácter y un poco excéntrica. Frank P. Doel (Anthony Hopkins), el librero londinense con quien mantenía la correspondencia, más british, contenido y correcto no exento de ternura.
Aunque el libro es magnífico, un auténtico "libro de culto", la película es tan buena que lo enriquece enormemente (yo sugiero, primero leerlo y luego ver las imágenes), son totalmente complementarios y se retroalimentan.
La relación que mantienen no es sólo comercial y, a través de las cartas, podemos ver su vida cotidiana; Londres todavía sufría las consecuencias de la 2ª Guerra Mundial y Helene, desde América, intentaba suavizar sus carencias enviando paquetes de comida y artículos imposibles de adquirir en Inglaterra (como las codiciadas medias de nylon). Los lazos de hacían cada vez más fuertes, pero jamás se traspasaban los límites de la corrección.
En las imágenes de la película podemos captar mejor las expresiones de las cosas que iban ocurriendo, tanto positivas como negativas, pero sin grandes tragedias ni exacerbadas pasiones. El lector o espectador se puede idendificar perfectamente y eso es parte de su éxito.
Cuando, por fín, Helene llega a Londres, no puede conocer a Doel, que había fallecido. Sin embargo, los dos se habían llegado a comunicar con mucha más cercanía, a pesar de la separación física de todo un océano, que si se hubieran visto todos los días. Ahora tenemos internet, pero antes sólo existían las cartas...
Me encanta esta tierna historia de amistad en la que "el amor a la literatura" juega un papel tan importante. ¿Libro película o película libro? Primero que nuestra imaginación vuele y luego que nos ayuden el guionista y el director...
Además de la escritura le apasionaba la lectura pero tenía difícil acceso a las ediciones fieles y completas de los libros que más le interesaban por sus elevados precios, por eso se dirigió a una librería londinense especializada en libros de segunda mano que vió en un anuncio. Empezó así una relación con ellos (a través de cartas) que duraría 20 años (84, Charing Cross Road).
Poco se podía imaginar que, cuando presentó las cartas a una editorial, las convirtieran en libro. Aunque el éxito fue discreto, los lectores se lo fueron aconsejando unos a otros convirtiéndolo en un libro imprescindible que alcanzó fama internacional y le permitió a Helene subsistir hasta su muerte (con 81 años) gracias a los derechos de autor. Primero se adaptó al teatro, pero a finales del los 80 Mel Brooks adquirió los derechos del libro como regalo para su mujer en el 21 aniversario de su matrimonio.
Brooks encargó al británico David Jones la dirección de la película y al guionista Hugh Whitemore que adpatara la obra a la pantalla, respetando al máximo el texto original. Helene (Anne Bancroft) era vitalista, solitaria, culta, de fuerte carácter y un poco excéntrica. Frank P. Doel (Anthony Hopkins), el librero londinense con quien mantenía la correspondencia, más british, contenido y correcto no exento de ternura.
Aunque el libro es magnífico, un auténtico "libro de culto", la película es tan buena que lo enriquece enormemente (yo sugiero, primero leerlo y luego ver las imágenes), son totalmente complementarios y se retroalimentan.
La relación que mantienen no es sólo comercial y, a través de las cartas, podemos ver su vida cotidiana; Londres todavía sufría las consecuencias de la 2ª Guerra Mundial y Helene, desde América, intentaba suavizar sus carencias enviando paquetes de comida y artículos imposibles de adquirir en Inglaterra (como las codiciadas medias de nylon). Los lazos de hacían cada vez más fuertes, pero jamás se traspasaban los límites de la corrección.
En las imágenes de la película podemos captar mejor las expresiones de las cosas que iban ocurriendo, tanto positivas como negativas, pero sin grandes tragedias ni exacerbadas pasiones. El lector o espectador se puede idendificar perfectamente y eso es parte de su éxito.
Cuando, por fín, Helene llega a Londres, no puede conocer a Doel, que había fallecido. Sin embargo, los dos se habían llegado a comunicar con mucha más cercanía, a pesar de la separación física de todo un océano, que si se hubieran visto todos los días. Ahora tenemos internet, pero antes sólo existían las cartas...
Me encanta esta tierna historia de amistad en la que "el amor a la literatura" juega un papel tan importante. ¿Libro película o película libro? Primero que nuestra imaginación vuele y luego que nos ayuden el guionista y el director...
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