El miércoles 27 de enero de 1897, el periódico El Liberal hablaba de los cursos superiores que eran explicados por eminencias de la ciencia, la política y la literatura en el Ateneo de Madrid. Las nuevas conferencias habían despertado un entusiasmo general, sincero y legítimo, motivo por el cual acudía a él gente de calidad: la aristocracia social había respondido al llamamiento de la aristocracia de los intelectuales. Por las tardes, a la hora de comenzar la conferencia de turno, se formaba una larga fila de coches que se iban deteniendo en la calle del Prado para dejar en la puerta del Ateneo a damas encopetadas del más alto linaje (generalmente abonadas al Real).
Dentro de uno de los llamados "lunes clásicos del Ateneo", Emilia Pardo Bazán, vestida sencillamente de negro, impartió su segunda lección del curso sobre los orígenes de la influencia en la literatura francesa de la literatura del norte. Políticos, literatos, marquesas, condesas, señoras y señoritas bellísimas así como el núcleo de mujeres estudiosas de Madrid, aplaudían efusivamente a la brillante conferenciante...
El Ateneo de Madrid es la Institución Cultural Ciudadana más antigua de la capital. Se fundó en 1820 bajo el lema "sin ilustración pública no hay verdadera libertad". Sus fundadores propusieron como definición la formación de una sociedad patriótica y literaria para la comunicación de las ideas, el cultivo de las artes y las letras y el estudio de las ciencias exactas, morales, políticas... y contrbuir, en cuanto estuviese a su alcance, a propagar las luces entre sus conciudadanos.
Emilia, el 2 de febrero de 1905, ingresó como la primera mujer socia con el número 7.925. "Soy la primera mujer que pisa oficialmente el Ateneo y esto es para mí una de las mayores satisfacciones que he recibido", comentaba unos días despues. En seguida lo solicitaron también Blanca de los Ríos y Carmen de Burgos, destacadas feministas que fueron admitidas el 10 de marzo.
El primer día que se sentó en la tribuna había mucha expectación. Toda la prensa de la época se hizo eco de ello. Habló sobre "La revolución literaria en Rusia", presentando un estudio muy trabajado y demostró ser una gran oradora cultivada y con mucho ingenio. En 1906, se la nombró Presidenta de la Sección de Literatura y se la hicieron fotos ante una máquina de escribir, invento muy avanzado que era todo un símbolo de modernidad.
Éste es el único cuadro de una mujer que hay, en la actualidad, en el Ateneo. Visionaria de un tiempo que estaba por venir y escritoria autoconsciente de su papel como mujer, su mutación interna fue producto del esfuerzo incesante para tratar de dar respuesta a las preguntas que le surgían. En su obra nos ha dejado una prueba palpable y valiosa de ese cambio y la seguridad de que la mujer debe desarrollarse por completo como persona, debe cumplir su destino sin titubear.
domingo, 30 de junio de 2019
sábado, 29 de junio de 2019
LA REVISTA DE EMILIA
"Recibo hoy mucho más de lo que he dado a pesar de que a ningún escritor vivo, y acaso a ninguno de mi generación le han sido dirigidos los ataques que a mí. Hasta esta satisfacción me han brindado: la de creer que por mí se rompe otro molde viejo. La dama de mi estatua queda recortada sobre el cielo".
Cuando tenía 40 años y estaba en plena madurez literaria, Emilia Pardo Bazán, con ayuda de la herencia recibida de su padre, decidió (en 1891) emprender una admirable aventura: la fundación de una revista unipersonal , "El Nuevo Teatro Crítico", cuyo título era un homenaje a la obra de su admirado padre Feijoo, quien tenía una mente abierta y amplia en el siglo XVIII y, sin dejar la ortodoxia, atacaba prejuicios y falsedades con ideas abiertas y progresistas, sobre todo acerca de la mujer. Dirigida, financiada y escrita sólo por ella, era una revista cultural con cien páginas cada ejemplar, en cuyas secciones se podían destacar la creación literaria (cuentos y crónicas de viaje), crítica literaria (de escritores españoles y extranjeros) y artículos de temática diversa.
En un primer momento tuvo mucho éxito, pues con su estilo directo y sincero acrecentó la polémica, que ella no desdeñó, pero le crearon fama de vehemente y revolucionaria. A pesar del cuidado y el rigor con que revisaba, corregía y reescribía sus textos, cuando llevaba 30 números (en 1893), decidió que la experiencia había terminado, pues el excesivo trabajo, un cierto desencanto y las dificultades económicas le condujeron a decir: "termino mi andadura con menos humor y mucho menos dinero..."
Incomodaba por su sabiduría y savoir faire, pero políglota e infatigable viajera llevó a cabo una labor importantísima como intelectual y como mujer. Le entusiasmaba la sutileza del encaje y admiraba el trabajo de las encajeras de Camariñas (en la costa) porque le servían de ejemplo a la hora de escribir. Y es cierto que sus textos tienen esa filigrana verbal, un lenguaje delicioso, un esmerado vocabulario, una estructuración sintáctica mágica. Uno de sus cuentos, "El encaje roto", lo demuestra.
Me temo que Emilia Pardo Bazán es poco conocida, a pesar de su sonoro nombre. Su feminidad y exquisitez complementan perfectamente su activismo y oficio de escritora. Su personalidad es tan desbordante que hay que ir profundizando en ella de forma transversal, pero sobre todo leyéndola...
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Cuando tenía 40 años y estaba en plena madurez literaria, Emilia Pardo Bazán, con ayuda de la herencia recibida de su padre, decidió (en 1891) emprender una admirable aventura: la fundación de una revista unipersonal , "El Nuevo Teatro Crítico", cuyo título era un homenaje a la obra de su admirado padre Feijoo, quien tenía una mente abierta y amplia en el siglo XVIII y, sin dejar la ortodoxia, atacaba prejuicios y falsedades con ideas abiertas y progresistas, sobre todo acerca de la mujer. Dirigida, financiada y escrita sólo por ella, era una revista cultural con cien páginas cada ejemplar, en cuyas secciones se podían destacar la creación literaria (cuentos y crónicas de viaje), crítica literaria (de escritores españoles y extranjeros) y artículos de temática diversa.
En un primer momento tuvo mucho éxito, pues con su estilo directo y sincero acrecentó la polémica, que ella no desdeñó, pero le crearon fama de vehemente y revolucionaria. A pesar del cuidado y el rigor con que revisaba, corregía y reescribía sus textos, cuando llevaba 30 números (en 1893), decidió que la experiencia había terminado, pues el excesivo trabajo, un cierto desencanto y las dificultades económicas le condujeron a decir: "termino mi andadura con menos humor y mucho menos dinero..."
Incomodaba por su sabiduría y savoir faire, pero políglota e infatigable viajera llevó a cabo una labor importantísima como intelectual y como mujer. Le entusiasmaba la sutileza del encaje y admiraba el trabajo de las encajeras de Camariñas (en la costa) porque le servían de ejemplo a la hora de escribir. Y es cierto que sus textos tienen esa filigrana verbal, un lenguaje delicioso, un esmerado vocabulario, una estructuración sintáctica mágica. Uno de sus cuentos, "El encaje roto", lo demuestra.
Me temo que Emilia Pardo Bazán es poco conocida, a pesar de su sonoro nombre. Su feminidad y exquisitez complementan perfectamente su activismo y oficio de escritora. Su personalidad es tan desbordante que hay que ir profundizando en ella de forma transversal, pero sobre todo leyéndola...
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CUENTO,
EL ENCAJE ROTO,
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EMILIA PARDO BAZÁN,
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REVISTA UNIPERSONAL
DOÑA VERDADES
Doña Emilia Pardo Bazán contribuyó al desarrollo intelectual y la participación civil de las mujeres, pues su feminismo tenía un carácter progresista e institucional. A través de la literatura y su activismo, llevó a cabo grandes aportaciones humanísticas que calaron profundamente en la sociedad. Y, a pesar de que - a finales del siglo XIX y principios del XX - existía una especie de burbuja intelectual, ella triunfó entre los señores de las letras, pues su obra fue reconocida como extraordiaria entre muchos de los escritores contemporáneos nacionales y extranjeros. El mismo Zola se asombró ante su naturalismo católico, una aparente contradicción que fue el gran sello de Emilia.
Colaboró, entre otras, en la revista cultural más importante del momento: "La España Moderna", comparable a la Revue de deux mondes. Ejerció de crítica literaria, publicó algunos de sus artículos más relevantes sobre el feminismo, cuentos y novelas por entregas, llevando a cabo una importante tarea cultural desde postulados eclécticos y con un marcado carácter regeneracionista y europeísta. Llegó a publicar 300 números y en ella se hablaba de historia, sociología, derecho, antropología, arte y literatura; en 1900, se incorpararon escritores como Pío Baroja, Blasco Ibáñez o Unamuno...
Su colaboración fue la más duradera, fructífera e importante de la primera época: ella sugería, informaba, protegía y difundía la empresa porque - según Emilia - dignificaba la profesión literaria y servía de vehículo de los mejores ingenios.
En el primer número de la publicación, Emilia escribió el cuento "Morrión y boina" (1889) y, en agosto de 1901, en su última entrega, un amplio estudio sobre "La mujer española". Sus juicios oportunos, su claridad de ideas, su aportación de la literatura rusa, su curiosidad e interés por las corrientes de pensamiento y su extraordinaria intuición literaria, hicieron que se la llamase "Doña Verdades".
No dejaba de recalcar "la desorganización y el desbarajuste general, con aleación de atonía, pereza y abulia, de su nación, de España", por eso fue una clara precursora de "los males de la Patria" de los regeneracionistas y de la Generación del 98...
lunes, 24 de junio de 2019
EMILIA Y GINER DE LOS RÍOS
Emilia, mujer joven, muy curiosa y llena de vida e iniciativa decía: "Quieren una mujer moderna, sí, y sin prejuicios religiosos, pero dispuesta a dejarse moldear. Una mujer moderna, pero sin iniciativa ni autonomía. Un imposible". No esperó a formarse filosóficamente para empezar a escribir: "Esta es mi profesión de fe: el que tiene disposiciones para escribir, debe hacerlo, empezando por poco para ir a más; errando algunas veces para acertar otras; en estilo florido o severo, alto o bajo, como pueda; de asuntos graves o frívolos; según le dicte su temperamento; sin aspirar a la suma perfección y sin creerse superior a los demás; respetando el gusto y el decoro, pero con cierta soltura; y sin aguardar para todo ello a formarse un criterio muy exacto, filosófico, estético, etc... que ¡ay!, no logrará poseer nunca. Usted no cree ésto; he ahí en lo que diferimos". (Podemos apreciar el diagnóstico certero y la espléndida prosa y actitud de Emilia en una carta a su guía y tutor, personalidad moral por la que se sentía atraída, espiritual, culto y afectuoso. Se iban conociendo, pero no coincidían en sus enfoques).
Don Francisco Giner de los Ríos, impulsor del Regeneracionismo, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, fue, tal vez, el mejor de los amigos de Emilia Pardo Bazán y jamás cesó la comunicación intelectual entre ellos; trataban de literatura, de algunas novedades científicas al alcance de todos, hasta de política y nada de iniciaciones, catequizaciones ni propagandas.
"Don Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las opiniones ajenas, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré... Él respetaba, no sólo con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor". Por eso, Emilia se sentía en deuda con ese "santo laico", gracias al cual tuvo acceso a una obra fundamental para el feminismo: "Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el más alto grado. Por él conocía yo la famosa obra de Stuart, "La esclavitud femenina", que tanto influyó en el Movimiento Feminista de Inglaterra y que hice traducir y publiqué en castellano, cuando creía que pudiesen aquí importarle a alguien estos asuntos..."
A pesar de sus divergencias, tanto Emilia como don Francisco creían en el nuevo modelo de individuo (personal y colectivo), más racional, más ético, más humano. Ambos proyectaron en la sociedad una inyección de modernidad y frescura frente a la decadente inestabilidad.
Don Francisco Giner de los Ríos, impulsor del Regeneracionismo, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, fue, tal vez, el mejor de los amigos de Emilia Pardo Bazán y jamás cesó la comunicación intelectual entre ellos; trataban de literatura, de algunas novedades científicas al alcance de todos, hasta de política y nada de iniciaciones, catequizaciones ni propagandas.
"Don Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las opiniones ajenas, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré... Él respetaba, no sólo con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor". Por eso, Emilia se sentía en deuda con ese "santo laico", gracias al cual tuvo acceso a una obra fundamental para el feminismo: "Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el más alto grado. Por él conocía yo la famosa obra de Stuart, "La esclavitud femenina", que tanto influyó en el Movimiento Feminista de Inglaterra y que hice traducir y publiqué en castellano, cuando creía que pudiesen aquí importarle a alguien estos asuntos..."
A pesar de sus divergencias, tanto Emilia como don Francisco creían en el nuevo modelo de individuo (personal y colectivo), más racional, más ético, más humano. Ambos proyectaron en la sociedad una inyección de modernidad y frescura frente a la decadente inestabilidad.
sábado, 22 de junio de 2019
EMILIA: SALONNIÈRE Y CORRESPONSAL
De ideas conservadoras pero feminista, Emilia Pardo Bazán planteó la inquietante pregunta de si se puede ser tradicional y progresista a la vez. La trayectoria vital de esta mujer del siglo XIX nos muestra que fue una extraordinaria transgresora muy valiente, pero difícil de entender. Llena de contradicciones estéticas, emocionales y políticas se sintió a la vez cosmopolita, europea e intensamente nacionalista española; reaccionaria y progresista; excéntrica y subversiva, pero amante del orden. Una mujer modernísima en la línea de Virginia Woolf y Simone de Beauvoir.
Aristócrata de talento y más tarde de título (en 1912 Alfonso XIII la nombró condesa), conocía bien el beau monde (el gran mundo), por eso - a través de la crónica social - prolongaba en la prensa la charla que tanto le gustaba en los salones y se convirtió en una magnífica "salonnière". Hacía colaboraciones esporádicas, ya que jamás se consideró una cronista de sociedad, sino una analista social que utilizaba la crónica para reflexionar sobre los usos y costumbres de una sociedad en pleno cambio así como para manifestar sus conocimientos históricos y literarios.
Viajó mucho por Europa, lo que le permitió leer a los autores de los diferentes países en su propio idioma y asistir a la Exposición Universal de Viena con todos los adelantos de la industria. Fue la primera "corresponsal" en España que mandaba sus crónicas para el diario La Época desde París o Roma. Su personalidad, creatividad, gracia, hondura y libertad la convirtieron en una gran periodista.
Todo lo hizo a pesar de ser mujer, sin dejar de ser mujer y reivindicando su condición de ser mujer. Fue un ejemplo de la igualdad de los sexos en libertad y, a pesar de sus múltiples retos y dificultades, no se lamentó jamás. Vivió cuanto quiso, como quiso y de lo que quiso y nos dejó una obra admirable que se leerá en el siglo XXI con más gusto y reconocimiento que en el XX.
Nació en La Coruña (Marineda en sus novelas) el 16 de septiembre de 1851, heredando el liberalismo de su padre y el carácter abierto, emprendedor e independiente de su madre. Leyó con prisa, con fruición, con ferocidad y tanto como leyó quiso que la leyeran. Escribió mucho: artículos, cuentos, novelas, ensayos, reportajes... pero jamás dejó de defender las ideas en las que creía.
Pienso que, además de una excelente escritora, fue una mujer libre en todos los aspectos y defendió esa libertad para todas las mujeres, reconociendo siempre que lo hacía desde una posición de privilegio que ella utilizaba para comprometerse aún más por el bien común.
Aristócrata de talento y más tarde de título (en 1912 Alfonso XIII la nombró condesa), conocía bien el beau monde (el gran mundo), por eso - a través de la crónica social - prolongaba en la prensa la charla que tanto le gustaba en los salones y se convirtió en una magnífica "salonnière". Hacía colaboraciones esporádicas, ya que jamás se consideró una cronista de sociedad, sino una analista social que utilizaba la crónica para reflexionar sobre los usos y costumbres de una sociedad en pleno cambio así como para manifestar sus conocimientos históricos y literarios.
Viajó mucho por Europa, lo que le permitió leer a los autores de los diferentes países en su propio idioma y asistir a la Exposición Universal de Viena con todos los adelantos de la industria. Fue la primera "corresponsal" en España que mandaba sus crónicas para el diario La Época desde París o Roma. Su personalidad, creatividad, gracia, hondura y libertad la convirtieron en una gran periodista.
Todo lo hizo a pesar de ser mujer, sin dejar de ser mujer y reivindicando su condición de ser mujer. Fue un ejemplo de la igualdad de los sexos en libertad y, a pesar de sus múltiples retos y dificultades, no se lamentó jamás. Vivió cuanto quiso, como quiso y de lo que quiso y nos dejó una obra admirable que se leerá en el siglo XXI con más gusto y reconocimiento que en el XX.
Nació en La Coruña (Marineda en sus novelas) el 16 de septiembre de 1851, heredando el liberalismo de su padre y el carácter abierto, emprendedor e independiente de su madre. Leyó con prisa, con fruición, con ferocidad y tanto como leyó quiso que la leyeran. Escribió mucho: artículos, cuentos, novelas, ensayos, reportajes... pero jamás dejó de defender las ideas en las que creía.
Pienso que, además de una excelente escritora, fue una mujer libre en todos los aspectos y defendió esa libertad para todas las mujeres, reconociendo siempre que lo hacía desde una posición de privilegio que ella utilizaba para comprometerse aún más por el bien común.
martes, 18 de junio de 2019
EL CUADRO DE EMILIA
Cuando el pintor coruñés Joaquín Vaamonde (1872-1900) regresó de un largo viaje por América, tenía 22 años y, convertido en un artista con estilo propio, se ofreció a hacer un retrato a la escritora Emilia Pardo Bazán, visitándola en su residencia del Pazo y Torres de Meirás. En un primer momento, ella no lo aceptó de buen grado, pero una vez acabado se quedó encantada con la vitalidad y elegancia que transmitía.
Emilia se llevó el cuadro a su casa de Madrid y lo exhibió ante sus amistades, motivo por el cual los encargos al artista fueron muy numerosos.
Sus retratos le proporcionaron a Joaquín fama y dinero, lo que le permitió viajar por Europa y visitar los grandes museos, pero empezó a despreciar su obra, que consideraba muy inferior a la de los grandes maestros. Quiso destruir sus propios cuadros, algo que la condesa de Pardo Bazán le impidió. A los 25 años, enfermó de tuberculosis y volvió a la Coruña.
Estando Emilia en Paris, en un homenaje a Balzac, recibió un telegrama que le anunciaba el fallecimiento de su protegido, en el Pazo de Meirás, el 18 de agosto de 1900. Cuando volvió a España, no tardó en escribir sobre "el retratista de las elegancias", citando alguna de sus piezas, como el retrato del violinista Pablo Sarasate. Más tarde, en su novela "La Quimera", le convertiría en la contrafigura.
A Emilia le gustaba su elegancia y la precisión con la que captaba los caracteres con el trazo suelto, ligero y vaporoso de sus barras de pastel. Magnífico colorista, penetraba en la psicología de sus modelos sin el menor compromiso de tener que halagar a nadie. A lo largo de quince años, desarrolló una obra extensa compartiendo la pintura con sus viajes y con la asistencia impuesta a actos sociales, pero siendo muy joven se vió obligado a un largo reposo por su enfermedad pulmonar. Todos estos detalles fueron introducidos en la novela que Emilia hizo de la vida del pintor...
Emilia se llevó el cuadro a su casa de Madrid y lo exhibió ante sus amistades, motivo por el cual los encargos al artista fueron muy numerosos.
Sus retratos le proporcionaron a Joaquín fama y dinero, lo que le permitió viajar por Europa y visitar los grandes museos, pero empezó a despreciar su obra, que consideraba muy inferior a la de los grandes maestros. Quiso destruir sus propios cuadros, algo que la condesa de Pardo Bazán le impidió. A los 25 años, enfermó de tuberculosis y volvió a la Coruña.
Estando Emilia en Paris, en un homenaje a Balzac, recibió un telegrama que le anunciaba el fallecimiento de su protegido, en el Pazo de Meirás, el 18 de agosto de 1900. Cuando volvió a España, no tardó en escribir sobre "el retratista de las elegancias", citando alguna de sus piezas, como el retrato del violinista Pablo Sarasate. Más tarde, en su novela "La Quimera", le convertiría en la contrafigura.
A Emilia le gustaba su elegancia y la precisión con la que captaba los caracteres con el trazo suelto, ligero y vaporoso de sus barras de pastel. Magnífico colorista, penetraba en la psicología de sus modelos sin el menor compromiso de tener que halagar a nadie. A lo largo de quince años, desarrolló una obra extensa compartiendo la pintura con sus viajes y con la asistencia impuesta a actos sociales, pero siendo muy joven se vió obligado a un largo reposo por su enfermedad pulmonar. Todos estos detalles fueron introducidos en la novela que Emilia hizo de la vida del pintor...
sábado, 15 de junio de 2019
LAS DIOSAS DE LA MUJER MADURA
Tras el éxito editorial de su libro anterior, Las diosas de cada mujer, la célebre analista junguiana Jean Shinoda Bolen se concentró en las mujeres que habían pasado los 50 años, para que, en lugar de convertirse en mujeres mayores invisibles y descontentas, transformasen la tercera fase de sus vidas en una etapa de esplendor, plenitud e integración personal.
En la Introducción de "Las diosas de la mujer madura", la autora explicaba: "He escrito este libro para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción".
Este libro ofrece una espléndida y estimulante perspectiva que ha revolucionao la idea que cada mujer se hace del envejecimiento y la libera para que vea su rostro en el espejo de modo completamente distinto. Isabel Allende dice: "Este es un poderoso libro que me ha ayudado a entender mejor la energía de mis años maduros, cómo utilizarla con compasión y humor, y dónde buscarla cuando parece faltar".
Confieso que, cuando llegué a los 50, no tenía muy clara la idea de la persona en la que me iba a convertir. Desconocía que me encontraba en el umbral de una etapa de mi vida en la cual se desarrollaría mi personalidad como jamás lo había hecho antes. Después de leer este libro, decidí redimir la palabra "anciana" o "vieja" e intenté reconocer en mí misma los arquetipos que me resultaban más accesibles como fuentes de energía y dirección. Nunca dejaré de agradecer a la persona que me lo regaló, en el lugar adecuado y en el momento oportuno, el que pusiera en mis manos los conocimientos que necesitaba para atreverme a cruzar el umbral, por eso - desde mis actuales 67 años - se lo recomiendo a toda mujer madura que esté en un momento de cambio o incertidumbre con la seguridad de que le ayudará a pensar, reflexionar, discernir y actuar...
En la Introducción de "Las diosas de la mujer madura", la autora explicaba: "He escrito este libro para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción".
Este libro ofrece una espléndida y estimulante perspectiva que ha revolucionao la idea que cada mujer se hace del envejecimiento y la libera para que vea su rostro en el espejo de modo completamente distinto. Isabel Allende dice: "Este es un poderoso libro que me ha ayudado a entender mejor la energía de mis años maduros, cómo utilizarla con compasión y humor, y dónde buscarla cuando parece faltar".
Confieso que, cuando llegué a los 50, no tenía muy clara la idea de la persona en la que me iba a convertir. Desconocía que me encontraba en el umbral de una etapa de mi vida en la cual se desarrollaría mi personalidad como jamás lo había hecho antes. Después de leer este libro, decidí redimir la palabra "anciana" o "vieja" e intenté reconocer en mí misma los arquetipos que me resultaban más accesibles como fuentes de energía y dirección. Nunca dejaré de agradecer a la persona que me lo regaló, en el lugar adecuado y en el momento oportuno, el que pusiera en mis manos los conocimientos que necesitaba para atreverme a cruzar el umbral, por eso - desde mis actuales 67 años - se lo recomiendo a toda mujer madura que esté en un momento de cambio o incertidumbre con la seguridad de que le ayudará a pensar, reflexionar, discernir y actuar...
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