Este precioso cuadro de la pintora inglesa Phyllis Dodd, titulado Prudence on Pegasus (principios del siglo XX), me ha llevado a reflexionar sobre lo importante que es, a cualquier edad, mirar atentamente. Parece que algo ha captado la atención de la niña y todo su ser está atento y sereno para descifrar, desde la distancia, qué hay detrás del objeto o la persona que ella mira atentamente.
Mirar cuesta poco, pero mirar bien exige un esfuerzo. Con los ojos vemos, pero sólo la mirada y la atención nos aproximan a las cosas y a las personas que van apareciendo en nuestra vida, una aproximación que debe ser cuidadosa y respetuosa, ya que la ausencia de respeto nos llevaría a ser indiscretos, inoportunos y poco delicados. Siempre es bueno mantener cierta distancia para no fundirnos, confundirnos o asaltar lo que miramos.
La atención es como la ventana del alma. A través de ella nos asomamos al exterior y podemos extender la mano, tocar el aire, respirar el cielo, dejar que las gotas de lluvia se deslicen por nuestra cara, inhalar fragancias. A medida que vamos madurando vemos mejor, con mayor amplitud y hondura, pero para ello debemos entrenarnos.
Prestar atención es un entrenamiento de la musculatura del espíritu, un tipo de concentración y de esfuerzo que exige no dispersarse ni distraerse. Así, cuando estamos ante lo mirado ello mismo se muestra mejor de lo que en un principio lo hacía. No hay reglas, como tampoco las hay para contemplar o amar, pero sí sabemos que hay que desarrollar la pausa, la vigilancia y la capacidad de liberarnos de lo que nos condiciona (en griego espojé).
El esfuerzo es prolongado y sostenido, por lo que exige constancia y paciencia. Para entender hay que ir despacio, hay que tomarse tiempo para mirar. Lo mismo que para montar a caballo hay que tener una disposición y un anhelo, para mirar atentamente debemos prepararnos desde la infancia. Ambas destrezas son aconsejables, no sólo la deportiva.
Sería bueno enseñar a nuestros niños a mirar con atención y ayudarles en el esfuerzo de la atención mantenida, pues les estaríamos brindando la mejor oportunidad de ir conociendo y apreciando el mundo en profundidad.
El espíritu respira y en cada respiración se da una espera. Cada latido del corazón y cada aliento contienen un anhelo. La atención no culmina en respuestas, sino en más atención; montar a caballo no culmina en el trote, ni en el galope, ni en el salto de obstáculos, es una destreza que también requiere esfuerzo, tiempo y paciencia.