lunes, 11 de septiembre de 2017

LA MUJER EN EL GRAND TOUR

A mediados del siglo XVIII, muchas mujeres inglesas viajaban y dejaban sus impresiones por escrito (en cartas, memorias o diarios), pero sus modos de proceder no se ajustaban al patrón masculino del viaje de aprendizaje en compañía de un mentor. Ellas, cultas y acomodadas, hacían su peregrinaje para ampliar su educación como mujeres de sociedad; unas, iban acompañadas por una abuela cosmopolita o una divertida tía solterona y, otras, iban con sus esposos aristócratas (Lady Holland), diplomáticos (la marquesa de la Tour du Pin), militares u hombres de negocios, pero todas ellas hablaban de sus impresiones y experiencias subjetivas con gran libertad y emotividad.
 El escritor suizo Heinrich Heine, en su libro "Cuadros de Viaje", dice: "Los ingleses cruzan este país en enjambres, acampan en las hospederías, corren por todas partes a verlo todo y no es posible imaginar un limonero en Italia sin una inglesa junto a él, oliendo las hojas".

El turismo, por tanto, hunde sus raíces en Inglaterra cuando estaba plenamente extendida la idea de que, al menos una vez en la vida, había que hacer un gran viaje que los acercara a la cultura clásica europea. Se denominaba "Grand Tour" y sus realizadores: "tourists".
John Locke, el padre del empirismo, decía que las ideas llegan al hombre a través de los estímulos físicos a los que se expone. El viaje, pues, es un elemento indispensable para quien desea desarrollar su mente y mejorar su conocimiento del mundo.
Partían de Dover, cruzaban el Canal de la Mancha y cuando llegaban a Calais, compraban un coche de caballos y todo lo necesario para el viaje. La nobleza europea les acogía en sus diferentes etapas.
Ya en Italia, hacían un peregrinaje por la Antigüedad Clásica y el Renacimiento, despreciando el Gótico o el Románico. El clímax llegaba en Roma, donde se podían vivir experiencias sin igual y, los que volvían en barco, terminaban su periplo en Nápoles (Pompeya, Herculano...).

Los que regresaban por tierra, hacían su última parada en París, corazón de la Europa elegante y sofisticada. Allí aprendían a comportarse en sociedad y a adquirir el bon ton con soltura y refinamiento. Practicaban esgrima, equitación; asistían a bailes y óperas; acudían a veladas cosmopolitas en los más distinguidos salones y se deleitaban con manjares exquisitos mientras charlaban de temas mundanos...

Pero la mujer inglesa estaba ya muy por encima de las frivolidades de la cursi corte francesa y se interesaba por temas mucho más apasionantes. Su forma de vestir, más práctica y elegante, le facilitaba realizar actividades con comodidad y, libre de prejuicios, se empezó a preparar a fondo. Tanto en el género epistolar como en el de viajes llegó a ser insuperable, pues aportaba frescura, sensibilidad, detalles, pinceladas de la realidad que jamás habían captado los viajeros... y todo ello aderezado con un finísimo sentido del humor.

El Grand Tour terminaría hacia 1825, cuando apareció el transporte a vapor, que lo hizo más barato, seguro y accesible, aunque la juventud más cultivada y privilegiada lo siguió llevando a cabo a lo largo del siglo XIX, algo que impulsó y favoreció enormemente la formación y educación de las mujeres en geneal y de las británicas en particular.





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