Oficio complejo y bello ya que los libros son una materia viva y hay que tener la destreza de despertar, en el posible lector, la necesidad de comprarlos. Él sabe muy bien que el amor por el libro nace del tacto físico, sensual (no sólo de la vista) y que tiene que ser exquisito, con un trato cortés, flexible y unas gotas de entusiasmo (durante todos los minutos del día y durante todos los días del año).
Intenta ofrecer una librería cálida, serena y acogedora; un lugar de encuentro social y de intercambio cultural, pues no se puede prescindir de la cultura, vivimos en ella, es un valor en permanente desarrollo, en proceso de enriquecimiento y en una diversificación constante ya que todos participamos en ella.
Pero llega un día en el que el libro, que ha estado guardando, protegiendo y cuidando, se va de la librería y pasa a manos de su nuevo propietario, lo que no deja de producir en el librero un cierto desgarro, aunque sabe muy bien que un buen lector lo incorporará a su vida cotidiana y lo tratará con esmero. Los dos están unidos por un lazo muy resistente: la idea de que la palabra escrita en el papel especifica lo diverso y así se puede interpretar datos, ubicarlos, valorarlos, penetrar en su realidad y superar la apariencia.
En la era digital, se necesita más que nunca el contacto directo con el profesional del libro por su función de recomendar y seleccionar en medio de la jungla de la producción editorial. "Lo de fuera es importante y ha de ser siempre elegante; lo de adentro, si es conveniente, satisface al más exigente". Sabe, mejor que nadie, transmitir a los niños el valor de la lectura (un desafío a la imaginación, una apertura a un mundo de posibilidades donde desarrollar sus áreas intelectuales y afectivas). Su larga experiencia le dice que, leyendo, el lector inocente puede reír, soñar, jugar con la realidad, aumentar su curiosidad y compartir muchas más cosas con quienes le rodean.
Un buen librero, además de saborear la frase de Borges que dice "Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído", sabe que es el eslabón esencial entre el autor y el lector y que - los tres - hacen posible que la literatura siga viva y permanezca en el mundo.
Ilustraciones de Iban Barrenetxea
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