En el número 8 de la Carrera de San Jerónimo, se encuentra el emblemático Lhardy, fundado en 1839 por Emilio Lhardy. Abrió sus puertas cuando en la Plaza Mayor de Madrid aún se celebraban corridas de toros y las calles se alumbraban con farolillos de gas.
Lo curioso es que fue creado tal y como hoy se concibe la restauración pública: estableció un precio fijo, las minutas por escrito y mesas separadas con manteles y servilletas blancos.
El fenómeno social del restaurante había nacido en Francia 50 años antes, cuando al caer la realeza y la nobleza, los cocineros y sirvientes buscaban una aplicación burguesa a sus destrezas.
En 1885 se incorporó el teléfono al establecimiento, lo que permitió la reserva de mesa y el encargo a domicilio. Se ofrecía "el consomé" autoservido de un samóvar de plata junto a tentempiés como croquetas, hojaldres o barquetas que se mantenían crujientes y templados en su "croquetero". Tuvo tal éxtito entre las damas de la época que fue un reclamo para que las señoras fueran "solas" a tomar el aperitivo. Al principio, no se bajaban de sus coches, pero pronto se decidieron a entrar en el local y gozar de su exquisitez, manifestando un signo de liberación femenina...
Azorín, que vivía cerca, era un asiduo y decía: "no podemos imaginar a Madrid sin Lhardy. Lhardy resume la aristocracia y las letras y, a su vez, Lhardy es resumido por el espejo de fondo. Ese espejo grande, con marco de talla dorada, que está en el fondo de la tienda sobre una consola con tablero de mármol blanco. En Lhardy, por sus concurrentes, por su historia, por lo selecto de su servicio, todo resulta noble. En los estantes nos miran las limetas, botellas y exquisitos frascos de vinos y licores y el espejo lo abarca todo. Recoge la claridad diurna y detiene los fulgores del crepúsculo vespertino. La tienda es reducida, arriba los salones..."
En octubre de 1926 el abuelo y el tío de Milagros se hicieron con con la tienda-restaurante y, desde entonces ha permanecido en la familia (contra viento y marea) manteniendo su espíritu inicial. Actualmente es como un museo de la historia madrileña y, sin perder su riqueza y esencia, está tratando de atraer a un público más moderno y renovado.
Su olor a madera antigua, su estilo anclado en el Romanticismo, su decoración de estilo Segundo Imperio con la elegancia de la alta burguesía, se perfila en su fachada hecha con maderas de caoba de Cuba. Entrar en Lhardy es viajar al pasado y respirar el mismo ambiente que muchos personajes que forman parte de nuestra vida colectiva. Yo creo que, entre todos y en la medida de nuestras posibilidades, deberíamos mantenerlo (desde un consomé con croquetas hasta una gran fiesta familiar), "se lo merece".
"Lhardy vino a Madrid a poner corbata blanca a los bollos de la Tahona". (Galdós)
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