martes, 2 de enero de 2018

MUJERCITAS

A la autora de "Mujercitas" no le gustaba el tema que le encargó el editor Thomas Niles, pues era una historia sobre jovencitas y a Louisa le atraían más los relatos de misterio o los cuentos fogosos y apasionados que firmaba con seudónimo pues, según ella, eran "peligrosos para mentes pequeñas". Sin embargo, su familia tenía dificultades económicas y ella les quería ayudar.

En su dormitorio, y sobre un escritorio que le hizo su padre, trabajó con fervor durante dos meses y medio en la obra inspirándose en su propia vida y la de sus hermanas. Plasmó en ella su esencia dejando su corazón en cada palabra, en cada frase, en cada línea... Hizo un buen trabajo y al poco tiempo de publicarse (1868) tuvo un éxito arrollador y, gracias a las dos mil copias que se vendieron, obtuvo grandes beneficios.

En "Mujercitas", Louisa tuvo el acierto de idealizar lo cotidiano de una familia afincada en Nueva Inglaterra cuyo padre había sido llamado a la guerra. La madre y cuatro hermanas vivían en un ambiente tranquilo y de profundo afecto, alegres y con muchas ganas de vivir, aunque renunciando - de momento - a sus ilusiones. La increíble riqueza de episodios y la descripción de personajes estudiados con delicada precisión, la naturalidad, el respeto a la libertad individual y una cierta vaguedad poética, que suavizaba el latenente romanticismo un poco puritano, hicieron que el libro se leyera con voracidad y que muchos lectores le escribieran pidiendo una segunda parte.

 Louisa nació en 1832 y fue educada en Nueva Inglaterra por un padre que, además de filósofo, era un polémico educador, pues creó un método de enseñanza que se basaba en la participación del alumno y en la firme convicción de que la educación debe disfrutarse, no sufrirse. Educó a sus hijas en casa y ellas tuvieron contacto directo con Emerson, Thoreau, Margaret Fuller...y temas como el abolicionismo, el sufragio femenino o las reformas sociales estaban en el ambiente, influyendo en la formación académica y moral de las niñas.
Louisa tenía una sorprendente personalidad, estaba dotada de una gran seducción y se volcaba en las obras humanitarias. Compartía con sus lectores su natural amor, su generosidad y el alegre sentido del humor que irradiaban tanto sus libros como su propia persona. A los 16 años ya había leído "La Declaración de Sentimientos" (acerca de los derechos femeninos), afirmaba que Goethe era su ídolo, Charlotte Brontë su inspiración y Emerson su adoración.
Una amiga de la familia le propuso participar en una revista femenina y durante la guerra civil se brindó como enfermera. Estuvo todo un año por Europa como dama de compañía de una adinerada heredera y cuando regresó a Boston dirigió una revista infantil. Falleció a los 55 años y jamás se casó.

Todos los años, por estas fechas, vuelvo a leer el libro y me sigue sorprendiendo que jamás me canse de hacerlo. Creo que se debe a que de él se desprende que en la creación existe una unidad esencial, que el ser humano es bueno por naturaleza, que la intuición es superior a la lógica y que sólo a través de la experiencia se pueden descubrir las verdades más profundas.

Termino con las palabras que Louisa plasmó en el primer cuaderno que estrenó en su propio escritorio: "A lo lejos, bajo el sol, están mis aspiraciones. No puedo llegar a ellas, pero las puedo mirar, ver su belleza, creer en ellas y tratar de seguir a dónde conducen".

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