domingo, 7 de octubre de 2018

EUGÈNE BOUDIN

"Tres pinceladas al aire libre, en la naturaleza, son mejores que dos días de trabajo en el caballete", decia Boudin a su amigo Michel Lévy mientras hacía este lienzo que inmortalizó a Eugène haciendo lo que más le gustaba, pintar "à plein air".
Hijo de marino, siempre había estado relacionado con el mar y en le Havre, trabajando como impresor y más tarde como enmarcador, pudo conocer a muchos artistas que le animaban a aprender a pintar. Haciendo caso a Millet, viajó a París cuando tenía 23 años (1847) y le atrajo la Escuela de Barbizón, donde se pintaba el paisaje tomado del natural.

Resgresó a Normandía y Bretaña y en 1855 se enfrentó a su gran pasión: pintar el mar y entregarse a la fascinación que sentía por el estudio de los efectos lumínicos. En Deauville, no muy lejos de Honfleur su pueblo natal, la aristocracia pasaba sus veranos y él realizó muchas obras de carácter amable que testimoniaban una nueva forma de vida en una época en la que empezaba a estar de moda tomar baños en el mar.

Pero esos cuadros no le acercaban a la élite del arte y viajó a Bélgica, Burdeos, Holanda y Venecia, buscando los mejores efectos de la luz que dieran dinamismo a sus obras. El cielo fue su gran aliado, captando siempre en sus paisajes sus infinitos matices y desafiando las inclemencias del tiempo o la salud.
A partir de 1870, se dedicó a investigar el paisaje en todos los momentos del día y estaciones del año, creando series de un mismo paisaje como haría su amigo Monet.

 En realidad, Boudin - aunque participó en exposiciones de los Impresionistas - fue precursor del Impresionismo. Conoció a Monet en 1858, cuando el joven Claude sólo tenía 18 años, y le animó a que dejara sus caricaturas y pintara al aire libre. Le transmitió su amor a los tonos brillantes, a la luz y a la naturaleza. Pasados los años, Monet diría: "Se lo debo todo a Boudin".

Bajo mi punto de vista, Eugène Boudin, el que afirmaba que el blanco o impenetrable no existe y que el aire es transparente, se ganó muy merecidamente su título de "el rey de los cielos", pues durante toda su vida mantuvo el anhelo de elevar sus obras a un nivel superior, algo que le acompañó hasta su muerte, que le sorprendió contemplando el cielo de Deauville...


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