Nodrizas de nuestros sueños, hilanderas de nuestras vidas, melancólicas
hadas que acompañáis nuestros pasos desde la cuna hasta el sepulcro:
dadme las ruecas de marfil con que sabéis transfigurar las cosas
vulgares, los destinos crueles, los dolores mudos, en gloriosas
urdimbres, en doradas hebras de ilusión y de luz.
Discípula
vuestra soy: por las rutas sombrías de este valle de lágrimas, absorta
en mi noble vocación de escritora, voy recogiendo por el camino todo
aquello que la realidad me ofrece para guardarlo con ternura en mi
corazón y tejerlo, después, en mis fantasías.
Nada desprecio por menudo y trivial que sea. En una gota de agua se cifra todo el universo. Abejas hacen la miel; con el barro se fabrica el búcaro. Tosca y ruin es, casi siempre, la realidad, como el copo de lino, como el vellón de lana, como el capullo de seda sin hilar; pero esa materia ruda se convierte en estambres luminosos, en delicados filíes, cuando la imaginación y el arte, que son las hadas benéficas de los hombres, la toman, la retuercen y devanan en sus invisibles ruecas de marfil.
Las cosas del mundo, para quien tiene piedad, son harto melancólicas. La vida, para quien sabe de
dolor, es algo a la vez hermoso y duro, pálido y sugerente, como el marfil de las ruecas con que las hadas tejen nuestros sueños, hilan nuestras vidas y urden, al cabo, nuestras mortajas.
Este libro, que es de una inmensa belleza, refleja perfectamente la sensibilidad e inteligencia de una escritora, Concha Espina, que estuvo a punto de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1929 y, sin embargo, ha sido injustamente silenciada. Con una fuerza de voluntad inquebrantable, escribió hasta el último día se su existencia, a pesar de que se había quedado ciega. A mí, como otras muchas cosas, la autora me llegó a través de mi madre - también de Santander - y es ahora, en plena madurez, cuando mejor la estoy apreciando y valorando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario