Nada mejor para ilustrar el tema que este óleo de la pintora ucraniana Dasha Pogodina. Pocas tareas requieren tanta participación de la inteligencia como la bondad, pero pocas satisfacen tanto cuando se automatiza a través del hábito.
Según Richard Davidson (uno de los máximos exponentes de la neurociencia afectiva): "La base de un cerebro sano es la bondad". Ella es el pináculo de la inteligencia, es su punto más cenital, el instante en el que la inteligencia se queda sorprendida de lo que es capaz de hacer por sí misma.
Todo curso de acción que colabora a que la felicidad pueda comparecer en la vida del otro es bondad. A veces va acompañada de generosidad, aquello que surge cuando una persona prefiere disminuir el nivel de satisfacción de sus intereses a cambio de que el otro amplíe los suyos; en personas sentimentalmente bien construidas suele ser devuelta con gratitud.
La bondad es el contrapunto de la crueldad (hacer daño para obtener un beneficio), la maldad (hacer daño sin beneficio), la perversidad (regodeo al infligir daño a alguien), la malicia (desear el perjuicio en el otro aunque no se participe directamente en él).
Por el contrario, la bondad liga con la afabilidad, la ternura, el cuidado, la atención, la conectividad, la empatía, la compasión, la fraternidad... Y es que ser bondadoso con los demás es serlo con uno mismo pues nada mejor para el beneficio social que la trilogía bondad, ética y cooperación.
Pasar del círculo íntimo al público con actitud empática; pasar del afecto a la virtud (que activa la zona motora del cerebro); pasar del sentimiento a la racionalidad del sentimiento. Las virtudes sólo pueden aprenderse de las personas que las poseen con su ejemplaridad. Necesitamos contemplar la bondad de personas valiosas y reproducirlas en nuestra propia vida.
Cuando alguien logra ser bueno estamos ante un sabio.
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