martes, 30 de junio de 2015

CLEMMIE CHURCHILL

A primeros de junio, encontrándome ante la impresionante puerta de entrada del Palacio de Blenheim, recordé una película que ví hace mucho tiempo y me gustó por la calidad de los actores y la ambientación. Comenzaba con un sueño que tenía Winston Churchill sobre la batalla de Blenheim, la gran victoria de su antepasado el duque de Malborough (nuestro "Mambrú"). El protagonista se sentía predestinado a jugar un papel en la Historia similar, aunque su situación real le alejaba mucho de dicho sueño...

Envejecido (1934), sin alejarse de la vida política y recluído en su mansión campestre (desde la que, según él, había la mejor vista de Inglaterra) escribía artículos para el Daily Mirror, avanzaba en la biografía de su antecesor y pintaba cuadros sin parar para, entre unas cosas y otras, poder hacer frente a la enorme deuda contraída después del crack del 29. Tenía graves enfrentamientos con las dos cámaras del Parlamento y en sociedad era muy criticado por sus "originalidades".

El ambiente doméstico era bastante icómodo para Clemmie, su espsosa, pues él estaba más insoportable, ególatra, caprichoso y manirroto que nunca y de sus cinco hijos, ninguno acababa de arrancar profesionalmente. Se dio la circunstancia de que fue invitada a hacer un crucero en el yate de Lord Moyne a la isla de Komodo y tras un fuerte enfrentamiento ella se fue...

La travesía duró mucho, mucho tiempo y en ella ocurrieron muchas, muchas cosas, pero él permaneció en casa, pintando, con sus mascotas y levantando un muro infranqueable alrededor de la casa familiar. Una tarde, mientras estaba frente al caballete, oyó crujir las hojas de otoño bajo unas pisadas terriblemente conocidas y sin inmutarse lo más mínimo le dijo a Clementine : "tus zapatillas están preparadas junto a una rosa desde el día que te fuiste; ellas y yo sabíamos que volverías"...

Desde el momento que se vieron por primera vez hubo entre los dos una atracción inmediata a todos los niveles y antes de la boda hubo una copiosa e intensa correspondencia que les permitió conocerse y amarse. Sabían, en el fondo, que su lazo era inquebrantable, pero tuvieron el coraje de lanzarse a lo que la vida le brindaba a ella para ver si la prueba era superada o no. No hubo palabras, sino miradas y juntos volvieron a casa a tomar el té y empezaron a discutir por la cantidad excesiva de mermelada que él ponía en las tostadas...

Termino recordando una de sus frases que más me gustan: "el precio de la grandeza es la responsabilidad" (Winston Churchill).

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