sábado, 18 de marzo de 2017

ERASMO DE ROTTERDAM

En la contraportada del libro podemos leer: Stefan Zweig se refirió al gran humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536) como el primer "europeo consciente de serlo". Para él, Erasmo era el "maestro venerado", al que se sentía unido no sólo en lo espiritual sino en el rechazo a toda clase de violencia. Esta figura de alguien que tiene razón no en el ámbito tangible del éxito sino únicamente en sentido moral fascinaba a Stefan.
La fortaleza de espíritu y la dificultad para decidirse a actuar son el triunfo y la tragedia de Erasmo. A la hora de la verdad, cuando el príncipe elector le pide su opinión acerca del conflicto de fe que enfrenta a Lutero y al Papa, Erasmo, en realidad simpatizante de la Reforma, recomienda la intervención de jueces reputados y fuera de toda sospecha, es decir, encubre su propia opinión en una propuesta cauta, pues no quiere responder de una culpa aún incalculable.
Sus contemporáneos y las generaciones posteriores atribuyeron a esta actitud, que no pudo remediar la escisión de la Iglesia, a su indecisión característica.
El autor del libro intenta, con su biografía, que Erasmo replique con lo que fue el sentido de su vida: la justicia. Sabe que el espíritu libre e independiente, que no se deja atar por ningún dogma y que evita tomar partido, no tiene patria en la tierra.

 ¿Por qué me gusta tanto Stefan Zweig? porque es capaz de transmitir un saber monumental de una forma sencilla y ligera. En este libro, editado por Paidós) nos habla de Erasmo como un hombre de salud delicada que vivió a través de los libros y sólo a través de ellos pudo mirar a la realidad cara a cara y darle respuesta.
En él, la pasión es un hilo fino e imperceptible frente a un intelecto poderoso, una afilada inteligencia analítica.
Desde la atalaya de su biblitoeca supo retratar el carácter de los grandes personajes de su época y captar el pulso de su tiempo (Contrarreforma y Guerras de Religión).
Su famosa frase "sólo respondo a mí mismo" le hizo enemigo de ambos bandos. Tenía fe en el diálogo y no toleraba el fanatismo, era un "humanista" y creía que el poder de la palabra y el sentimiento de pertenecer a una hermandad espiritual podía resolver cualquier conflicto.
Seguir su vida es ser testigo de cómo la inteligencia fecunda a la vida y también perderse por Italia, Alemania o Inglaterra, las grandes cortes que le llamaban para conocerle y compartir su sabiduría.

En el Renacimiento, el poder se interesaba por la cultura, la respetaba y por eso la alimentaba. En estos momentos de tanto caos y confusión a todos los niveles, sugiero volver a los grandes pensadores a través de autores que nos acercan a ellos y nos facilitan su comprensión. Sólo con la lectura y la reflexión podremos poner orden en nuestro interior y aportar lo mejor de nosotros mismos a una sociedad que nos necesita.

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