sábado, 22 de enero de 2022

ECOLOGÍA EMOCIONAL

 

El ser humano tiene la capacidad de ser conmovido, afectado; es frágil y vulnerable, por eso debe protegerse y cuidarse. Sabe que el mal es muy profundo, pero que la bondad todavía lo es más y debido a ello debe desarrollar al máximo el amparo y la generosidad. Comunicarse con los demás está inscrito en su ADN y para ello cuenta con la palabra, pero - al ser algo tan ancestral y cotidiano - no se da cuenta del poder que ésta puede llegar a ejercer en sí mismo y en los demás; el tenerla tan a mano y utilizarla de forma automática le da una falsa sensación de inocuidad, tanto en su vertiente positiva como negativa, y eso es muy peligroso. Tiene que cuidar mucho sus palabras a la hora de mantener un diálogo interno, con el otro y con lo que le rodea.

Para ello, aunque es cierto que no puede decidir lo que siente, sí es responsable de lo que hace. Si usa bien su energía emocional y no la derrocha en acciones negativas o autodestructivas, se puede enfrentar adecuadamente a los retos de su vida y crear un clima emocional basado en el respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Sus emociones tienen un impacto directo en el ecosistema humano: si transmite negatividad o toxicidad poluciona y si hace lo contrario favorece la evolución de todo(s).

Oikos (casa) y logos (conocimiento): la ecología emocional es el arte de gestionar de manera sostenible nuestro mundo emocional, de forma que nuestra energía afectiva nos sirva para crecer como personas, para aumentar la calidad de nuestras emociones y para mejorar el mundo que vivimos. Nunca es tarde para recuperar nuestra capacidad de soñar y nuestra magia para transformar lo doloroso, lo feo y lo malo en bello, bueno y armónico, pues tenemos la posibilidad de reconvertir lo negativo en conciencia superior.

Podemos enriquecer nuestro ecosistema con abonos de vitaminas emocionales que nos proporcionen nutrientes y energía emocional (gratitud, alegría, bondad, generosidad) o llenarlo de residuos contaminantes (quejas, rencor, desánimo, furia, rabia, indiferencia, menosprecio). Contamos con un mapa interno que nos señala zonas de peligro, de exploración, rutas adecuadas o inadecuadas; nos indica zonas de reserva (situaciones agradables cuyo recuerdo evocamos en momentos de dolor y soledad) y destaca las mejores tierras para cultivar afectos delicados, por lo general en peligro de extinción (amor, serenidad, ternura, delicadeza, tacto, compasión...), pero para seguir esa cartografía emocional hay que tener coraje.

El combustible que nos ayuda a vivir, a sentirnos vivos, es la energía emocional, formada por la automotivación, la alegría, el amor, la curiosidad, el deseo, etc. y debemos intentar utilizarla de la mejor manera posible. No queremos contaminación o afectos en mal estado (mal humor, enojo, irritación) pues nos pueden contagiar y contaminar el clima emocional global llevándonos a una pérdida de protección que hace que recibamos estímulos sin filtro ni defensa alguna (juicios de valor, ofensas, críticas). Estas partículas tóxicas o contaminantes acaban siendo una lluvia ácida que nos destruye. 

No olvidemos, por tanto, que todas las formas de vida dependen entre sí. Somos sistemas de energía abiertos y nadie es emocionalmente autosuficiente. Lo bueno que hacemos tiene un impacto positivo en el universo y lo desadaptativo nos perjudica a todos. Por eso, ¡vivamos de la forma más ecológica posible!

 


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