Lo primero que pensé cuando vi este dibujo de mi amigo el gran pintor Diego Hergueta fue lo bien que reflejaba mi sentir en este momento concreto de mi vida en el que me basta un suelo para pisar y un horizonte con luz hacia el cual dirigir mis pasos. La piedra húmeda, brillante y con algún reflejo del sol deja su aparente frialdad para convertirse en una alfombra que me invita a pasar por ella y los árboles sin hojas, esbeltos y elegantes en su sobriedad, me dan cobijo.
Ahora que tengo setenta años me doy cuenta de que he experimentado en mi vida mayor dolor y dicha del que jamás habría imaginado y de que el simple hecho de estar viva ya es para mí un privilegio y un milagro. A lo largo de las décadas anteriores he ido desarrollando resiliencia y un bienestar que procede de haber trabajado el autoconocimiento, la inteligencia emocional y la empatía hacia los demás.
El péndulo entre la alegría y la desolación hace que la madurez sea un catalizador para el crecimiento espiritual y emocional. He ido aprendiendo que sentirme bien es el resultado de una habilidad y una decisión; intento saborear la vida con amor y humor y no desdeño ningún sabor por amargo que parezca. La gratitud es otra destreza de supervivencia que desarrollo junto a mi sufrimiento; aprecio y agradezco hasta el menor detalle.
La actitud, el talante que se tiene ante las cosas que van saliendo al paso, no debe ser la de control, sino la de elección; sé que si dirijo bien mi intención saldré adelante. Mis expectativas son razonables, las penas y las alegrías se mezclan como la sal y el agua en el mar, no espero la perfección ni el alivio del dolor, pero generalmente consigo lo que quiero porque sé qué debo querer.
En este año y medio que llevo sin escribir en el blog, he podido ser consciente del círculo protector de personas buenas mantenido durante tantos años y valorarlo en su justa medida y soy incapaz de describir con palabras la dulzura que me produce pensar en todos y cada uno de ellos. Hemos pasado de todo: momentos buenos, malos y regulares y - presentes o ausentes de forma física - hemos sabido mantener unos lazos suaves y flexibles, pero a la vez muy resistentes. Sé que unos y otros agradecemos tenernos y esa es, para mí, la mejor manera de estrenar mi nueva etapa.
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