En Japón, el mantener en silencio los asuntos personales, los problemas y las quejas es algo que denota buena educación. Esa correcta actitud, con el paso del tiempo, pasa a formar parte indisolubre de ellos mismos. La paciencia y la fuerza ante la dificultad o el sufrimiento, frente a las dificultades propias de una vida imperfecta, son manifestaciones de una mente madura que contempla la imperfección y el sinsentido de la vida con cierto distanciamiento. Con ese buen hacer, no sólo se beneficia la persona, sino toda la colectividad, pues aumenta el civismo (cooperación, pensar en grupo, ayudarse unos a otros...).
Una persona que necesita ayuda, si se muestra humilde y no pide más de lo necesario, no abusará jamás de la generosidad de su interlocutor. El "autocontrol" no es autorrepresión, es decir la negación de los propios impulsos o necesidades, sino saberlos gestionar teniendo en cuenta que hay un momento, un espacio y una compañía oportunas para poder expresarlos.
En Occidente se está olvidando el pequeño detalle de pensar en los demás a la hora de desahogarnos y eso es algo que daña profundamente la relación humana. Debemos tomar como ejemplo esos buenos hábitos que nos llegan de Oriente y pensar también en los demás. Todos nos influenciamos unos a otros, por eso deberíamos ser una buena influencia para los que nos rodean y procurar crear un ambiente de bienesatar con nuestra forma de ser y de actuar en la vida cotidiana.
Para ello, es imprescindible tener un objetivo en la vida y mantener la mirada siempre al frente; a los lados, sólo hay que mirar para disfrutar del paisaje y para no perder las oportunidades que pasen cerca, pero jamás para compararse con otras personas. Cada uno tenemos nuestra propia historia, nuestro contexto, nuestros problemas y dificultades... En realidad, no vemos las dificultades hasta que no apartamos los ojos de nuestro objetivo.
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