lunes, 18 de marzo de 2019

FRAGILIDAD EMOCIONAL

Somos frágiles y fuertes a la vez, sin embargo nuestra fortaleza reside en la capacidad que tenemos para transcender a nuestra fragilidad, una fragilidad que nace de dos de las virtudes humanas que jamás deberíamos perder: la sensibilidad y la compasión (sentir con).

Muchas personas temen mostrar su fragilidad y se recubren de rígidas corazas que no les protegen, sino que les aíslan. Las corazas pueden evitar que sienta dolor, pero como están elaboradas con frialdad emocional acaban provocando la pérdida de la sensibilidad y de la compasión.

Una cosa es ser sensible (una cualidad) y otra ser débil o frágil emocionalmente hablando. La sensibilidad es una fortaleza emocional que nos permite conectarnos con nuestro entorno y ser receptivos a lo que en él ocurre. Las personas sensibles son más empáticas y receptivas, son cercanas, encantadoras y se implican, por eso sienten la vida intensamente. Todo ello les convierte en una presa codiciada y fácil para las personas tóxicas, egoístas, manipuladoras o crueles.

Las personas que piensan, analizan y sienten, perciben lo que ocurre a su alrededor y poseen un criterio y un sistema de valores que no quieren perder. En contraposición están los que viven en un egocentrismo que las aísla de lo que les rodea, que viven desconectadas de los demás y que son incapaces de contribuir al bien común a no ser que tengan una recompensa. No tienen amigos, sino contactos a los que explotar, ignoran el sufrimiento de los demás y sólo están orientadas hacia su propio enriquecimiento personal, ya sea económico, social o emocional.

A mí me gusta mirar a los ojos, ver el alma del que tengo enfrente y averiguar todo lo que me quiere decir. Me duele el sufrimiento de los demás, me enfado con las injusticias, no duermo cuando mi cabeza no deja de pensar... Soy sensible: me entristezco, me enfado, tengo miedo, desecho lo desagradable y dañino... pero jamás ignoro que que todas esas emociones son mensajes que los otros, la sociedad o mi cuerpo tienen que decirme. No niego lo que siento, no me distraigo, no echo la culpa a los demás y asumo mi parte de responsabilidad y, a veces, parte de la de otras personas.

También me permito reconocer cierta melancolía o tristeza ante lo efímero, ante la vida y ante el amor, algo que me permite estar realmente conectada con el presente...

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