lunes, 30 de diciembre de 2019

ALFONSO XII EN COMILLAS

A comienzos del mes de julio de 1881 empezaba una nueva etapa veraniega que traería agradables experiencias y viajes para la familia real. Los médicos de cámara se preocupaban por la salud del rey y le aconsejaron una localidad costera por lo beneficioso del mar. Se buscó un lugar tranquilo y un ambiente discreto y privado y se eligió Comillas, donde el gran magnate naviero Antonio López y López había ofrecido su finca y varias residencias para albergar al monarca y a su corte, con todo lujo y comodidad.

En sólo dos meses redecoró su casa y reformó toda la villa en todos sus detalles urbanísticos y ornamentales; más de trescientos artesanos (de Santander y Barcelona) dirigidos por un grupo de arquitectos catalanes trabajaron a destajo. El caserón indiano de don Antonio se amplió, renovó y mejoró con los más novedosos lujos. En la villa, se remozaron sus calles y edificios y se dispuso de un generador eléctrico a vapor que proporcionaba luz eléctrica a la casa y a las calles de Comillas (primer pueblo que contó con la revolucionaria iluminación de la vía pública).

 En agradecimiento a los grandes servicios prestados a la corona española, el rey concedió a don Antonio el título de marqués de Comillas en 1878. Un hombre entrañable e inteligente que se desvivió por hacer disfrutar a la familia real durante su estancia en el pueblo que le vio nacer. Los reyes (don Alfonso y María Cristina de Habsburgo) llegaron - junto a las infantas Paz y Eulalia - el 6 de agosto de 1881, saliendo el pueblo entero a recibirles. Los monarcas realizaron un viaje oficial por las provincias del Norte durante veinte días y, por último, llegó la infanta Isabel (La Chata). Se dispusieron excursiones por tierra y mar, jugaron a los bolos... un día se trasladaron hasta Santander en barco para asistir a una corrida de toros. A diario se ofrecían conciertos de música por una orquesta de Madrid y con frecuencia los fuegos artificiales se veían desde el jardín de la residencia del marqués.

Pero el mayor acontecimiento fue el día 28, cuando llegaron a la bahía seis enormes buques de la compañía naviera del marqués; los barcos fondearon y las sirenas sonaron en homenaje al rey, que visitó varios de ellos. Sobre una colina de la villa se construyo un kiosco de hierro para que la familia contemplara la espectacular parada naval. A mediados de septiembre la estancia llegaba a su fin y llegaron a Madrid el día 20 a tiempo para la solemne apertura de las Cortes.

Sin embargo, el anhelado veranero de la casa real en Comillas se vio truncado por una serie de acontecimientos. En 1882, sólo pudieron acudir el rey, las infantas y la reina madre, Isabel II, que había venido a España, ya que la reina estaba embarazada de cinco meses. En 1883 doña María Cristina y las infantitas fueron a Viena. En 1884, el rey empeoró de su enfermedad pulmonar y pasó el verano entre un balneario navarro y Gijón y, por último, en 1885, ya muy enfermo, se quedaron en la Granja, pasando el otoño en el Pardo, lugar en el que falleció, el 25 de noviembre de 1885 (cuatro días antes de cumplir 28 años)...

Comillas, sintió enormemente la muerte del rey, quien no pudo llegar a estrenar el Palacio de Sobrellano, el lugar que el marqués le había construído para sus estancias veraniegas. La aristocracia y alta burguesía siguieron fieles a la hermosa villa cantábrica convirtiéndola en uno de los lugares de veranero más emblemáticos por su calidad y distinción.




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