jueves, 26 de diciembre de 2019

EL CAPRICHO

Una vez terminada Villa Quijano, el resultado fue tan fantástico que le pusieron el nombre de "El Capricho", pieza musical de forma libre y de carácter vivo y animado que se reflejaba en el colorido y viveza de su imagen exterior. La fusión perfecta entre la naturaleza, la arquitectura y la música había dado como resultado una auténtica joya del Modernismo europeo, era como "una gran caja de música cuya fachada, con ritmo ondulante y elegante, tenía forma de pentagrama".

Fue la primera obra de Gaudí y duró dos años (1883-1885). Inspirándose en el arte de India, Persia o Japón, así como en el islámico-hispánico (mudéjar y nazarí), utilizó el azulejo cerámico, los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula; un diseño inteligente y onírico con humanizados espacios interiores habitables y desarrollando las estancias para un aprovechamiento óptimo de las horas del sol, tal como lo hacen los girasoles, siendo la casa también un "gran girasol".


De planta alargada y rectangular (en forma de U) constaba de sótano, planta baja y desván,  En el desván, colocó agradables miradores exteriores bajo la cubierta. En la entrada, rompía la forma rectangular colocando una enorme torre, minarete o alminar (persa), que fue el precedente de una solución arquitectónica que aparecería más adelante en otras de sus construcciones. En el remate de la torre circular, revestida con una cerámica vidriada decorada, que acentuaba la verticalidad, se ubicó un mirador cubierto por una cúpula geometrizada sostenida por cuatro finas columnas de fundición y desde el cual se podía contemplar el mar...

En el exterior, ladrillo visto intercalando piezas de tonalidad amarilla y rojiza con cenefas de cerámica vidriada en relieve que imitaban hojas de un verde intenso y delicadas flores de "girasol"; piezas hechas a mano recorrían simétricamente en líneas horizontales todo el perímetro de la casa y enmarcaban el contorno de las ventanas, las chimeneas y la cornisa del tejado. En toda la fachada sur se instaló el invernadero, con paredes de vidrio, y con un sistema de aire que distrubuía el calor por todo el edificio. Allí se cultivarían plantas exóticas traídas de ultramar. En poniente, el salón de juego o música.

El Capricho estaba lleno de detalles y sorpresas que estimulaban su uso y disfrute: los barrotes de los balcones reproducían claves de sol, los artesonados con un modelo diferente en cada habitación, las vidrieras con motivos vegetales o de música, las manillas de las puertas que se adaptaban al tacto de las manos, los banco-balcón, los contrapesos de las ventanas de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.

Fue una verdadera pena que su propietario, don Máximo Díaz de Quijano muriera al poco tiempo de estar terminada la casa, pues falleció en junio de 1885. Su hermana Benita lo heredó y en 1904 su hijo murió soltero y terminó en la familia Güell. La casa cayó en abandono después de la Guerra; en 1969 fue declarada BIC (bien de interés cultural) y en 1975 hubo un intento de trasladarla a Reus; en 1977 lo adquirió un empresario para convertirlo en restaurante; en 1992 lo compró una compañía japonesa y en 2010 se convirtió en museo.

Siempre es una delicia volver a ese mágico lugar en el que te sientes transportada a un cuento de hadas gracias a la extraordinaria adaptación del arquitecto a las características del dueño.



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