sábado, 21 de diciembre de 2019

MAZCUERRAS

"Un día planté por mi mano una glicina, al pie de la solana familiar, en un pequeño pueblo, quieto a la sombra de un monte, encima de un río. Pasaron los años sobre la plantación y mi única propiedad inmueble, mi sola herencia y mi solo refugio solariego se convirtió en un árbol de flores, un ejemplar ya célebre en la comarca. La casona ha desaparecido, allí no hay más que un gigantesco árbol de flores, una maravillosa cortina de susurros y de cantares y también de sordas plegarias".

"Todo el júbilo de la primavera se asomó al cielo y se fundió en un azul profundo, nuevo y triunfante, que recortó en su intensidad milagrosa los montes gigantes, los bravos montes de Cantabria. Blanquearon en el valle todos los senderos tendidos sobre el verde lozano de mieses y praderas, y en todos los nidos se inició una armonía de gorjeos y en todas las hojas rezaron las brisas una plegaria henchida de misteriosas promesas, impregnadas en secretas caricias". (La niña de Luzmela).


Junto al río Pulero, uno de los afluentes del Saja, se halla Mazcuerras, nombrado "Pueblo de Cantabria" en 2008 por sus valores históricos, culturales y ambientales, a media hora de Santander. Conocido como el pueblo de las flores, debido al cultivo de las mismas como una de sus principales actividades económicas, y por cómo adornan sus casas de arquitectura típicamente cantábrica.

Junto a la bolera, en una casa rural del siglo XIX, vivió gran parte de su vida Concha Espina y la "gran glicina" fue plantada por ella el día de su boda en 1893. Allí escribió su primera novela, La niña de Luzmela (1909), de ahí que en 1948 se adoptara Luzmela como nombre co-oficial del pueblo.

Nació en Santander, en el barrio de Sotileza, pero a los trece años su familia se trasladó a la casa de su abuela paterna en Mazcuerras, donde la niña empezaría a escribir. Allí se casó con Ramón de la Serna y se trasladaron a Chile, regresando a España en 1898 con dos hijos (Ramón y Víctor). En 1900, nació en Mazcuerras otro niño que falleció pronto y en 1903 Josefina, su única hija; el más pequeño, Luis, cuatro años más tarde.

Su marido se fue a México y ella se instaló en Madrid con sus cuatro hijos, llegando pronto la separación entre ambos. Su obra como escritora alcanzó notoriedad y reconocimiento y en su casa de la calle Goya celebraba un salón literario todas las semanas, al que asistían personajes de la alta burguesía e intelectuales.

La Guerra del 36 la pilló en su casa de Mazcuerras, donde pasó miedo, frío y muchas calamidades, debido a lo cual terminó perdiendo la vista por completo. Falleció en Madrid, con 86 años, siendo muchas de sus obras adaptadas al cine y al teatro. Tres días antes de morir, el 19 de mayo de 1955, mandó un artículo a ABC con un tarjetón que decía: "Les agradezco que lo publiquen cuando buenamente puedan y tengan espacio".

 

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