jueves, 21 de septiembre de 2023

CUIDAR EL LENGUAJE

 

El desorden y la desorganización de la conversación pública actual consiste básicamente en que ya no hay filtros de entrada ni una selección de temas cuidadosamente pensada, por lo que se ha convertido en un "no territorio" en el que, si nos metemos,  no podremos salir.

En este espacio público caótico, en el que cada vez hay menos tiempo para pensar, leer o escuchar, cunde el pánico entre los comunicadores: si no eres capaz de crear impacto, no existes; la  moderación es un lastre porque con ella se llega a un menor número de gente y  sin contundencia no te escucha nadie; todo vale con tal de conseguir mayores audiencias (principal objetivo).

Pero no estamos condenados a que esa mentalidad utilitaria se imponga sobre nuestra integridad. Podemos: usar palabras que no hieran o falten al respeto; tomarnos en serio los argumentos del rival; dedicar tiempo a investigar unos hechos para elegir el adjetivo más adecuado; renunciar a montar polémica... 

Es bueno perseguir y proponer un ideal que nos haga mejores. Para ello, no debemos abdicar de nuestras convicciones ni dejar de llevar a cabo una apasionada (y necesaria) confrontación de ideas, porque este ideal tiene que ver con el respto y con la determinación de que las palabras que dependen de cada cual no contribuyan a enrarecer el espacio público.

Cuidar el lenguaje y considerar al lector un ser inteligente, dando la misma importancia a la eficacia que a la integridad y el buen hacer, es lo que abunda entre los escritores que no se dejan arrastrar por la insensatez. Ellos no son ruidosos (el bien es silencioso) pero su forma de hacer es mucho más contagiosa de lo que imaginamos. 

Dice el historiador y filósofo Michel Foucault que "el lenguaje es el instrumento de la biopolítica". Si se cambia el significado de las palabras, se logra que las personas cambien, porque cambia su forma de pensar y de relacionarse con el mundo. Se trata de un colonialismo encubierto al que debemos resistirnos, pues cualquier persona que tenga un mínimo de sentido común y conciencia de lo que está sucediendo, tiene que esmerarse y no aceptar el retorcimiento del lenguaje o la perversa utilización ideológica de las palabras.

Ante esto, no hay más posibilidad que el testimonio, que nuestras palabras sean más atractivas y novedosas que las que utilizan los manipuladores y por ello es imprescindible estar presente en aquellos lugares en los que la palabra es el centro de la celebración. 

Sigamos lo que nos dicta nuestra naturaleza de seres humanos, pues cuando vamos contra ella generamos insatisfacción, trastornos y disfunciones. El progresivo deterioro espiritual, anímico y mental de nuestra sociedad produce hastío, por eso no podemos demorar más el demostrar un compromiso firme y una alternativa radicalmente novedosa a la hora de cuidar nuestro lenguaje.

Debemos recordar siempre que el lenguaje es la música que nos habita, el estribillo que pone ritmo a nuestra respiración, y que una vida con un lenguaje descuidado carece de música, es sorda y se siente cercenada.


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