viernes, 1 de septiembre de 2023

JAPANESE LANTERNS

 

Luther Von Gorder, en su cuadro Japanese Lanterns, hace una cálida evocación de la niñez con grandes empastes impresionistas de color brillante, una luz cálida y la inocencia, diversión y maravilla de la infancia. Lo pintó en 1895, tomando como modelo un cuadro de Sargent (expuesto diez años antes), inspirado en los faroles japoneses por sus luces y sombras.

Llamados chochin forman parte de la vida cotidiana y se cuelgan o se colocan en el suelo; también flotan por ciertos lagos y ríos en homenaje a antepasados fallecidos. Iluminan poco, pues la percepción de la luz del País del Sol Naciente es mucho más sutil que en Occidente.

Son, más bien, una metáfora de la luz que la incandescencia en sí, ya que este farol es una pequeña maravilla de simbolismo. Se hace sentir no sólo en los templos, sino también en las casas de té y los jardines, recordando al ser humano su conexión con la naturaleza a la que pertenece.

La luz sutil, esencial y vibrante está presente en estos faroles de papel, que nos recuerdan que la energía (qi), uno de los fundamentos de la medicina china, recorre nuestro ser. Son como pequeñas guías espirituales que salpican delicadamente el paisaje, enlaces entre el cielo y la tierra. No buscan iluminar, sino realzar la oscuridad que revelan, creando así un cuadro de claroscuro tan mágico como irreal.

Son una fuente de luz, filtrada y tenue, que pretenden magnificar la sombra, ese mundo de incertidumbres y desconocimientos, esa sombra tan querida por los japoneses donde nace lo indecible y la belleza. 

Y es que la sombra es una riqueza estética llena de elegancia e insinuación, una fuente de duda e inspiración, de enigma y revelación. Como un gesto suspendido, la sombra llama hacia otras orillas que nuestro espíritu puede sublimar a placer. La luz incierta de los faroles necesita la oscuridad, que no puede atravesar, porque juntos reflejan la poesía de la vida y de la muerte.

Como la caligrafía, cuyo simple trazo negro despierta la blancura del papel, el halo de los faroles da vida a la sombra que tanto tiene que ofrecer. En la ambigüedad de los medios tonos, las formas se vuelven más sugerentes, los contornos más conmovedores y la belleza más exquisita. Todo lo que no vemos, pero adivinamos, queda entonces impreso en la retina de nuestra imaginación, esa imaginación que la japanese lantern solicita con tanto encanto.

Una vez más, podemos apreciar la influencia del arte japonés en los impresionistas y la riqueza de matices que se produce cuando las influencias entre diferentes formas de ver la vida se entrelazan sin dificultad, fluyendo sin resistencia y aceptando que existe un intercambio mutuo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario