Casi todo nuestro conocimiento está fundado en la confianza (con toda fe) que nos merecen quienes nos lo transmiten y a esta forma de confianza, que entreteje generaciones, la llamamos tradición. Como merecedora de nuestra admiración y gratitud, ella es la posesión más preciosa de la que disponemos, por eso tenemos el deber moral de ser conscientes de lo que recibimos y transmitirlo a quienes nos sucedan.
Es pues nuestra responsabilidad mantener la tradición viva y perpetuamente renovada porque cuidarla con esmero es una empresa admirable, quizá la más admirable de cuantas empresas podamos acometer. Velando por su crecimiento, regándola con nuestra curiosidad y podándola de adherencias que la puedan dañar, podremos entregarla a la generación venidera aún más cultivada de como la recibimos.
La palabra latina traditio significa entrega, transmisión, y eso es lo que hace la tradición: transmitir vida, afectos y valores. Todo ello lo recibimos de forma natural en la familia, donde empezamos a desarrollar nuestro cordial y sagrado anhelo de relacionarnos con los demás y de empezar a crear vínculos entre unos y otros. De esa forma es como se va creando una larga cadena viviente en la que cada generanción absorbe el acervo moral y cultural de la anterior y lo transmite a la siguiente.
Desde que el mundo es mundo, en el arte y en la vida, la civilización humana ha crecido sobre el humus fecundo de los tesoros que las generaciones anteriores se encargaron de preservar, mejorar y ceder en herencia a quienes venían después, creándose así unos vínculos muy poderosos y resistentes que daban seguridad al hombre.
Sin embargo, en la actualidad, existe un afán desmedido de destruir la tradición, algo que no es en absoluto inocente. Está demostrado que una persona desvinculada (con su presente, pasado y porvenir) pierde poco a poco su esencia y se va convirtiendo en un ser alienado, fácil de manipular y susceptible de formar parte de la llamada "ingeniería social".
Y ese ser sin afectos, frágil y vulnerable, no puede mitigar su desamparo con los espejuelos que le ofrecen la modernidad y la sociedad de consumo. Su vida está basada en la desconfianza, se hace muy egoísta y no es capaz de entender lo que le rodea, por eso está lleno de miedos y paranoias, no tiene horizontes y es propicio a tener visiones conspiranoicas de la historia, a ser excesivamente individualista y a caer en supersticiones estrafalarias.
Muchas personas de esas características son las que contribuyen a destrozar el tejido celular de la sociedad y a que la evolución humana se convierta en involución y retroceso, lo que nos demuestra que es fundamental que nuestros vínculos se hagan cada vez más fuertes y que no tengamos la menor neblina al sentirnos unidos a quienes fueron capaces de preparar lo que nos encontramos al nacer.
Como contrapunto, hay una mayoría silenciosa de individuos, familias, grupos, comunidades... que tienen ideales comunes, sueños compartidos y afectos heredados, que se sienten el eslabón único e irrepetible de la cadena viva que entre todos (presentes y ausentes) formamos y que tienen la esperanza firme de que lo que transmitan será beneficioso e imperecedero.
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