jueves, 19 de octubre de 2023

COSSÍO, EL NIÑO Y EL MAESTRO

 

Su maestro Giner de los Ríos falleció en 1915 y a partir de ese momento Manuel Bartolomé Cossío dirigió la ILE (Institución Libre de Enseñanza). En ella estuvo primero como alumno de estudios especiales y lenguas extranjeras y luego como profesor de historia universal. Casado con Carmen López-Cortón Biqueira en 1893, tuvo dos hijas Julia y Natalia.

En su afán de modernizar la educación en España, puso en primer lugar el bienestar holístico del niño, al que consideraba como un campo fecundo pero mal cultivado; con sus sentidos abiertos y sus facultades razonadoras esperaba siempre que una mano con arte le sacara del sueño en que dormía. Es él quien tiene en su propia naturaleza la ley según la cual debe escuchársele. Posee todo lo necesario para ver, primera e ineludible condición para el conocimiento; sólo aguarda que le enseñen a hacerlo.

Pero si el maestro no puede comunicarse individualmente con cada uno de los niños, está perdido; si la escuela no se coloca en medio de la vida y abre sus ventanas de par en par a la naturaleza, está muerta. Porque la vida, toda ella, debe ser un continuo y completo aprendizaje y, en realidad, todo el mundo debería ser maestro.

Las tres cuartas partes del aprendizaje se lleva a cabo viendo las cosas, sabiendo verlas. La facultad de ver se despierta por un esfuerzo casi natural y milagroso, de un modo desordenado y casual, a partir de determinada edad. Pero la diferencia entre un hombre culto y un hombre inculto reside tan sólo en el hecho de que éste pasa a la vera de las cosas sin darse cuenta de ellas, las mira pero no las ve, pasa por ellas.

El primer material de enseñanza, el adecuado en todo caso, o el que está siempre vivo, el que no se agota jamás, es la realidad misma, que generosamente se nos ofrece. Los niños deben salir al campo, al taller, al museo, hay que enseñarles la realidad en la realidad antes que en los libros, y de esa forma el aula servirá para reflexionar, para escribir, redactar y diseñar. Para todo ello es preciso que haya buenos maestros, formados, ilusionados, con vocación y dignamente considerados tanto profesional como socialmente. Es la inversión económica más inteligente que puede hacer un país...

Un buen maestro podrá improvisar un local si no hay escuela o remodelar una antigua; él inventará el material de enseñanza si no lo tiene y atraerá de tal forma con su gozoso talante al niño que la asistencia será perfecta. 

Para reformar algo hay que empezar haciéndolo por la base de todo lo demás: buena educación, formación humana e interés profundo tanto por los educadores como por los educandos.

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