miércoles, 18 de octubre de 2023

EL ARTE DE SABER VER

 

Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935), intelectual, pedagogo e historiador del arte, formó parte del proyecto modernizador de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Principal discípulo de su fundandor, Francisco Giner de los Ríos, continuó su labor y al año siguiente de su muerte creó una fundación para velar por el patrimonio material e intelectual de la institución.

Según Cossío el mundo entero debe ser, desde el primer instante, objeto de atención y materia de aprendizaje para el niño. Enseñarle a pensar en todo lo que le rodea y activar sus facultades racionales, es mostrarle el camino por donde se va al verdadero conocimiento. Pero hay que educar antes de instruir; hay que hacer del niño un campo cultivable y de cada cosa un semilla para su cultivo; evitar que teniendo las cosas delante no las vea y luego se duela del tiempo perdido. En ello consiste el arte de saber ver en la pedagogía moderna. 

El estudio sirve de instrumento para despertar las potencias racionales del niño, por lo que todo lo que se presenta en su horizonte tiene cabida en la enseñanza, incluso la ciencia del espíritu, pues no hay ningún motivo para que no pueda mirar las cosas que entran por los ojos del alma. 

Lo que más urge al niño es aprender a ver, a pensar y a saber decir lo pensado; el educando precisa de instrumentos que le sirvan para moverse en todos los ámbitos de la vida, pues saber ver es saber hacer (pensando lo que se ve). 

La intuición escapa a un conocimiento del mundo desde la razón y abraza la vida entera. No se trata sólo de ver las cosas, sino también las acciones de los hombres, el paisaje, el arte, las ideas, las emociones... todo lo que conforma el sentir humano hasta componer su musculatura espiritual. 

Lo más importante de todo es que ver y hacer implica gozar porque si el esfuerzo no se resuelve en placer, el ser humano no vive en jocosa libertad, sino en servidumbre. El estudio implica juego (pura y gozosa diversión) y eso le resulta muy atractivo; la alegría del niño es un don divino que calienta como un sol el mundo y proteger la  pureza de la curiosidad infantil es entrar en el núcleo más hermoso de la acción educadora

La realidad es el hombre dando forma a la vida, vida que para ser plena ha de ser dichosa. Esa es la esencia de la finalidad de todo saber: el puro juego contemplativo de ideas y hermosuras, el paraíso de lo inútil, de lo que no sirviendo para nada alcanza los más altos valores. El niño debe enterarse por sí mismo de las cosas y gozar con ellas, sin esperar una interpretación dogmática.

Jugar, jugar dentro y fuera de casa, al aire libre, hacer excursiones, visitar lugares, conocer gente, situaciones, imprevistos... para que el motivo del trabajo (estudio) brote de forma natural y espontánea ante las cosas que provocan su interés. 

También en el adulto gozar es una forma de empezar a pensar, un medio de despertar las conciencias dormidas por el trabajo rutinario, un camino de liberación. La celeste diversión que la humanidad, por miserable que sea, persigue con afán al par que el alimento.

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