lunes, 18 de julio de 2016

ESCRIBIR CARTAS

Me daría una pena tremenda que desparecieran los buzones rojos de Inglaterra, pues junto a las cabinas teléfonicas del mismo color siempre me han parecido como los corazones del paisaje urbano.
En 1852, por recomendación del novelista Anthony Trollope (empleado de la Oficina General de Correos) fueron creadas las famosas cajas cilíndricas en Jersey. Más tarde se extendieron por todo el país. En Liverpool, se aumentó su capacidad y se colocó encima una corona.
Su presencia tranquilizadora y alegre tiene ya un siglo y medio de vida; son como pequeñas obras de arquitectura con un diseño funcional y estético que te puedes encontrar en cualquier zona (de lo más elegante al barrio más recóndito).
Anthony era mejor escritor de cartas que novelista y por eso fue un gran impulsor y promotor del invento.
Es verdad que la vieja correspondencia epistolar se ha venido diluyendo entre los medios tecnológicos de los que disponemos en la actualidad, pero hubo una época en que las cartas eran el único medio que unía a las personas en la distancia...

Se cuenta que Oscar Wilde, cuando terminaba la carta la metía en un sobre, pegaba el sello, especificaba remitente y receptor y la tiraba por la ventana de su casa de Chelsea, confiando en que cualquier transeúnte la recogiera para llevarla a correos (al ver que iba firmada por "él"). Le daba magnífico resultado y ahorraba tiempo...
Emily Dickinson enviaba cartas poéticas, enigmáticas y espirituales (como su propia escritura) y veía el correo como un vículo celestial para las personas. Fue precursora de los clubs de lectura por correspondencia.

Lewis Carroll inventó el "Wonderland case for postage-stamps", una pequeña carterita de piel con departamentos para los sellos de diferente valor que además se vendía con dos ilustraciones inéditas de Alice in Wonderland y algunos consejos del autor sobre cómo escribir cartas (lo hacía desde el supuesto de que el lector no había escrito una carta en su vida...).


Por su parte, Pedro Salinas, durante su exilio norteamericano en los años cuarenta, reparó en unos letreros que decían: "wire, don´t write" (telegrafíe, no escriba), algo que encontró subversivo y peligroso, pues se pretendía acabar con el delicioso producto de los los seres humanos que son sus cartas, símbolos de una vida relativamente civilizada, y fue entonces cuando se decidió a escribir su libro "Defensa de la carta, misiva y la correspondencia epistolar" (1948). Pensó que no sólo peligraba el baluarte de la libertad individual sino un espacio que, gracias a la escritura, contribuía a enriquecer el diálogo entre las personas.

Creo que, como en todo, ambas cosas se pueden complementar. Confieso abiertamente que ya no escribo cartas a mano, pero sí utilizo el correo electrónico de forma personal. Hago una mezcla entre la carta y el nuevo formato, pero tengo el lujo de poderlo enriquecer con un montón de recursos que a mano serían impensables. La misma emoción contenida con la que abría el buzón físico de mi casa me embarga ahora cuando me llega un "recibido". Porque lo más importante para mí es "la alegría que me proporciona el sentirme vivida".




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