El doctor Fuster (cardiólogo) salvó la vida a José-Luis en el hospital Monte Sinaí de Nueva York, de lo que surgió una profunda amistad.
Tanto uno como otro estaban de acuerdo en que para alcanzar el bienestar (la felicidad), el ser humano debe tener en cuenta tres aspectos fundamentales: conocerse a sí mismo e invertir en su propio talento, ser responsable y hacer una aportación social.
Desubrir sus potencialidades y desarrollarlas es el mejor camino para disfrutar trabajando, hacerlo bien, elevar la autoestima y mantener una postura coherente y consecuente ante la vida.
Se planteaban: ¿cómo podrían ellos contribuir al cambio de una sociedad con valores muy deteriorados?, ¿qué podrían hacer para restaurar los que son imprescindibles para la buena convivencia y para la salud colectiva?
Ambos pensaban que tiene que haber "algo más" y que ese algo más no es otra cosa que "el espíritu".
José-Luis contaba que recordaba a "su médico" (su salvador) como un ángel, alguien que venía a proporcionarle la seguridad necesaria para superar el trance. Empezó a encontrarse tranquilo y a trabajar tomando notas y apuntes; se sentía sereno, en paz. Una de esas notas decía: "hay que vivir el sendero con dignidad... En el umbral de los 80 años ya va siendo hora de empezar de nuevo".
Los asuntos de la vida y de la muerte crean vínculos muy especiales, como lo reflejan estos dos hombres. La relación médico-paciente y la forma de abordar la enfermedad por ambas partes es de vital importancia para obtener buenos resultados.
Según palabras de José-Luis: "Todos vamos en una galera. Si todos los galeotes anónimos unidos nos conjurásemos para remar sólo por una banda, la nave cambiaría el rumbo obligando al timonel a llevar mejor el timón de la nave".
Falleció el 8 de abril de 2013, con 96 años, de forma plácida y tranquila. Antes, quiso ver el mar y asegurarse de que su muerte sería discreta y silenciosa. Su cuerpo físico no está con nosotros, pero sí su energía vital, su alegría y su talante optimista... No nos pudo dejar mejor legado.
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