"El mayor bien es la paz y la tranquilidad del alma" (San Juan de la Cruz).
El verano es una ocasión única que nos facilita mucho las cosas para aprender a sosegarnos, aquietarnos y aplacarnos, mitigando así las alteraciones viscerales de nuestro ánimo y el ímpetu. La calma es uno de los pasos necesarios para llegar a senirse en paz con uno mismo.
Buda decía que "el supremo sosiego es la suprema sabiduría" y es cierto. Pocas habilidades son más necesarias que la calma y la paciencia porque nos llevan al autocontrol y a medir las consecuencias de lo que decimos y hacemos. Debería ser una actitud en la vida cuyo aprendizaje empezara desde la más tierna infancia.
Las personas verdaderamente grandes y bondadosas de todos los tiempos, que son luz y guía, baluarte seguro y referente, emiten una energía contagiosa y mágica que es producto de su calma y sabiduría esencial.
Estoy intentando controlarme, ser más sosegada, potenciar ese "silencio fecundo" que tanto me cuesta lograr. Intento conseguirlo porque lo necesito, porque me siento mal cuando el contrario me lleva a su terreno y controla mi vida con sus provocaciones y yo no consigo dominarme y calmarme.
En el fondo sé que todo esto, acerca de lo estoy reflexionando, es la mejor forma de descansar yendo de acuerdo con el ritmo natural de la estación en la que estamos y, además, sé que es terriblemente práctica a la hora de que mi organismo se prepare para afrontar los rigores del otoño...
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