. Lo que se me antoja francamente horrible - gruñó Guillermo - insistiendo en uno de sus temas favoritos, es haber vivido todos estos años sin haber hecho aún nada importante.
. A mi modo de ver, has hecho bastante, masculló su madre, de momento has roto todas las ventanas de la casa, has echado a perder el mosaico de madera deslizándote por él y has llenado de alquitrán toda la alfombra del vestíbulo...
. ¿Qué culpa tengo yo de que pongan alquitrán en las calles? - protestó Guillermo por la injusticia de la acusación - por algún sitio tengo que pasar, ¿no te parece?, ¡no voy a volar!
Guillermo Brown era el héroe literario de mi infancia, un niño de once años que siempre llevaba calcetines caídos, los zapatos desabrochados y generalmente no muy limpios, las manos en los bolsillos repletos de bolas pringosas de grosella y soñando con agua de regalíz. Junto a su inseparable perro Jungle y su banda de "los proscritos" (Enrique, Douglas y Pelirrojo), se pasaban la vida enfrentándose tanto a su eterno rival, el insoportablemente cursi Humbertito Lane como a un mundo de mayores que les resultaba excesivamente rígido y encorsetado...
Todos vivían en un pueblo de la campiña inglesa, en un ambiente burgués rural de buenas familias cuyas amas de casa (metidas a benefactoras de la humanidad) preparaban tés interminables a los que invitaban con frecuencia a reverendos anglicanos.
Ellos marcaban la franja que separa universo adulto del infantil. Guillermo era capaz de traer, con sus aventuras y travesuras, el mismísimo corazón de la jungla o las praderas de los pieles rojas, permitiéndonos soñar con mundos lejanos, aplicando cierta lógica a la vida y muchísima diversión. Por supuesto, él hubiera preferido ser el hijo de un sioux o de un filibustero, pero se tenía que conformar con la mirada, con frecuencia desaprobadora, de Mr Brown.
Era el símbolo de la innata rebeldía del espíritu de los niños con el que todos nos sentíamos identificados y al que admirábamos porque, pasara lo que pasara, jamás se rendía y siempre "volvía a empezar"...
La autora de estos inolvidables libros era Richmal Crompton (1850-1969), novelista inglesa y licenciada en lenguas clásicas por la Universidad de Londres, aunque previamente había impartido clases como maestra de niños, a los que adoraba y por los que sentía verdadero cariño.
En 1922 dio comienzo a la serie con Just William, libro que se inició más pensando en el público adulto para obtener una imagen, entre afectuosa, irónica y asombrada del estupendo e incomprensible mundo infantil visto por una afable y soltera tía. Sin embargo, pronto se convirtió en uno de los libros favoritos de los propios niños.
Guillermo se mantuvo inalterable, en sus eternos once años, a través de 47 años y 37 títulos que comprenden la serie total (el último se publicó póstumo en 1970).
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