Era un genio romántico obsesionado con su trabajo y poco dado a los asuntos mundanos. No tuvo mucha suerte en el mundo de los negocios y perdió el mérito histórico de sus contribuciones a favor de otros inventores más hábiles (comercialmente hablando).
El nuevo capitalismo, surgido de la segunda Revolución Industrial, desconfió de él porque no se enriqueció con sus inventos y lo relegó a la habitación de un hotel (The New Yorker) dónde falleció habiendo pasado de ser un atractivo y brillante científico europeo a un anciano que daba de comer a las palomas mientras mascullaba cosas sobre el futuro inalámbrico.
Han pasado muchos años y sus rasgos, entre románticos y mesiánicos, le han convertido en un icono de la cultura actual. Es de esas personas que viven adelantadas a su tiempo, pero como él mismo dijo:
"El futuro mostrará los resultados y juzgará a cada uno de acuerdo con sus logros".
Según su criterio, el inventor encuentra amplia compensación en el agradable ejercicio de sus poderes y en la conciencia de pertenecer a esa clase excepcionalmente privilegiada sin la cual la raza hubiera perecido hace tiempo en la amarga lucha con los elementos inclementes.
"Todo individuo debe tener un ideal para dar sentido a su vida".
He querido sumarme a todos aquéllos que le están reconociendo en toda su magnitud y voy a profundizar en el conocimiento de una persona cuya luz brilla a través del tiempo y del espacio como un milagro eléctrico...
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