domingo, 20 de agosto de 2023

BARBIZON

Al borde del bosque de Fontainebleau se halla Barbizon, uno de los pueblecitos pintorescos de Seine-en-Marne, al sur de París, que pertenece a la región parisina de l´Île-de-France. Lo que en su momento no era más que una aldea de leñadores, entre 1830 y 1875 se llegó a convertir en el escenario de una revolución que cambiaría el curso de la pintura moderna, ya que llegaron a ella paisajistas de la fama de Théodore Rousseau, Corot, Millet, Daubigny... que, pintando al aire libre y lejos del rigor academicista, fueron unos de los precursores del Impresionismo.

Unos se instalaron por su cuenta en sus casas-taller y otros se empezaron a hospedar en el Albergue Ganne, propiedad de un matrimonio que convirtió su tienda de ultramarinos en un auténtico hogar para aquellos valientes pioneros que se atrevieron a romper con lo establecido. En muchas ocasiones pagaban su alojamiento pintando muebles, murales o cuadros y madame Ganne les preparaba su bouchon (almuerzo) antes de salir a pintar. Actualmente se ha convertido en Museo Departamental y podemos contemplar en directo tanto la obras como el estilo de vida de aquellos singulares huéspedes.

En realidad el primero que pintó al aire libre fue, un siglo antes, Pierre-Henri de Valenciennes y en Inglaterra, a comienzos del XIX, Constable se hizo paisajista profesional. En el atelier de Millet, el más emblemático del grupo de Barbizon, sigue su obra y la irrepetible atmósfera que supo crear.

En la calle central del pueblo hay casas maravillosas, galerías de arte, tiendecitas, algún salón de té y mucha calma. Es de esos lugares en los que te gustaría permanecer sin tiempo para poderte empapar de todo lo que en él se ha vivido durante tantos años.

Ya a las afueras, al comenzar el bosque, un circuito nos señala los lugares transitados por los pintores en los que se sentaban ante sus caballetes, con su sombrilla y sus modernos tubos de óleo, a intentar captar de la naturaleza todo lo que ésta les ofrecía, fuera de su estudio y sin más normas que las suyas propias.

Como ellos, podemos contemplar serenamente el juego de luces y la oscuridad de las sombras, las albercas; sentir el aire que mece las hojas o el cambio de color en unas nubes que amenazan tormenta. Es sumergirse con ellos en su nueva forma de hacer y de estar en el mundo, algo que no ha cambiado a través de los años.

Recordar, cuidar y potenciar el arte es una cualidad de los franceses que siempre he admirado. Su savoir faire y su joie de vivre en gran parte viene del reconocimiento de la huella que han dejado sus antecesores y de saberlo transmitir - siempre mejorado - a sus sucesores.
  



 




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