Tanto su suegra (la reina Victoria) como el pueblo esperaban que influyera de la mejor manera en la poco adecuada conducta de Bertie, pero no logró de él más que afecto, cariño, respeto y frecuentes infidelidades. Ella supo reconvertir la situación centrándose en la educación de sus niños y en múltiples hobbies y actividades con las que logró llevar una existencia razonablemente satisfactoria.
Pero después del tercer parto tuvo fiebres reumáticas que le dejaron como secuela una leve cojera. Era tan elegante y tenía tanto estilo que tanto los collares-gargantilla (que ocultaban una cicatríz) como su pecualir forma de andar, fueron imitados por las damas más refinadas.
La muerte de su hijo mayor, duque de Clarence, le ocasionó una gran depresión.Ya en vida le dio innumerables disgustos, pues se le llegó a relacionar con los asesinatos de Jack el Destripador, algo que conmovió profundamente a una madre, como ella, que se había volcado por completo en su educación.
Había heredado una otosclerosis de su madre y su falta de audición aumentaba por momentos, lo cual no fue ningún obstáculo para que, cuando falleciera el marido de su querida hermana, "El Zar Alejandro", se fuera a vivir con ella una temporada para fortalecerla y reconfortarla en su inmenso dolor. Su compasión y delicadeza fueron de gran ayuda para la viuda y un ejemplo para todos.
Al morir la reina Victoria, Alix se convirtió en la reina madre, pero cedió todo el protagonismo a los nuevos Príncipes de Gales (Jorge y Mary). Prefería quedarse con sus nietos y sus nuevas afciones como la fotografía o el cine y entregándose a su pueblo con amor y generosidad en multitud de obras benéficas y hospitales.
Pero la Primera Guerra Mundial le hizo envejecer a mucha velocidad, era demasiado sufrimiento. Habían asesinado a su sobrino, el zar Nicolás; se veía incapaz de poder socorrer a sus súbditos como su generosidad le pedía; perdió casi por completo la vista... Se alejó de la realidad y se creró un mundo propio en el que no permaneció demasiado pues su vida llegaba a su fín en 1929.
Siempre tuvo innumerabales mascotas, siendo sus preferidos los perros. Fue una mujer de gran personalidad pero con un carácter amable, mezcla ideal para un pueblo al que se entregó de lleno desde su difícil aterrizaje en una corte que muy poco tenía que ver con su forma de ver y de estar en la vida. Pero como hace el agua con la roca, la acabó convirtiendo en arena y llevó aires nuevos y revitalizadores (ni más ni menos) a la encorsetada y estrecha mentalidad victoriana.
Y ese eso precisamente lo que más me atrae de esta magnífica y poco conocida mujer...
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