viernes, 9 de septiembre de 2016

LAS MERCERÍAS

Como artesana, hay dos momentos mágicos cuando llevo a cabo una labor: el empezar, por la ilusión que me produce el poder realizarla y demostar que soy capaz de ello y el acabar, por la satisfacción de haber llegado a la meta y saber que con mis manos he creado algo bello y útil; es entonces cuando siento un enorme deseo de comenzar otra nueva...
La artesanía (artis-manus) es un término medio entre el diseño y el arte y la continuación de los oficios de tradicionales.

Para mí, ir a una buena mercería es como para un pintor encontrarse ante una paleta con una infinita gama de colores y los pinceles en la mano.
Cosas menudas, cajas con primorosos encajes, armarios de cajones infinitos llenos de hilos, botones, agujas, lazos, dedales, tijeras... provocan que mi imaginación se estimule al máximo. Además, la charla con la vendedora y otras artesanas crea un ambiente realmente delicioso. Aunque las cosas están cambiando un poco, sólo el 2% de sus clientes son hombres...

Según M. Stanley: "quien teje un jersey, inconscientemente siente que es capaz de vestir a los suyos", es, casi, como seguir un mandato genético.
En los siglos XVI y XVII, había gremios de artesanos que proveían a sus clientes de toda clase de accesorios para la confección de su indumentaria. En el XIX, ya vendían tejidos. Se formó "el Gremio de la Mercería" (comercio de cosas "menudas" y de poca entidad).
Aunque las damas más distinguidas hacían labores exquisitas, los tejedores, calceteros y tapiceros eran varones.

Con 130 años de historia, los "Encajeros de Bilbao" llegan a Madrid recuperando la esencia de la mítica tienda fundada en 1880. Nació como almacén de las tiendas más sofisticadas importadas de Irlanda, Londres, Suiza, Italia... y en 1920 ya era el proveedor de las casas más emblemáticas de la ciudad. Al haber escasez de modistas, se decidieron a realizar ellos mismos una cofección artesanal con los mejores tejidos y sus propios diseños (ropa de casa, lencería y ropa de niñas hasta los ocho años). Son dos bisnietas del fundador, la cuarta generación, las que han tomado las riendas y lo hacen muy bien...

En París hay una preciosa Mercerie (en le Marais), en un pequeño callejón muy recogido; es un lugar cálido y entrañable en el que el orden y la pulcritud favorecen la elección de las cosas que allí ofrecen. Recuerdo un regalo que me hicieron (un kit para bordar un mantelito de color lavanda con todos los hilos necesarios y sus dibujos trazados) que jamás olvidaré.


Era la primera vez que me atrevía a hacer algo así, pero me lo facilitaron tanto que me encantó aceptar el reto. Y es que yo no lo puedo remediar, cuando se me ofrece un producto de calidad, exclusivo, con estilo y la posibilidad de llevar a cabo un acabado perfecto, me lanzo de lleno.
Porque creo que son los pequeños detalles los que desarrollan el arte de vivir, el más importante...

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