Hablar, escribir, consiste en juntar palabras ajustándolas, organizándolas; es pues un acto de creación. Cada uno puede así crear en los demás la alegría, la confianza, el amor, la luz o bien la pena, la oscuridad, la enfermedad y la desesperanza. Yo pienso que la verdadera evolución consiste en aprender a servirse de la palabra, oral o escrita, para crear a través del verbo lo que es justo, bueno y hermoso. La creación no está terminada y nosotros podemos formar parte de ella ayudando con nuestro trabajo (cocreando).
Me gustaría dar calor, abrigar a los demás a través de las líneas, las filas de palabras (como hago con los puntos cuando tejo con dos agujas) y que el motivo, poco a poco, fuese apareciendo; me encanta enlazar, tanto de forma real como figurada, las palabras que dilatan, que reconfortan.
Yo sé que cuando el ser humano aprende a vivir en la intimidad de los libros descubre un lenguaje entrañable, pues leer un libro es como abrazar y ser abrazado, nada sustituye la intensidad de esa magia.
Cuando escribo, activo mi capacidad de sentir y de pensar, pero necesito la hospitalidad del lector, su capacidad de asombro y búsqueda para que, de esa forma, se pueda producir el "encuentro".
El arte da vida a lo que no la tiene y, como decía Cervantes, "la pluma es la lengua del alma". Nada me produce mayor satisfacción que comunicarme claramente con quienes me leen o escuchan. Dejo que las letras fluyan desde mis dedos y veo como la página en blanco se va llenando de palabras, de mí. En medio del silencio, brotan, vienen presurosas al encuentro de las otras; salen de mi cabeza, de mi corazón, de mi piel... o se repliegan perezosas.
Escribir es, para mí, construir y construirme, vivo en las palabras con las que me defino, con las que me expreso. Se dice que la mujer inventó el tejido para comunicar el sentido más profundo de su relación con el universo y es algo con lo que estoy de acuerdo; yo, con mis agujas de tejedora y mi pluma de escritora (tanto en el tejido como en el texto) enlazo y entrelazo, coso y descoso, hilo y trenzo, mallo y friso... Lo hago con naturalidad, sin esfuerzo.
El tejido, en entrelazado y el entremezclado han estado, están y estarán siempre presentes en la historia del hombre pues han servido tanto para su vida como para el desarrollo de la comunidad y la colectividad. El arte de tejer es una de las primeras actividades del ser humano pues a través del tejido construye soluciones y logra resultados. Cuando uno teje, transforma su existencia creando su propio modelo dentro de la organización y vida cultural. Cuando enlaza palabras puede dar alimento, refugio y protección.
La primera palabra es el ruego y la segunda "el amparo". La palabra es materna, es de acogida; antes de que el niño aprenda la lengua materna ésta ya le ha acogido y le ha dado casa. De ahí que el lenguaje, antes que la casa del ser, sea la casa del hombre.
Amparar significa "proteger parando o deteniendo algo". El desamparo consiste en quedarse sin protección, sin ayuda o sin asistencia. La casa es la expresión más emblemática del amparar y del cubrir para proteger.
La casa tiene cimientos y ventanas; los cimientos y el sótano la ligan a la tierra, mientras que las ventanas y la buhardilla, al cielo. La casa une tierra y cielo. La casa es como una palabra de consuelo y calienta cuerpo y alma.
"La primera en levantarse será mamá... la oiremos encender silenciosamente el fuego, poner silenciosamente el agua sobre el fogón y recoger con sigilo del armario el molinillo de café. Estaremos de nuevo en casa" (Poema Resurrección de Vladimir Holan).
Nos quedan pocos días para despedir el año que se va y no quería dejar de exponer públicamente mi profundo agradecimiento a mi vocación de tejedora y escritora, pues gracias a ello cada vez voy entendiendo un poco mejor esta apasionante aventura que es ¡vivir!
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