De familia judía, el arquitecto Ephraim Goldberg cambió de nombre a causa de las persecuciones antisemitas después de la Segunda Guerra Mundial y adoptó el de Frank Gehry. En los años 70 hizo pequeños edificios públicos en California y algunas casas. En 1978 su segunda mujer, Berta Aguilera, compró un bungalow rosa de estilo colonial holandés (construído en 1920) en un barrio burgués de Los Ángeles, pues necesitaban espacio y sólo esa casa tenía dos pisos.
"La encantadora casita sosa" necesitaba una reforma y gran parte de las paredes fueron eliminadas. Una crujía nueva envolvía las fachadas noreste y noroeste del edificio original. La cocina, al oeste, y la sala de estar en el centro, recibían la luz a través de un marco de cristal angulado construído con montantes de madera que creaban una gran ventana.
Utilizó materiales baratos, inéditos, indignos de una zona residencial, creando así un edificio misterioso y experimental en el que lo viejo y lo nuevo se iban mezclando resultando difícil diferenciar las dos casas. Era una estructura incompleta, propia de una versión new-wave del Mago de Oz. El exterior de la casita rosa lo dejó intacto, pero lo recubrió, como una concha, con metal, malla ciclónica y vidrio. Quería construir una nueva casa alrededor de la antigua e intentar mantener la tensión entre ambas.
El peculiar proyecto atrajo a muchos curiosos y estudiantes de arquitectura, pero sus vecinos amenazaron con llevarle a los tribunales por haber creado en su zona semejante monstruosidad. Muchos clientes le abandonaron, pero otros llegaron y empezaron a encargarle edificios y casas estilo"cheapscape" (término que él mismo creó y significa paisaje barato). Así fue como en los años 80 comenzó proyectos atrevidos y recibió el Premio Pritzker (1989) por su peculiar e innovador diseño.
En 1992 llevó a cabo su obra más emblemática, el Museo Guggenheim de Bilbao, hecho de cortinas de cristal, planchas de titanio y piedra caliza de la región, contando sólo con formas curvilíneas y retorcidas. Fue inaugurado en 1997 y se convirtió en el símbolo de la ciudad y en espacio reconocido a nivel mundial.
Desde niño construía ciudades imaginarias y anillos de carreteras con las cosas que encontraba en la ferretaría de su abuelo y con las astillas de la estufa que caían al suelo. Cuando dibujaba, al lado de su madre, ella le llamaba "manos de oro". Los materiales se convirtieron en su medio de expresión, unos materiales pobres como cartón, hoja de metal ondulada o tela de gallinero. Quería una sensación de novedad y libertad, probar, arriesgar, hacer algo nunca visto... A partir de los años 80 utilizó el programa informático de diseño Catia que le permitía proyectar formas complejas.
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