martes, 14 de abril de 2020

LA RISA DEL SABIO



La risa del sabio es la risa de la libertad. Lo que el sabio ha comprendido le ha liberado de las cargas inútiles de la existencia, para elevarse hasta las regiones en donde brilla el sol eterno. Y esta sabiduría que ha conquistado al precio de tantos esfuerzos, el sabio no tiene más deseo que transmitirla a aquellos que viven junto a él o que vienen a visitarle. La única cosa que el sabio puede pues comunicar inmediatamente es la alegría que extrae de esta sabiduría, esta alegría que llena su corazón, que desborda de su corazón, y la risa es la expresión de esta alegría que también se puede llamar amor.

Hay risas estúpidas, vulgares, hipócritas, malvadas..., pero también risas gentiles, sutiles, francas, llenas de amor, como una fuente que brota (la fuente ríe vertiendo generosamente el agua de la vida). Así como las lágrimas no indican debilidad de carácter, la risa no siempre significa despreocupación o falta de seriedad. La risa actúa más beneficiosamente en el campo mental que esa seriedad, esa austeridad que muchos creen que es una característica del sabio, pues en la risa existen energías vivas que alimentan el cerebro.

Los niños ríen o sonríen espontáneamente. Antes de saber hablar, el niño acoge con una risa a sus padres y a los que se acercan a su cuna y su risa es tan agradable porque es una explosión de vida. Cuando reímos, las energías acumuladas en nosotros se desbordan y sentimos la necesidad de compartir algo con los demás: el exceso de vida que está en nosotros pide ser vertido en alguna parte (el que no ríe tiene muy poco que dar). La risa nos proporciona equilibrio interior y hace más ligera nuestra existencia.

Es verdad que la vida diaria impone toda clase de tensiones que necesitan ser liberadas de vez en cuando, por eso existen las fiestas populares en determinados momentos del año que se corresponden a configuraciones astronómicas. Ellas introducen una pausa, interrumpen un ritmo de trabajo continuo y agotador. Las fiestas, con los cantos, los bailes, los juegos, las risas y los encuentros crean un clima fraternal con el que cada uno se siente transportado y sostenido. En una atmósfera de intercambios alegres y benéficos nos sentimos más ligeros, generosos, entregados y abrimos nuestro corazón.

Pío Baroja decía: "Se necesita la altura, el aire puro de la montaña, para poder reír mirando al cielo. Se necesita la humildad de corazón para reír en el fondo del valle. Sin una cosa ni otra se hacen gestos, pero no se ríe".


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